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Lunes, 31 de marzo de 2008
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Rent, en versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino

Desafíos frente a un clásico

La puesta porteña de la obra de Jonathan Larson, un emblema de la Nueva York de los ’90, mantiene la frescura de la original. El musical es una invitación a reflexionar acerca de la vida y la muerte, a través de un retrato de época.

Por Alina Mazzaferro
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Rent puede verse de miércoles a domingo en la Ciudad Cultural Konex.

Si existe un musical arraigado a su lugar de origen, ése es Rent. En Rent se respira el aire de Nueva York. La obra de Jonathan Larson, más que presentar un mundo nuevo, parecería desarrollarse a la vuelta de cualquier esquina de la gran manzana. Podría tratarse de cualquier tugurio del East Village, revés de la gran ciudad de las luces de neón, donde se ven todas las costuras que las grandes avenidas pretenden esconder. Sus personajes podrían ser cualquiera de los transeúntes de aquellos barrios: todos soportan sobre sus espaldas el peso de algún estigma.

Tampoco existe una obra tan enraizada en su tiempo como Rent, perfecto retrato de los ‘90. Homo y bisexualidad, sida, marginalidad social, drogas, arte prostituido frente al mercado son algunos de los temas que aborda. La lista sigue, porque este musical que comenzó a gestarse a fines de los ’80 y que tuvo su estreno en el New York Theatre Workshop del off-Broadway en 1996 es justamente una invitación a reflexionar acerca de la vida y la muerte a finales de milenio. El desafío de la producción argentina, entonces, era doble: ¿tendría el Rent local el espíritu de su versión neoyorquina? ¿Mantendrían estos núcleos temáticos su actualidad, originalidad e impacto frente al público porteño de 2008? Quien haya visto la versión original aseguraría que eso no era posible. Porque, además, Rent es una obra compleja, cantada desde el principio hasta el final, plagada de localismos y con un lenguaje urbano coloquial casi intraducible al español.

Sin embargo, en su reciente estreno en Buenos Aires, la obra dirigida por Valeria Ambrosio y James Murray fue una verdadera sorpresa. El mérito lo tienen, en primer lugar, sus traductores, Fernando Masllorens y Federico González del Pino, que son quienes además gestionaron la adquisición de los derechos para la Argentina. Ambos especialistas tuvieron una doble e igualmente ardua tarea: lograr que esta historia americana no sonara extraña, forzada, ridícula o fuera de lugar en “argentino” y, además, hacerlo con las palabras que encajaran en los tempos musicales de cada canción (no hay que olvidar que se trata de una pieza de tres horas de duración, cantada desde el principio hasta el final). Masllorens y González del Pino salieron más que airosos en esta labor, porque la versión que puede verse en Ciudad Cultural Konex se oye tan fresca como la original en inglés.

En segundo lugar, Ambrosio y Murray conformaron un elenco sólido, homogéneo y afinado, algo que no es una regla en las producciones de musicales locales. Así, poco a poco van apareciendo los personajes que Larson imaginó una vez: Andrés Bagg le da vida a Mark, un realizador de documentales que se resiste a trabajar en el mainstream, optimista y conciliador, al cual el público inmediatamente le toma cariño. Germán Tripel, a quien todavía le cuesta desplegar su cuerpo en el espacio escénico, es Roger, guitarrista en busca de una canción, portador de VIH que tras perder a su novia se ha vuelto depresivo, nihilista y no logra encontrar algo que lo inspire a continuar viviendo. Claro, hasta que conoce a Mimi. Florencia Otero –pequeño monstruo de 18 años que se apropia del escenario desplegando sensualidad tanto con el cuerpo como con la voz– es esa bailarina de burdel, cocainómana, que encandila a Roger. Ella no piensa más que en disfrutar el hoy y, cuando conoce el amor, vislumbra la posibilidad de hacerlo sin drogas. Una de las parejas más destacables del elenco es la que conforman Angel Hernández y Pablo Sultani: Hernández parece haber nacido para interpretar al personaje que lleva su mismo nombre –Angel, uno de los roles más difíciles, es una mujer que habita un cuerpo de hombre–; Sultani (impecable como ya se lo había visto en Los productores) da vida a Collins, y entre ambos demuestran que es posible amar y ser amado en la sociedad individualista de finales de milenio. Por último, no podían faltar las lesbianas en este homenaje contemporáneo al espíritu de la bohemia: Laura Conforte y Débora Turza son Maureen y Joanne, dos mujeres provenientes de universos sociales diferentes que se atraen como polos opuestos y se sacan chispas sobre el escenario, desplegando voces potentes.

A la cabeza de la banda, ubicada a la vista del espectador, se encuentra Gabriel Goldman, que ya tiene una amplia experiencia en musicales. Gustavo Carrizo, por su parte, se encargó de que esta versión nacional estuviera bastante más coreografiada que la original. El resto es únicamente mérito del propio Larson: buenas canciones, que se funden en perfectos ensambles. Y un grupo de personajes queribles, con historias reales, similares a las que cualquier amigo podría contarnos. Entonces, ¿no ha perdido esta obra su actualidad? Para la Argentina de 2008, pareciera que no. Hombres y mujeres que viven en la marginalidad se pasean sobre la escena preguntándose si la próxima Navidad será para ellos igual. En Nueva York también hay un piquete que los protagonistas organizan a modo de protesta. Y, como si fuera poco, Maureen, en la noche de su gran debut como actriz, en medio de la contienda y con el objeto de demostrar que hay un modo más humano y social de ver las cosas, decide contar nada menos que una historia acerca de una vaca que no quería dar leche. El espectador sonríe cómplice porque se acuerda de lo que ha visto por la tele, en el noticiero, tan sólo unos minutos antes de entrar al teatro. Pero no hay nada nuevo bajo el sol. La historia de la vaca, del piquete, de la marginalidad, ya la había visto Larson hace más de diez años y no en una pantalla de TV, sino en la mismísima capital del sueño americano.

9-RENT

De Jonathan Larson. Versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino.

Dirección de actores: James Murray.

Dirección musical: Gabriel Goldman.

Dirección vocal: Ana Carfi.

Coreografía: Gustavo Carrizo.

Puesta en escena: Valeria Ambrosio.

Ciudad Cultural Konex, Sarmiento 3131.

De miércoles a domingos a las 21.

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