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Martes, 29 de mayo de 2007
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ENTREVISTA CON LOS ACTORES DE “JAMEL (TEATRO SIN ANIMALES)”

“Algunos se arrepienten de reír”

Marcelo Mazzarello, Pablo Cedrón, Ernesto Claudio y Carlos Belloso dieron forma a una obra que, a través de cuatro hombres varados en un submarino, representa el “sentir argentino”.

Por Sebastian Ackerman
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“Hay algo que nos amontona, no sabemos si es el viento o qué, pero nos amontona.”

¿Cómo definir la escena de cuatro tipos en un submarino perdido en el fondo del mar, esperando el momento de hacer la revolución? “No es la gauchesca original –dice Pablo Cedrón, dramaturgo y actor junto a Carlos Belloso, Marcelo Mazzarello y Ernesto Claudio de Jamel (teatro sin animales)–, pero tiene algo nacional, dicho de refilón, pero haciéndolo tantas veces hasta que forme un conjunto. Que sea el espíritu, la fragancia de lo nacional. Todas esas cosas están en el alma, si es que tiene una, de esta obra. También tiene cosas que dan risa y descomprimen, miguitas del laberinto de Hansel y Gretel que te guían de un lugar a otro.” La obra, ¿acaso neorralismo gauchesco?, se presenta los viernes y sábados a las 21.30 en la Centro Cultural Konex (Sarmiento 3131).

Pensaron, por primera vez, en juntarse en una de tantas producciones que compartieron para televisión, tal vez en uno de los largos momentos de espera para filmar sus escenas (Sos mi vida reunió a Cedrón, Belloso y Mazzarello) y en las reuniones en las que Cedrón se encargaba de la cena. “En la tele siempre hay dos o tres con los que decís: tenemos que juntarnos para hacer algo, funcionaríamos bien –cuenta Belloso– y, por lo general, siempre queda en intención. Nosotros ya nos juntábamos igual para comer, pero al mismo tiempo fue la posibilidad de concretar: tantas veces dijimos de hacer algo. Bueno, hagámoslo, nos impusimos. Y salió bien.” “La cuestión de inventar un proyecto, de hacerlo crecer de punta a punta, es importante, más allá de si el público acompaña”, sigue Mazarello. “Trabajamos un lenguaje teatral que a nosotros nos gusta y que la gente disfruta. Para mí es la primera vez que funciona y es la comprobación de que se puede hacer algo así.” Las cenas se organizaban en la casa de Pablo Cedrón, a las que se sumaba Ernesto Claudio. “Siempre nos juntamos a comer, desde hace años. En una época comíamos cosas raras, como guanaco, o gallo, que también les di. Y ellos no lo sabían”, confiesa Cedrón.

Carlos Belloso: –El es muy desconcertante con eso, porque te pone el plato y te dice: Coman. Después, cuando terminaste te dice: Qué comiste. Podés comer cualquier cosa. ¡Un vecino te puede servir!

Marcelo Mazzarello: –El problema es cuando se suspende de una semana para la otra porque no tiene freezer, y vos sabés que es la misma comida que la semana anterior porque no va a preparar otra.

Ernesto Claudio: –Pablo un día me dijo que quería que estuviera en una obra que él había escrito, y que me iba a mandar el texto para que lo leyera, pero cuando me dijo quiénes iban a estar no hizo falta: le dije que sí, no hacía falta que le leyera. ¿Cómo no voy a querer trabajar con estos tres forajidos del arte?

–¿Cómo es trabajar con amigos? ¿Hay diferencias en comparación con otros trabajos que hicieron?

M. M.: –Más allá de la amistad, encontramos un lenguaje artístico que es común a los cuatro. Hay una mirada determinada de cómo funciona nuestro humor. Y hablo de un lenguaje porque no sé cómo definirlo, pero hay algo que nos amontona, no sé si es el viento o qué, pero nos amontona. Hay una mirada singular y una elección estética y artística de hacer algo nuevo, y en eso encontramos similitudes entre nosotros, qué nos hace reír, y parecería que hay gente que se ríe de lo mismo.

E. C.: –Entre los actores hay mucho divismo, somos una raza medio insoportable, pero entre nosotros podemos hacernos críticas sin que nadie se ponga en divo ni se haga el ofendido, y eso es muy bueno.

