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Jueves, 4 de octubre de 2007
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BIANCHI Y GOROSTIZA

Tributo para dos grandes del títere

Un grupo de reconocidas figuras de la cultura se reunió en la sala Gregorio de Laferrère para homenajear a dos grandes de la escena, pioneros de la disciplina.

Por Hilda Cabrera
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Bianchi y Gorostiza se anticiparon al Teatro de Objetos.

¿Títeres al poder? ¿Por qué no? Lucecita, el muñeco más compañero de la actriz y titiritera Sarah Bianchi, lo pregona queriendo sumar votos para “cambiar el mundo”. La proclama se oyó el martes en la sala Gregorio de Laferrère, de Argentores, en el transcurso de una función-homenaje a dos pioneros de ese arte en la Argentina: Bianchi y el dramaturgo Carlos Gorostiza, cuyo nombre está ligado fuertemente a la narrativa, desde la divulgación de sus trabajos de adolescente al fascinante mundo de las marionetas. Como señaló el autor Carlos Pais durante el acto, el muñeco u objeto más sencillo, hecho de trapos y cartones, es creador de situaciones mágicas. Pais destacó la labor de los integrantes del Grupo de Titiriteros del San Martín (algunos presentes), recordando a su fundador y director, Ariel Bufano, a quien sucedió a su muerte Adelaida Mangani. El dramaturgo recogió palabras dichas alguna vez por Bufano, con las que concuerda: “Adhiero, como los títeres, a la paz, la libertad y el amor; reniego, como ellos, del odio, de la esclavitud, el hambre y las dictaduras”.

El programa de este festejo, coordinado por Kitty Oates Hallan, contó con adhesiones y un público mayoritario de artistas. Tito Loréfice le dio vida a Maese Trujamán (personaje creado por Bufano), comenzando por una cabalgata de nombres: Ariel Bufano, Mane Bernardo, Javier Villafañe... “Todos ellos, respetable público, para rendir nuestro homenaje a dos figuras señeras de la escena nacional, la gigante Sarah Bianchi y el morocho Carlos Gorostiza”. Loréfice bromeaba así cariñosamente sobre la pequeña figura de la titiritera y la canosa cabellera del dramaturgo.

A modo de testimonio, Mangani destacó aspectos de la vida y obra de Sarah, especialmente aquellos años en los que Bianchi junto a Mane Bernardo fundaron la Compañía Nacional de Títeres, con sede en el Teatro Cervantes. Fue en 1943, y en un tiempo nada propicio para este arte y las mujeres. Un arte considerado marginal y a cargo de varones. “En esos años habían montado una versión de El rey desnudo, ¡deliciosa!”, subrayó Mangani. Ellas fueron “absolutas pioneras” –apuntó–. “Hay que tener en cuenta que en ese momento organizar un teatro oficial de títeres, encabezar una compañía –ya sea oficial o independiente–, ofrecer espectáculos en salas y salir de gira por las diferentes provincias era un desafío y un acto de valentía que no tenía par. Sarah da cuenta de ello cuando relata que fueron desalojadas del Cervantes (en 1946) y les quemaron gran parte de sus materiales; y cuando fundaron el Teatro Libre Argentino de Títeres en 1947, luego de que el estatal se hubiese cerrado, y debieron cambiarle el nombre al grupo porque la palabra libre estaba prohibida.” Para que no hubiera dudas, sustituyeron el nombre por Títeres Mane Bernardo-Sarah Bianchi. Y así quedó hasta que “Mane se fue de gira”, como prefiere decir Sarah para referirse a la muerte de su compañera.

Nuevas técnicas para el retablo, utilización de la mano desnuda e incorporación de títeres no antropomórficos fueron logros de estas artistas que se anticiparon al llamado Teatro de Objetos. Recorrieron el país a la manera del maestro Javier Villafañe, pero no dejaron de privilegiar el teatro de sala. “De estos avances somos todos tributarios”, precisó Mangani, refiriéndose además a las innovaciones en el espacio escénico y a la actividad docente de Sarah, de cuya sabiduría disfrutó siendo su alumna en el Instituto Vocacional de Arte. Agradecida, Mangani brindó entonces junto a Loréfice (siempre a cargo de Trujamán) y Ariadna Bufano, otra obra del maestro Ariel, Pepita, donde una bella y enamorada marioneta-niña baila Fascinación, vals famoso en otra época. Fue también Trujamán el que presentó al dramaturgo Ricardo Talesnik, quien a su vez se refirió a Gorostiza.

