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Miércoles, 1 de agosto de 2007
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LEONOR MANSO Y “ANIQUILADOS”, DE SARAH KANE

“Ella ponía el cuerpo, dejaba que las palabras explotaran”

La actriz dirige en El Portón de Sánchez una puesta sobre el texto de la autora inglesa, una reflexión sobre las marcas que deja la guerra.

Por Hilda Cabrera
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Manso acaba de llevar el monólogo 4:48 Psicosis, también de Kane, al Festival Grec de Barcelona.

De cuando el humano empieza a dejar de ser individuo: ésta sería una primera impresión sobre Aniquilados (Blasted, traducida también como “reventados” o “devastados”), obra de la inglesa Sarah Kane, que se suicidó en 1999 a los 28 años dejando cinco trasgresoras piezas de teatro. Los otros títulos son El amor de Fedra, Ansia, 4:48 Psicosis y Purificado, trabajos en los que la actriz y directora Leonor Manso dice hallar “algo beckettiano en la rutina de los vínculos”. Manso –ahora a cargo de la concepción escenográfica y la dirección de Aniquilados– recuerda que esta obra de 1974 estrenada en el Royal Court de Londres escandalizó al público y a los críticos, pero fue sin embargo ardientemente defendida por el dramaturgo Harold Pinter. Esta artista conoce en profundidad el mundo de Kane a partir de su actuación en 4:48 Psicosis, monólogo que ofreció por varias temporadas en Elkafka conducida por Luciano Cáceres, y llevó a Barcelona, invitada al Festival Grec. Era casi natural que Aniquilados, escrita en tiempos del gobierno conservador británico de Margaret Thatcher, fuera denostada. “Sarah integró un movimiento teatral contestatario de los años ’80 y ’90 que se llamó En tu propia cara (“In-your-face Theatre”), dentro del cual desarrolló una particular lectura de lo social”, apunta la actriz, cuyo último trabajo en cine fue su protagónico en Luisa, primer largometraje de Gonzalo Calzada. La dramaturga Patricia Zangaro se ocupó esta vez de la traducción de Blasted, obra que conmociona y al mismo tiempo sirve de exorcismo: “Kane opinaba que en estos trabajos exorcizaba la violencia.”

El trasfondo es una guerra que aquí no se muestra en directo, pero contamina el interior de un hotel caro. Lo que sí aparece en primer plano es la humillación. Se ha escrito incluso que Aniquilados alude al abuso como pretexto para incluir un hecho real y un trauma que la autora, violada por su padre, no superó. El otro apunte sería el de la agresión a Bosnia-Herzegovina (1992-1995). Sobre este particular, Manso aclara que “aquí no se muestra la guerra, sino su consecuencia”. Sin duda, Aniquilados, como 4:48 Psicosis, deja perplejo al espectador: “En el Grec, los españoles me preguntaban si había una luz en 4:48 Psicosis (la cifra 4:48 señala la hora en que se registra mayor cantidad de suicidios) y yo contestaba que no la hay, que si deseaban una luz no la buscaran en la obra sino en ellos mismos, o en ellos junto a otros”.

–No es un pedido extraño, porque Aniquilados impacta como una pesadilla.

–Y es una pesadilla. Allí no hay un lugar donde estar ni donde no haya otro que esté vigilando. Esa vivencia es muy fuerte, también en la vida de todos los días. Un soldado invade la vida de Ian, que es un hombre mayor, y la de la muchacha, y ellos a su vez invaden al Soldado, que es la misma guerra. Es una obra singular, por eso compré los derechos y la dirijo.

–¿Cuál sería la relación con 4:48 Psicosis?

–Ahí sentí en mi cuerpo el mundo de Sarah. En Aniquilados es distinto, conozco ese mundo pero tengo que verlo desde afuera. Como directora, la prioridad es elaborar situaciones y trabajar sobre los conflictos que se producen entre los personajes, y entre éstos y el exterior.

–Los personajes sorprenden siempre, es difícil imaginar qué harán.

–En eso se parecen a los de Shakespeare. Aman y, de pronto, sin transición alguna, sin un cambio de orden psicológico, están odiando y apuntando al otro con un revólver. Esto es muy atractivo en el teatro. Cuando leía la obra, quería saber más y más sobre cada uno de ellos. En el vínculo que se da entre el hombre mayor y la chica hay algo incestuoso y algo de la importancia del poder. Quise destacar justamente cómo el humano somete a otro, cómo lo obliga, manipula, humilla, le hace creer determinadas cosas y, además, que es responsable de éstas; o peor, que es culpable, cuando uno, como espectador de ese maltrato, sabe que ese otro no es culpable.

–¿Es posible liberarse de esa presión?

–En Aniquilados los vínculos se modifican recién en el segundo acto, cuando la muchacha se da cuenta de quién es Ian. Pero cuando intenta escapar de esa pesadilla surge el Soldado.

–¿Lo más oculto es siempre una pesadilla o un desvarío? La risa descontrolada de la chica, por ejemplo...

–Lo oculto puede ser un infierno o algo parecido a Los caprichos, de Goya. La risa de la chica es otra cosa: lo que se llama petit mal, un ataque de epilepsia, una reacción del organismo: un desvanecimiento. Estas situaciones son en la obra consecuencia de la presión del poder. Ian es un hombre que trabaja para los servicios de inteligencia de un Estado que aparenta ser democrático. Digo aparenta, porque en realidad en ese Estado se mata y se hace desaparecer cuerpos. El miedo está muy presente dentro y fuera de ese hotel que se encuentra en una zona ocupada, y donde –como en la intimidad– siempre hay alguien a quien someter y alguien que puede someternos. En general cuesta reconocer esto, como cuesta saber dónde y con quién está uno hablando. Ian trabaja para los servicios y sin embargo esos servicios lo quieren matar. El cumplió con lo que le pidieron: mató e hizo desaparecer personas. Hizo de todo para no quedar afuera del sistema y por eso mismo perdió el dominio sobre su persona.

–¿Diría que ésta es una obra muy demandante?

–Nos aniquila también a nosotros, pero nos provoca. ¿Quién le quita a uno este viaje? Sarah no escribía desde la cabeza ni con la tranquilidad del autor de escritorio. Ella ponía el cuerpo y dejaba que las palabras explotaran.

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