–¿Por qué la obra se llama Jamel? ¿Qué quieren decir con eso?

P. C.: –Mi abuela no sabía decir Hamlet. Y cuando vio la película no entendió lo que era. Entonces, entendió cualquier cosa de Jamel, no entendía por qué tenía mal humor, angustia, mala onda si tenía todo: era príncipe.

C. B.: –Jamel es una sensación, está. Cuando lo nombrás es porque se está describiendo, expresa varias sensaciones. Es asomarse a un mundo que no hace falta explicar, sino que se explica solo.

P. C.: –Puede querer decir muchas cosas de acuerdo con el contexto, y como somos muy jamel en la Argentina, hay varios que nos particularizan. Al vivir en el jamel, hay muchos. Puede ser un proyecto trunco (que de eso sabemos mucho), la esperanza de haber podido ser algo que al final no fuimos, lo que no fuimos y nunca será también: un país con un futuro enorme pero sin presente y con un pasado trágico.

Y asume Pablo Cedrón que mientras escribía la obra se preguntó “si no habría que explicar más qué quiere decir jamel”. “Y me acordé de La naranja mecánica, en donde si bien no entendés de qué se trata todo ese lenguaje, finalmente terminás comprendiéndolo; es como si te asomaras a un mundo nuevo, pero no es un mundo que se hace explícito para vos. Jamel define una forma de angustia nueva pero pasajera, que ni siquiera es como la de Hamlet, que es demasiado trascendente. El jamel es una porquería muy pasajera que inmediatamente es suplantada por otra porquería”, explica.

Jamel tiene una particularidad: los fragmentos que quedaron afuera de la obra se pueden ver por Internet en el sitio mixplay.tv, lo cual los lleva a definirla como multimediática. Pero lo central sigue siendo el escenario: “Yo creo que confluyen varias cosas”, arriesga Belloso. “Primero una representación del sentir argentino: gente adentro de una máquina que tiene que funcionar, el submarino, que a pesar de todas las dificultades funciona, con el agravante de que están en el fondo del mar y por momentos varados. Situación que se puede ver en la coyuntura: tenemos fotos del “Irízar” que trasladadas a la obra son iguales a nosotros en la obra. Pero al mismo tiempo tiene la tradición de la obra absurda, jugar con el lenguaje. Creo que presagia algunos comportamientos que en nuestro país se repiten. Cuando termina, la obra abre una esperanza muy miserable; es salir de ese problema para meterse en otro más grave, cagando de la misma manera en que los cagaron a ellos. Y también tiene esa narrativa de la obra de aventura, la odisea imposible. Y algo de épico: hay un sistema opresivo que hay que desarticular y nosotros tenemos esa misión”, se entusiasma.

–Y entonces, ¿cómo definirían la obra?

P. C.: –Mucha gente me comentó que se rió y se arrepintió de haberse reído. Algunas cosas están dichas de manera brutal, y si alguien se ríe de eso parecería que opinara lo mismo. Pero no necesariamente lo brutal es la opinión, sino la forma. Y a veces hay cosas que están dichas de una forma más delicada y son verdaderamente brutales.

M. M.: –Este texto, a la primera mirada, presenta demasiadas capas en muy poco tiempo. A veces se tiene una visión superficial, que es la primera que podés tener, como fue la que tuvimos nosotros la primera vez que lo leímos. Después analizás. La mayoría de las personas cuando termina la función te dicen: Está buena. Pero se quedan pensando, y al otro día te llaman y te dicen: Está buenísima porque pasa esto y aquello. A los cinco minutos que terminó no llegaste a procesar la cantidad de cosas que hay. Jamel tiene una lectura superficial pero además otra profunda, que también es visible. El gran mérito de Pablo Cedrón es hacer que todo eso transcurra a través de la risa. Montarlo como un drama sería más lineal, más aburrido, muy solemne. Pero hay un gran trabajo para decir lo mismo y que cause gracia, sin ser obvio señalando dónde hay que reírse.

E. C.: –Esta aparente liviandad permite que uno vaya internándose en las profundidades del texto. Poco a poco lleva a un terreno de reflexión. Es hablar de cosas trágicas dejando miguitas de comedia que hacen que uno la lleve un poco más fácil, pero que también hace que uno se pregunte después: ¿De qué carajo me reí?

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