Peleándose con su propio desorden en materia de papeles, Talesnik leyó escritos y reflexiones del homenajeado publicadas en dos libros: La clave encantada, sobre sus andanzas de autor, actor y titiritero adolescente; y El Merodeador Enmascarado (memorias editadas por Seix Barral). El eje de su charla actuada fue “el niño escondido” que Gorostiza y todos llevamos adentro. Recordó obras que entonces eran ofrecidas en hospitales, escuelas rurales y clubes de barrio. Loréfice marcó un cambio en el programa al recitar un romance del fallecido Javier Villafañe dedicado a los titiriteros del mundo. Abrió así paso a la entrega de plaquetas. Gorostiza recibió la suya de manos de la narradora y dramaturga Beatriz Mosquera (vicepresidenta de Argentores) y dudó entre agradecer o desmentir a Talesnik, de cuya obra más famosa, La fiaca, fue su primer puestista. Y esto “porque vivimos en una época de mentiras y desmentidas”, sostuvo. En cuanto al tributo, aclaró: “Fui titiritero y me convertí en desertor, diría traidor, no fue así con Sarah ni Mane”. Contó luego que algo influyó en su interés por los títeres la palabra alcornoque, que le oyó repetir a un muñeco mientras le pegaba a otro. Lo cierto es que escribió obras para el retablo de La Estrella Grande, grupo creado junto a otros dos actores y una actriz. Memoró la confección de los primeros muñecos bajo la guía de Villafañe y las andanzas del jovencísimo elenco: cuando faltaba la actriz, porque los padres le tenían prohibido viajar lejos (a Banfield, por ejemplo), el papel femenino era suyo. En ese tramo, Gorostiza se tentó y reprodujo ahí mismo ese doble rol, que fue muy festejado. “Perdón, Sarah, por esta interpretación”, dijo entonces el dramaturgo-actor dirigiéndose a la titiritera, sentada en primera fila. Pero Bianchi no estaba allí para perdonar. “No querés seguir trabajando conmigo”, le respondió con voz ronca.

Esa travesura fue saludada con aplausos, y el clima festivo animó aún más a Gorostiza, quien narró un episodio que tenía como protagonista al maestro Luis Iglesias, gran pedagogo, que entonces dirigía la Escuela Rural Nº 11, de Tristán Suárez. Iglesias los había convocado para una función: “Elegimos una obra mía basada en Platero y yo, de Juan Ramón Jiménez. En esta obra, Platero en Titirilandia, el alma del burrito muerto se encontraba con el alma del poeta Juan Ramón en el mundo de los títeres”, explicó el autor. “Cuando habían pasado ya veinte días desde esa función, recibo una carta de Luis. La provincia de Buenos Aires estaba por esa época en manos de la derecha exagerada. El gobernador era Manuel Fresco, a quien sus opositores llamaban el Mussolini criollo, título que –se dice– lo enorgullecía. Una pareja de señores con sotana se había presentado en la escuelita queriendo saber cómo marchaba la enseñanza religiosa. Se dirigieron a los alumnos (de ocho años, en promedio) y les preguntaron por el alma de los hombres, algo sobre lo que estos chicos campesinos no pudieron contestar. Uno de los curas preguntó entonces enojado: ‘Vamos a ver, ¿los animales tienen alma?’. La respuesta la dio un chiquito que, como los otros, estaba acostumbrado a tratar con animales. ‘Sí, señor cura, los animales buenos tienen alma’. Luis me transcribió aquel episodio, agregando: ‘Tu Platero tenía alas y estaba volando a nuestro alrededor. Se había quedado aquí, entre mis chicos’.”

“Todo lo que diga ya está dicho: lo que quiero es un abrazo grande”, resumió el dramaturgo Roberto Cossa, presidente de Argentores, cuando le tocó entregar la plaqueta a Bianchi, quien sosteniendo en sus brazos a Lucecita prefirió que el títere fuera el que hablara. Pero Lucecita estaba enojado. Protestó porque los premios se los daban a Sarah y no a él y anunció que se dedicaría a otra cosa, algo que le diera prensa, como la política. “Voy a fundar un partido político que se llamará Títeres al Poder”, declaró. Le daría entrada a muñecos, objetos y hasta personas, excluyendo a algunas. Cuando Lucecita acabó su discurso, Sarah quiso “hablar en serio”, contuvo la emoción y agradeció a todos. “No quiero llorar”, dijo.

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