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Viernes, 13 de abril de 2007
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ENTREVISTA A ALBERT VIDAL

“Muchos creen que el arte es verdad”

Formado en varias disciplinas, el actor español presenta hoy Soy la solución.

Por Hilda Cabrera
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“Aquí hay una efervescencia crítica importante.”

Para saber de qué nos reímos habrá que ver Soy la solución. Después se dirá si se comparte o no la opinión del actor barcelonés Albert Vidal, protagonista de este espectáculo que se presenta a partir de hoy en el Teatro del Nudo. El nos recuerda aquello de “para conocer a un pueblo hay que saber de qué se ríe”. Este artista formado en varias disciplinas escénicas y con maestros de excepción, como Jacques Lecoq, Dario Fo y Kazuo Ohno, modificó el título para este estreno (la première mundial fue en el Teatro Nacional de Cataluña, en Barcelona). Un cambio que no alude a una característica local, sino al rescate de una frase que reiteraba en una antigua performance suya. Previo al debut en Del Nudo, se instaló de incógnito durante ocho meses en Buenos Aires, estudió el terreno y dedujo que en esta zona fluía energía: su teatro es sin red, y por lo tanto, afín a la ciudad. Vidal se formó como actor y mimo en Italia y Francia y descubrió el canto, el baile y las fascinantes danzas de Indonesia. Sus espectáculos se vieron en festivales europeos y centroamericanos y en encuentros realizados en Estados Unidos, Canadá y Japón. Participó en muestras de artes plásticas, conciertos y películas. Coreografía, escritura, música, iluminación y dirección completan su quehacer. Como él mismo resume, cumplió “cuarenta años de singladura creativa en diferentes terrenos de la expresión y la comunicación”. Vive en Mongolia con su mujer, adonde viajó interesado por el canto hömii, gutural, canto telúrico, como otros que interpreta en escena y grabó en compactos editados en Mongolia y España con distintos músicos.

–¿Cuál es su expectativa en este estreno?

–Mi impresión de visitante es que hay aquí una efervescencia crítica importante. No veo a un habitante abatido ideológicamente, sino a un ser habitado que cuestiona. No sé qué pasará conmigo, pero mi intuición me pide confrontar y conectar con el público argentino. El personaje que en este espectáculo se pone en la piel de muchos otros es un iluminado que transmite su impresión del mundo con ojos de niño pero con la madurez que da el conocimiento.

–¿Quiere decir que los iluminados son inocentes?

–El mío es un guiño en contra de los que prometen solucionar los problemas de los demás. Ese personaje que saldrá de la platea acabará diciendo que la solución está en cada uno de nosotros: hay que vencer los propios demonios para librar luego la batalla contra los de la sociedad.

–¿Qué demonios?

–En esta época son, por ejemplo, los que acompañan al fenómeno de las migraciones. Por eso en esta obra aparece un facha, ensartadísimo con el racismo. Otros demonios son el consumo exagerado y el materialismo, porque un modo de neutralizar el miedo a la vida es acumular bienes materiales.

–¿Sólo por miedo?

–Y por ignorancia y estupidez, que son fáciles de adquirir y nos las sirven con cuchara de plata. Es un hecho –y sin entrar en política– que las clases dominantes manipulan a la clase trabajadora y se interesan por dirigir la ansiedad de la gente hacia el consumo. Si una empresa quiere ganar dinero, lo primero que hace es generar miedo en el consumidor para que éste no comparta con los demás lo que quizá ya tiene. Lo atomiza y multiplica así el número de compradores.

–¿En Barcelona, su ciudad, fluye esa energía que encuentra en Buenos Aires?

–Cada vez menos. Las instituciones pesan sobre los creadores por vía indirecta, a través de subvenciones. Por un lado te prometen libertad y por otro te ponen límites. Lo dijo un crítico de La Vanguardia: “Ahora, cuando los creadores van a gestionar con una institución, lo primero que les piden son facturas”.

–¿Cómo instala su trabajo en ese contexto?

–En España soy rara avis. Tuve la suerte de viajar y compartir tareas con grandes maestros, como Jacques Lecoq, en el París de los ’60, de cuya escuela fui profesor. Por él supe cómo el cuerpo humano se puede transformar en cualquier manifestación de lo creado. Si me pongo en la piel de otro, lo conoceré mejor y lo amaré, porque conocer es amar. El amor nace de saber que ese otro individuo o esa otra materia forman parte de nuestra esencia. Ese origen compartido es un caos magmático incandescente, “nuestro centro más profundo”. Mi complicidad con el otro nacerá de mi deseo de profundizar en esa experiencia. No creo en las culturas de fusión horizontal. La única fusión es en profundidad. Con otro maestro, el Premio Nobel Dario Fo, realicé giras con su compañía en la Italia de 1972 y 1973, años de efervescencia, cuando los fascistas amenazaban con poner bombas en los teatros, o las colocaban, directamente. A Kazuo Ohno, creador del movimiento butoh en Japón, lo descubrí a principios de los ’80, en el Festival de Nancy, adonde había ido con mi propia compañía. Recuerdo tardes enteras en las que él bailaba reproduciendo manifestaciones de la naturaleza: vegetales, animales. Trabajé codo a codo con ellos cuando no eran excesivamente conocidos.

–¿Qué obtuvo de esas experiencias?

–En un determinado momento, decidí retirarme a una masía, una construcción rural aislada (en Cataluña), heredera de las villas romanas, y allí, macerando lo aprendido con los maestros, elaboré un lenguaje propio, un estilo surfing que me divierte. En esto es importante no perder el hilo de la dramaturgia y evitar la falsa seducción del espectador. Por eso practico el distanciamiento en la escena. El espectador debe saber que estamos metidos en un juego, y que éste es una mentira. Lo digo en esta obra, pues muchos creen que arte es arte de la verdad y muy pocos entienden que es arte de la mentira. Encuentro pernicioso el naturalismo que se pretende sincero, pues presupone una actitud malsana en el espectador, como ésa de ignorar que se trata de un juego.

–¿El público no desea identificarse con lo que sucede en la escena?

–Se dice que una sociedad que no lleva máscaras se divierte viendo máscaras sobre el escenario y que la sociedad que sí las lleva no las acepta sobre el escenario.

–¿La toma de conciencia de esa mentira exige un aprendizaje?

–Sí, pero ése es el discurso del conocimiento.

–¿Esta es su propuesta?

–Claro, porque buscar el conocimiento es una responsabilidad. Con conocimiento se cuestiona. Si no es así sucede lo que se ve en el cine o en la TV: espectadores que llegan a contemplar imágenes atroces mientras comen pochoclos o cenan. Esta es una pasividad que se cultiva, y ante la que debemos estar alertas. Hoy es revolucionario transmitir energía positiva y conciencia de la propia dignidad y de la dignidad de los demás. Por eso no me interesa la dramaturgia de sustracción.

–¿Las considera negativas?

–Las dramaturgias que te dicen que estás mal y te ofrecen algo todavía peor, desalientan. Te pegan la paliza. Tanta gente que insulta y expresa sentimientos bajísimos, hunde. Hay que luchar contra la mediocridad y no celebrarla disfrazándola de festividad. Sé que es difícil salir de esos raíles. Quisiera que una próxima bandera de la juventud fuera el conocimiento, porque entraríamos en un terreno nuevo. Claro que antes hay que pegarle patadas a muchas cosas.

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