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Sábado, 12 de diciembre de 2009
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Chacovachi y Maku Jarrak se despiden de Buenos Aires y van para Villa Gesell

Un payaso bueno te alegra la vida

El empezó a trabajar en las plazas en los ’80, ella en la década siguiente. Su fama creció y salieron a recorrer el mundo: han estado en Marruecos y en las favelas de Río de Janeiro. Este fin de semana actúan en el Circo del Aire.

Por Sebastián Ackerman
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Para Maku Jarrak y Chacovachi las giras son distintas desde que tienen a Ringo, su hijo de 5 años.

De empezar a actuar en las plazas de sus barrios cuando eran adolescentes a salir corriendo en una feria popular en Marruecos, mucho pasó en la vida de Chacovachi y Maku Jarrak: años presentándose en calles, parques, ferias y pueblitos alrededor del mundo hicieron que un café con ellos sea un ir y venir de anécdotas y recuerdos de rincones y actuaciones: “Uno sabe a dónde llega y desde dónde se va, pero lo que pasa en el medio jamás está planeado”, confiesan respecto de sus giras. “Y puede ser cualquier cosa. Eso nos hacía trabajar mucho más... lanzados. No es lo mismo llegar a un lugar y saber que te están esperando, que llegar y que ni sepan tu nombre. Eso te hace estar muy despierto”, explican a Página/12 antes de sus últimas funciones del año de ¡Cuidado! Un payaso malo puede arruinar tu vida y Metro y medio en el Circo del Aire (Perú 856), este sábado a las 21 y domingo a las 19, mientras piensan en la temporada estival que pasarán en Villa Gesell.

Es curioso: el nombre del espectáculo de Chacovachi es el de un payaso alertando sobre los peligros que entraña la profesión para su público. Pero tiene su explicación. A pesar de que nació como un alerta sobre el trabajo de los demás, el tiempo lo hizo cambiar: “Hablaba de otros, que te pueden arruinar la vida por asistir a espectáculos malísimos. Pero después pasó a mí, porque era para el público cheto para el que laburaba en Recoleta, porque todo lo que yo batía, la ideología que tiraba, era un cachetazo que le daba a la gente. Mi payaso es uno malo, como podría ser Krusty (de Los Simpson), híper humano. Y ahora es una advertencia para el público que me está viendo”. Maku, por su parte, es más medida y menos verborrágica que su compañero. A su show de clown, mimo, acción física y payasesca, simplemente lo define con una mirada: “Se ve. Es por la altura que tengo: un metro y medio de mujer”, dice. “Todo lo que ven en el espectáculo sale de acá.” Ambos espectáculos son los que se verán a partir de enero en el Anfiteatro José Marrone en el Paseo del Cielo en Gesell (Av. 3 y paseo 110), de viernes a lunes a las 23. Por supuesto, aclaran, será a la gorra.

–¿Cuándo empezaron a trabajar juntos?

Chacovachi: –Nos conocimos en Tárregas, un festival muy importante en España. Pero juntos, juntos, en realidad no trabajamos. Son dos espectáculos distintos.

Maku Jarrak: –Sí, en Circovachi. El estaba haciendo La nave de los locos en el 2002, que no tenía que ver con lo que pasaba en el espectáculo sino que éramos 22 locos haciendo un circo. Al principio, el espectáculo se llamaba El pogo del pochoclo, pero le cambiamos el nombre por las cosas que sucedían en cada función...

Chacovachi:– ¡Cierto! Junté a los artistas más locos de Buenos Aires y cuando me decían que no podía trabajar con todos esos juntos, les contestaba que era la única oportunidad en la vida que iba a tener de poder hacerlo. Fue el verano del 2002 y ya habíamos alquilado el terreno, montado la carpa y no habíamos garpado nada todavía porque estaba la guita en el banco. Y todo era un quilombo, debíamos un montón de plata... Al otro día de que cerraron los bancos, nos dimos vuelta los bolsillos y entre todos teníamos ¡75 pesos! Eramos 22 personas y teníamos que aguantar diez días más para estrenar. Increíblemente, el espectáculo fue un éxito: teníamos dos mil personas por noche y la gente ponía lo que podía, uno o dos pesos... ¡Eramos los únicos que teníamos efectivo!

–¿Cómo es trabajar en la calle? ¿Qué la diferencia de un teatro, por ejemplo?

