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Lunes, 3 de octubre de 2005
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DIEGO KOGAN HABLA DEL PAYRO Y DE SUS PROYECTOS

Atacar para defenderse mejor

El director estrenará próximamente la obra Una comedia bareback sobre el sida. Hoy habrá un encuentro para apoyar al Payró.

Por Hilda Cabrera
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Kogan, con una cooperativa, conduce la histórica sala porteña.
“Un decreto no es lo mismo que una ley; no queremos depender de la buena voluntad de las autoridades. Si bien el Teatro Payró no se encuentra en este momento en una situación de riesgo, aspiramos a alcanzar un nivel aceptable de estabilidad dentro de un marco legal”, sostiene el director e iluminador Diego Kogan, quien, junto a la actriz y directora Felisa Yeni y un grupo de colaboradores, se encarga de la conducción de la sala de San Martín 766. Por esa razón se realizará allí un encuentro artístico hoy a las 19.30 para presentar un proyecto de ley que proteja este espacio de alguna futura arbitrariedad. “La tenencia del lugar fue otorgada por decreto a nuestra cooperativa Los Independientes en 1992, pero la situación legal sigue siendo precaria –señala Diego, hijo de Yeni y del fallecido director, iluminador y régisseur Jaime Kogan, quien en 1967 se hizo cargo de ese teatro liderándolo hasta su muerte, en 1996–. Este pedido, impulsado por el diputado Agustín Zbarc, implicaría un reconocimiento a la labor desarrollada durante más de cincuenta años, y también un alivio, porque podríamos planear con mayor seguridad las próximas actividades.”
La respuesta a la convocatoria fue inmediata: confirmaron su presencia, entre muchos más, Elena Tasisto, Agustín Alezzo, Tato Pavlovsky, Juan Carlos Gené, Onofre Lovero, Vivi Tellas, Mirta Busnelli, integrantes de los ciclos de Teatro por la Identidad, el artista plástico León Ferrari, Enrique Pinti y Beatriz Sarlo.
Como otras salas independientes, el Payró recibe subsidios de Proteatro y el Instituto Nacional de Teatro. Se dictan allí clases y programan espectáculos. Los próximos serán Diatriba de amor para un hombre sentado, de Gabriel García Márquez –interpretado por Graciela Dufau, con dirección de Hugo Urquijo–, y una comedia bareback sobre el sida (sic), nacida de una idea de Diego con dramaturgia de Patricia Zangaro. Se trata –como lo ha hecho en otra puesta, Las razones del bosque, en base a la obra y el imaginario de Anton Chéjov, también con dramaturgia de Zangaro– de un trabajo de escritura escénica. Según Kogan, una obra a lo Frankenstein, porque las fuentes de creación surgen de diferentes aportes: “No es la pieza clásica de un autor que escribe en soledad. Participamos todos”.
–¿Qué pretende decir sobre el sida?
–La idea es atacar el paradigma del sida, porque lo que se nos transmite a nivel institucional hace agua por todos lados. Ese paquetito que nos quieren vender no cierra, salvo por el lado económico, por el beneficio que obtienen los laboratorios y que implica a médicos y psicólogos deshonestos, y muchos otros no profesionales.
–¿Por dónde no cierra?
–Por ejemplo, por el costado psicológico. Es devastador inculcar en el sidótico, y en quienes lo rodean, un clima lastimero. El sidótico que acepta ese lugar de víctima comete un gran error. Debe llamar a las cosas directamente y no aceptar el discurso mediatizado que busca filtros, formas tangenciales para hacer digerible el problema e impedir que cada uno lo nombre como quiera. Yo utilizo la palabra sidótico para hablar de mí, porque sé que tiene una connotación despectiva y es bien directa. ¿Acaso no se decía que las Madres de Plaza de Mayo eran locas? Bueno, sí, aceptemos que eran locas para los otros, no para ellas que sentían el dolor y pedían por sus hijos. Seamos entonces como esas madres, locos para esos mediadores. Expresemos nuestra disconformidad para defendernos.
–¿De qué manera esta actitud se convierte en material de teatro?
–En mi caso, no dejándome atrapar en ese espacio que se le destina a los sidóticos y construyendo una comedia. Me apodero así de mi propia experiencia de convivir con el virus. Cuando supe cuál era el resultado de los análisis, hace ya quince años, una psiquiatra me preguntó si yo estabaen condiciones de aceptar que iba a vivir a lo sumo dos años. Y no, no estaba en condiciones, pero tampoco me deprimí. Dejé de ir a esa psiquiatra. Me dije ¡minga, no voy a morir! Y mi experiencia fue buena: tuve muchas alegrías y realizaciones. La mía es una postura psicológica, pero también una posición política.
–A veces no es cuestión de voluntarismo.
–Es cierto, pero soy un convencido de que si existe una solución, el primero que la tiene es el que está o se siente atravesado por este problema, y si, al mismo tiempo, no se considera víctima. Hacer una comedia es, además de una toma de posición, una forma de reflexionar y debatir con los otros. En general se habla mucho sobre el sida, pero no se profundiza. ¿A quién ayuda la publicidad, por ejemplo? Eso que circula por ahí, en afiches, videos y programas de televisión son pseudo reflexiones, pautas de conducta convencionales que dividen: por un lado está lo que se considera bueno, o correcto, y por otro lo malo, incorrecto. Y eso se convierte en fórmulas que se repiten como slogans.
–¿Por qué cree que no sirven esas mediaciones?
–Porque hay intereses económicos y mucha ignorancia. Hace veinticinco años que se viene estudiando el tema y todavía no se sabe si es conveniente o no medicar. Más honesto sería decir que todavía se está probando, pero la medicina necesita certezas; si no las tiene las inventa. Se compran fórmulas como si fueran buenas, y con la experimentación se demuestra que no resultan. La medicina institucionalizada no acepta dudas ni ambigüedades, y en esa actitud están los médicos y los laboratorios. El médico que disiente no encuentra espacio: le caen todos encima.
–¿Cómo encauza estas reflexiones de modo artístico?
–Indagando en el sida como si fuera una situación de comedia. En la obra hay una historia, conflictos y peligros y siete personajes aislados en un bunker, tramando algo. Ironizan: se ríen de sí mismos, de su sexualidad, de sus amores y desamores, y del sida, claro. Construimos una puesta en la que el público podrá tener acceso a ese bunker, pero sin que se lo presione. No participa como actor, sino que está ahí, cerca de los personajes, de los cuales tres son mujeres, y una de ellas embarazada y otra médica. No son todos jóvenes: digamos que tienen entre 18 y 43 años. Antes del estreno, pensamos hacer quince funciones a modo de testeo, de work in progress, y en horarios desquiciados, no convencionales.

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