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Lunes, 12 de septiembre de 2005
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ENTREVISTA A STEPHANIE JASMIN

Una reflexión sobre la fragilidad humana

Presenta en el festival la obra Los ciegos, que codirige con Denis Marleau. La puesta tiene un “detalle”: no hay actores en vivo.

Por Cecilia Hopkins
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La canadiense Jasmin trabajó en un montaje polémico.
Escrita en 1890 por el belga Maurice Maeterlinck, Los ciegos es un poema dramático que se inscribe dentro de la producción simbolista del autor. No hay nada en la obra que la asemeje al teatro de su época. No hay personajes ni conflictos al estilo de Ibsen o Strindberg, sólo hay 6 ciegos y 6 ciegas que componen un personaje colectivo destinado a reflexionar sobre la fragilidad humana. Los 12, sin realizar ninguna acción física, se lamentan al encontrarse solos en un bosque de noche, lejos del guía que los sacó del hospicio para realizar un paseo. Esta obra, en versión del director, dramaturgo y escenógrafo canadiense Denis Marleau –subtitulada Fantasmagoría tecnológica–, fue el segundo estreno teatral del V Festival Internacional de Buenos Aires. Sus funciones se extenderán hasta este miércoles, en la Sala Villa Villa del Centro Cultural Recoleta.
Hace 25 años, el director fundó en Montreal la Compañía Ubú de Creación. Interesado en el cruce entre artes plásticas, danza, teatro y video, Marleau acredita una vasta producción artística basada en obras de autores disímiles, como Mishima, Koltés, Beckett y Jarry. En referencia a su inclinación por lo multidisciplinario, en sus tres últimos montajes, el director –con el asesoramiento de Stephanie Jasmin, codirectora de la compañía, presente en Buenos Aires– ha buscado mixturar actuación y proyección. La primera vez que logró interrelacionar actores en vivo y en video fue en 1997, en Los tres últimos días de Pessoa, de Antonio Tabucchi, aprovechando la necesidad de diferenciar al escritor portugués de sus heterónimos. Ahora, en esta puesta, Marleau extrema el desafío. En Los ciegos no hay actores en vivo: el espectador observa durante 45 minutos sólo los rostros iluminados e inmóviles de los 12 personajes, sabiendo que está frente a ellos merced a una estrategia tecnológica de representación. El recurso se torna evidente apenas se entra a la sala, más aún en el caso de su presentación en Recoleta, dado que, como el texto estaba doblado al castellano, el movimiento de la boca de cada ciego no acompañaba sus parlamentos. La obra se estrenó hace dos años en una sala multimedia de Montreal y desde entonces recorre festivales de teatro por todo el mundo. “Los actores fueron filmados uno a uno, utilizando procedimientos experimentales –describe Jasmin en diálogo con Página/12–, pero siempre al servicio del texto.”
–¿Cómo evolucionó el teatro de Marleau a lo largo de los años?
–La propuesta de Los ciegos no surge de pronto sino que es el resultado de una búsqueda que comenzó en otras obras, de lo que Denis llama “poética de la representación del fantasma”. En los ’80, Marleau se había interesado por el dadaísmo y el surrealismo, sobre lo sensorial en el teatro. Luego pasó a interesarse en los modos de representar la muerte, al personaje y su fantasma en escena. Siempre se fascinó con el teatro como un universo diferente de la vida. Todas sus búsquedas formales surgen de esa necesidad. El nombre de “fantasmagoría” alude a una especie de linterna mágica que en el siglo XIX creaban realidades diferentes.
–¿Por qué eligieron esta obra de Maeterlinck?
–Porque es la más radical de la producción del autor: las situaciones y los personajes tienen muy poco desarrollo. Ya en las didascalias se especifica que los personajes están en una posición estática y emergen de la penumbra. Nosotros respetamos lo indicado por el propio autor y, luego de leer unos escritos del propio Maeterlink, supimos que él mismo deseaba encontrar algún medio que no fuese un actor –una sombra o una escultura– para profundizar en el sentido del texto. En ese punto confluyeron el pensamiento del autor y la investigación de Marleau: dar vida a algo inanimado para mostrar la fragilidad de estos seres que, por otra parte, establecen una simetría con los espectadores, porque comparten con ellos una atmósfera oscura y el mismo entorno sonoro.
–¿No cree que la especificidad del teatro es la presencia del actor en vivo frente a un espectador? ¿Por qué llamar teatro a esta experiencia?
–El proceso de creación de Los ciegos tuvo características teatrales, el texto del autor está respetado en su totalidad y se usa un tiempo real. Lo que cambia es la técnica.
–Pero también en cine se puede trabajar así...
–Acá no hay encuadres ni montajes sino un trabajo tridimensional. Claro que es pertinente pensar que Los ciegos no es teatro. Pero tampoco es cine.
–¿Cuál es la recepción de esta obra en su país?
–En Canadá, la barrera de la tradición está menos presente. La tecnología al servicio del teatro es muy frecuente. Hay mucha libertad porque los directores no tienen ideas preconcebidas acerca de cómo debe ser el teatro. A nosotros nos parece que la tecnología es buena siempre que no sea un fin en sí misma, un recurso exterior, sino que se integre a la puesta. Pero el público canadiense no siempre es receptivo, porque no siempre acepta cosas nuevas.

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