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Sábado, 11 de agosto de 2007
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ENTREVISTA AL AUTOR Y DIRECTOR TEATRAL EDUARDO ROVNER

De la desmesura y el deseo

El dramaturgo estrenó en el Teatro del Nudo Finales felices, un espectáculo conformado por dos obras breves y escritas recientemente, que apelan al absurdo y que él mismo dirige.

Por Hilda Cabrera
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“Los personajes surgen de observaciones sobre gente que se queja de conflictos que nunca resuelve.”

“Hizo todo lo que pudo y pudo todo lo que hizo.” El epitafio es un logro de Octavio, poeta especializado en lápidas y uno de los personajes de Finales felices, espectáculo que reúne dos obras cortas de Eduardo Rovner. La acción transcurre en Pago Chico, donde las penas han superado a las alegrías. Un pueblo en picada, donde quedan ya pocos habitantes a enterrar, como se lamenta Justino, en el rol de enterrador y forastero. Lo cierto es que detrás de esa desolación golpea una historia que tuvo como centro a un tal Jacinto, el adivinador, también llamado enfáticamente, en época de aciertos, “profeta de las pampas”.

Escritas en 2006 y dirigidas hoy por su autor, las dos obras son actuadas por Santiago Ríos y Alfredo Castelani. El primero integró en otro tiempo el elenco de Cha Cha Cha (creación de Alfredo Casero), componiendo entre otros papeles el del alumno Tengardulo y los de enfermero, militar y obispo; el segundo fue “descubierto” por Rovner en Silencio en la noche, pieza de Alfredo Allende que el autor presenció siendo jurado, en el Festival de Teatro de Humor 2005, organizado en Zapala. Los títulos de estas piezas breves que integran Finales... son El poeta y el sepulturero, definida como tragicomedia, y Viejas ilusiones (comedia), cuyas anécdotas suman delirios, que no son sólo patrimonio de la ficción. Más allá de la obra, se sabe de la existencia de empresas internacionales que, además de diseñar lápidas con poemas, adosan a éstas una pantalla en la que se visualizan imágenes del difunto.

Una característica de Rovner es utilizar elementos del absurdo, afinar ironías y apelar al humor negro, matizado en las piezas de Finales... por una “risueña” levedad. Este cambio es aún más evidente si se las compara con otras breves y lejanas, como ¿Una foto...?, estrenada en 1977 en el Teatro Payró y “dedicada a quienes se resistieron a sonreír”; o Concierto de aniversario, dirigida por Sergio Renán y presentada en el ciclo Teatro Abierto 1983.

–¿A qué se debe este regreso a lo breve?

–Pensé en retomar la escritura de obras cortas a partir del pedido de una revista teatral que se edita en Valencia. Entregué un primer trabajo y después me envicié. Le tomé el gusto y escribí éstas, de 35 a 40 minutos cada una, con un intervalo para los cambios.

–¿Cuál es aquí el aporte de la desmesura?

–La desmesura permite llegar al límite del deseo. La hija de 100 años quiere cumplir el sueño de ser cantante y psicóloga. Está harta de cuidar de su madre de 120 años, aquejada de todos los males y en silla de ruedas. Estos personajes surgen de mis observaciones sobre esa gente que durante años se queja de conflictos que nunca resuelve. La hija, Petra, sigue buscando la felicidad; pretende fugarse con un novio de 100 años que se divorció de la anterior mujer por incompatibilidad de caracteres. Quise llevar al límite ese deseo adolescente de total independencia.

–¿Cree que se necesitan otros componentes? ¿La soledad? ¿El rencor?

–La historia del poeta y el sepulturero la imaginé en mis viajes a la costa, adonde voy en días de semana, cuando no hay gente. En ese clima apareció el personaje de Jacinto y su ascenso y caída como ídolo popular. Este hombre tiene el don de adivinar, y en general acierta. Pero un día las cosas se desarrollan de manera diferente a lo que anuncia. Sus errores se convierten en tragedia para la gente, y de héroe pasa a ser el más odiado del pueblo. Crucé esto con el relato de un conocido que acostumbraba ofrecer poesías a los deudos. En estas historias hay soledad y rencor.

–¿Prefiere ocuparse usted mismo de la dirección de sus obras?

–A veces sí. Mi dirección anterior a ésta fue en España. Me convocaron de la Universidad de Murcia para dirigir La mosca blanca. Antes habían estrenado allí Volvió una noche.

–¿A qué se debe la permanencia internacional de Volvió...?

–No sé explicarlo. Recibí pedidos de lugares insólitos. Ahora se va a presentar en Houston, Texas, adonde también fui invitado.

–¿Atraen tanto las obsesiones de una idische mame?

–Diría que las obsesiones de todas las madres, porque todas son sobreprotectoras. Esta madre difunta que controla a su hijo y se enoja porque le mintió (porque no es médico ni toca obras de Beethoven en una orquesta, sino que es pedicuro y toca en un grupo de tango) no es mostrada como judía en todos los países. En España, México, Cuba y Finlandia es una madre como cualquier otra. Pero ésta no es la obra más montada. La supera Compañía (sobre el tedio de la pareja y la incapacidad de vivir apasionados). Me resulta increíble que Volvió... se haya puesto en veinte países y esté traducida a numerosos idiomas. En Praga está en cartel desde hace diez años y desde hace cuatro también se representa La mosca... Me comunicaron que se pondrá en Polonia y Eslovenia. Esto es como pinchar banderitas sobre el mapamundi.

–¿Supervisa esas puestas?

–En general no me entrometo. Las que se estrenaron en la República Checa partieron de una concepción diferente de la mía. Utilizaron lo que les interesa. Tampoco se puede olvidar que allí se trabaja relacionando turismo y cultura, que es también fuente de ingresos. ¿Se puede creer que en los subtes hay afiches de Volvió...? Acá difícilmente haya obras de teatro en los afiches callejeros. En Praga hay otra cabeza. Volvió... se da en un teatro nacional y de repertorio, de manera que el actor que interpreta al Sargento Chirino en la obra también protagoniza a Hamlet. Hubo gente que creyó superfluo mantener ese personaje. (Este Chirino es el personaje que envía la madre muerta para darle estocadas al hijo y recitarle fragmentos de Juan Moreira, demostrándole así que está enojada.)

–En esas compañías no hay papeles secundarios...

–Son actores muy formados y con mucha personalidad. En Praga, Volvió... es un espectáculo al estilo de los de Emir Kusturica: en la secuencia de los tangos, veinte parejas de bailarines interpretan tangos gitanos. Caer allí es como caer en otro mundo, esos teatros son intocables. No hay quién se atreva a atentar contra eso. En las universidades tampoco se quiere modificar ese estado de cosas. ¿Para qué, si están organizadas para prestigiar al país y no para cambiar la sociedad?

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