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Martes, 27 de febrero de 2007
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“EL OTRO Y SU SOMBRA”, DE EDUARDO ROVNER

De la soledad y sus espejos

La artesanal y cuidada puesta de Francisco Javier está atravesada por el personaje que compone Julián Howard, un viajante de comercio condenado irremediablemente al abandono.

Por Hilda Cabrera
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El otro y su sombra va sábados y domingos en el Teatro del Pueblo.

Un señor alto y flaco ingresa a la habitación de un modesto hotel de provincia, inspecciona el lugar, elige una de las dos camas, sube el volumen de su casetera y baila al ritmo de “Amo esta isla”, de Pablo Milanés, mientras el público ocupa las sillas que bordean la escena. Este prolegómeno finaliza cuando el hombre se dispone al sueño y apaga su lámpara. Con el retorno de la luz, ese mismo personaje apunta con su revólver en dirección a la puerta. Su voz suena extraña, débil, nada convincente al exigir una respuesta a ese otro que irrumpe en el cuarto. El desconocido ocupa la cama libre sin reparar en quien, temeroso a pesar de empuñar un arma, acaba inventando respuestas para neutralizar la angustia que le produce el silencio.

La rara alquimia de gesto y movimiento que caracteriza al actor Julián Howard define esta puesta de Francisco Javier. Su estilo mecánico y seco se aparta de lo convencional y él mismo pertenece a esa clase de intérpretes que aparentan no esforzarse por seducir al público. Una actitud quizá negativa cuando se trata de elaborar, como en este caso, un protagónico. Al espectador debe bastarle entonces con lo que sucede en la escena, con las imágenes que se construyen frente a él y el actor desvanece y, eventualmente, con aquello que le sugieran los sonidos, algunos amenazantes: los que impulsan al personaje a declarar que no lo sorprenderán dormido, por ejemplo. Esta mención al sueño no es casual, tampoco la que incita al hombre a permanecer despierto en esta historia cuyo motivo central –según se lee en el programa de mano– es la falsa comunicación con el otro (o el falso diálogo), “que puede llegar a provocar situaciones extremas y peligrosas desde la suposición de qué quiere decir o hacer el otro”.

Howard interpreta aquí a un viajante de comercio desgarbado y con aspecto de paria. Uno de esos tipos que no saben qué hacer con la experiencia adquirida, que resultan insoportablemente ingenuos a veces pero queribles por espontáneos. Es cierto que el tono monocorde que el actor imprime a su parlamento puede generar apatía en algunos espectadores. Otra es la impresión de quienes logran captar las carencias del personaje sin exigirle a cambio una narración lógica. El monólogo seudo dialogado, la caracterización indirecta y el armado de la puesta con elementos simbólicos (un interesante aporte del escenógrafo Marcelo Valiente) ofrecen en conjunto un retrato de situación que permite ser analizado desde distintos planos, enriquecido incluso. El personaje Pico posee un lenguaje atomizado, invadido por miedos y dudas, pero despojado de lamentos y discursos complacientes. Sus acciones conforman rituales creíbles en quien enfrenta la soledad o el abandono, compatibles además con la confusión que amarra a este viajante interpretado por Howard, quien acredita una extensa labor en teatro, incluso como maestro y director, a partir de su trabajo en Chau Rubia (Teatro Abierto 1981) y –entre otros títulos– ¡Hola, Fontanarrosa! (1988), con el grupo Los Volatineros, dirigido por Javier; Secretos íntimos, Trinidad Asensio, Sombras nada más, El protagonista, Más que amigos, El inglés de los güesos y El Martín Fierro. En El otro... lo acompaña Fernando Dopazo, tal vez la sombra que perturba y cuya ausencia la leyenda asocia a enfermedad y muerte, o pérdida del guardián del yo.

En cuanto al valor simbólico de la sombra, El otro... parece orientarse al juego de espejos, como se desprende de algunos elementos de la escenografía, en este punto coincidente con la idea de que no se puede disociar al cuerpo de su sombra. De la artesanal y cuidada puesta de Javier surgen otros asuntos relacionados con lo irreparable y con la experiencia de un sueño en una habitación vacía donde el otro es quizá una visión del sueño.

7-EL OTRO Y SU SOMBRA

de Eduardo Rovner

Intérpretes: Julián Howard y Fernando Dopazo.

Escenografía: Marcelo Valiente.

Vestuario: Dady Miranda.

Luces: Fernando Dopazo.

Sonido: Juan Manuel Niño.

Efectos especiales: Juan Olmedo.

Asistente de dirección: Juan Manuel Niño.

Dirección: Francisco Javier.

Lugar: Teatro del Pueblo (Sala Teatro Abierto), Diagonal Norte 943, sábado a las 21 y domingo a las 20.

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