Chacovachi: –La calle es muy particular, muy cruda. Cuando la gente salió esa mañana no sabía que iba a ver un espectáculo y uno debe tener una comunicación franca, directa. Cuando estás en un lugar en el que la gente ya hizo el trato para ver un espectáculo, a veces te encontrás aplaudiendo para no sentirte un boludo que pagó cincuenta mangos la entrada. En la calle, si alguien se queda hasta el final es porque algo le gustó. Si no le gustó pero le tiene respeto al tipo, espera a que éste no lo vea para irse; y si no le tiene respeto, se va delante de él. Verle la espalda al que se va es lo peor que le puede pasar a un artista callejero (risas).

Jarrak: –Hay dos cosas en la calle que no tiene ningún otro espectáculo: la convocatoria y la pasada de gorra. Y esto tenés que aprenderlo rápido. Hay espectáculos que son muy buenos, pero como fallan en esos dos aspectos de la dramaturgia no pueden sostenerse.

Chacovachi: –A los dos nos pasó lo mismo cuando empezamos a trabajar en la calle: ganábamos un dinero que nos permitía subsistir y también poder bancarnos muchas cosas de la vida diaria. Y eso no se consigue en ningún lado. La primera vez que pasé la gorra gané más guita de lo que ganaba mi vieja, que tenía veinte años de maestra, en un día de laburo. Cuando empecé era más importante lo que yo representaba que si mi espectáculo era bueno, porque arranqué a principios de los ’80.

Aquellos inicios llevaron a Chacovachi a presentarse en el Parque Centenario a principios de los ’80, en el ocaso de la dictadura, como representante de la escuela de mimo de Omar Viola. Y desde ahí no paró: su “gran fama” le llegó a partir de sus 16 temporadas en Plaza Francia y de empezar a recorrer el mundo montando su espectáculo. Maku, por su parte, se inició a mediados de los ’90 en la Plaza Devoto, después de que se disolvieran dos grupos de clown de los que formaba parte. Ella también recorrió Europa y Sudamérica divirtiéndose con su trabajo. “Los artistas callejeros tenemos tres libertades que ningún otro tiene: libertad psíquica porque no tenemos que ser los mejores, tenemos que ser, y alcanza y sobra; libertad física, porque podemos laburar donde queramos, el mundo está lleno de plazas; y libertad económica, ya que ganamos el dinero en relación con nuestro esfuerzo”, se enorgullece, y recuerda a un maestro: “Javier Villafañe decía que el artista callejero no tiene que cambiar de número sino de público, así lleva su esencia y sus raíces a todas partes”.

Para Chacovachi y Maku mucho cambió desde la llegada de Ringo, el hijo que tuvieron hace ya cinco años. “Nuestra vida antes era más bohemia: teníamos que arreglarnos nosotros dos solos”, cuenta Chacovachi. “Entonces, las temporadas que hacíamos en España, por ejemplo, las podíamos hacer a la gorra por dos o tres meses, sin saber a dónde íbamos a estar la otra semana. Ahora tenemos que saber dónde vamos a estar la semana que viene, y el mes que viene, dónde vamos a comer, a dormir”, analiza.

–¿Cuál es el lugar más raro en el que se presentaron?

Chacovachi: –En Marruecos actuamos al lado de encantadores de serpientes, y ganaba tres dólares por función. Pero con uno pagaba el hotel, y con otro vivía todo el día. Tenía guita, venía de hacer funciones en España, pero mi idea era ver si podría sobrevivir en Marrakesh haciendo esto, y sí podía. El público eran todos islámicos que hablaban con Dios durante la función... ¡y aparece un gringo como yo pasando la gorra! No entendían nada. Otra vez, en la favela La Rosinha, en Río de Janeiro, estábamos haciendo funciones dentro de un programa social con amigos brasileños y uno norteamericano, Moshe Kohen. Un día terminamos de hacer funciones arriba, y estábamos bajando por la favela, que son todas callecitas chiquitas que van doblando. Si vas con un auto que no es de la favela tenés que ir con las luces de afuera apagadas y las de adentro encendidas: todo el mundo te ve pero vos no ves a nadie. Es un código. Cuando doblamos en una esquinita, dos tipos se estaban cagando a tiros, y no podíamos retroceder porque era en subida y doblando. Pero el motorista se asomó, pegó un grito ¡y los dos tipos dejaron de tirotearse y nos hicieron señas para que pasemos! El payaso norteamericano estaba que se me moría al lado. Pasamos y cuando estábamos a diez metros empezaron a tirotearse de nuevo.

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