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Domingo, 29 de mayo de 2011
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EL CASCANUECES Y LAS PRINCESAS ENCANTADAS Y ROBIN HOOD

La eterna novedad de los clásicos

Héctor Presa presenta su versión de Robin Hood y Juan Lavagna es el guionista y adaptador del cuento de Hoffmann. En ambas puestas, las historias originales son modificadas o se acentúa una línea dramática específica de la trama.

Por Sebastián Ackerman
Robin Hood va sábados y domingos en el Teatro Apolo.

La dificultad que plantean los clásicos en cada nueva puesta en escena es presentar ese trabajo como una novedad, por lo que adaptadores y directores tienen que afinar la imaginación para que el público vea sobre el escenario una obra novedosa basada en historias conocidas. Ese fue el desafío que se plantearon Héctor Presa, que presenta su versión de Robin Hood, y Juan Lavagna, guionista y adaptador de El Cascanueces y las princesas encantadas, pero pensando también en que en la platea estará ocupada principalmente por chicos. “Queríamos tomar un clásico enfocado a los chicos, pero sin desvirtuarlo, darle una magia, un encanto que los chicos afortunadamente mantienen”, apuesta Lavagna ante Página/12 y Presa agrega que trabajar con clásicos tiene que ver “con la posibilidad de la aventura, del transitar ese lugar tan particular para el chico”, ya que “el héroe lucha con el cuerpo para lograr sus objetivos” y es justamente en este tipo de obras en las que “hay mucho para trabajar dentro de los textos y eso permite un desarrollo teatral muy interesante”, destacan a dúo.

Las propuestas son ambiciosas: Robin Hood es interpretada por Oski Guzmán y Omar Calicchio y musicalizada –como todas las obras de Presa– por Angel Malher, y la puesta en escena está constituida íntegramente por paraguas, que hacen de las diferentes escenografías, y cada personaje es, a su vez, su antagonista, juego que se define a partir del uso de capuchas rebatibles que identifican a buenos y malos, de acuerdo a si se usa de pechera o de sombrero. “La primera idea fue la de los cuellos, que cambiando de posición marcara otro personaje –recuerda el director–, y lo que quería era un elemento estético que me propusiera lo mismo, que girándolo me planteara una cosa y la otra. El paraguas apareció como una cosa natural”, ya que con La Galera Encantada siempre se caracterizaron “por trabajar con cosas sencillas, que el pibe tuviera al alcance de la mano, que pueda ir a su casa y jugar con eso”, destaca, y explica que “todos juegan con las confusiones que se suceden cuando esto funciona de una manera o de otra...”

El cuento de Hoffmann, que transcurre en una noche de Navidad en la que Clara recibe de regalo un muñeco cascanueces, mantiene la música original de Tchaikovsky y es representado por el Ballet Metropolitano de Buenos Aires, con la primera bailarina del Teatro Colón Karina Olmedo y Nahuel Prozzi como invitados. Además, pensando en los más bajitos y bajitas, se agregaron las apariciones de “las princesas encantadas”, protagonistas de diversas historias populares como Cenicienta, La Bella Durmiente y Blancanieves. “Lo que más atrae son las cosas que le fuimos incorporando”, cuenta Lavagna, y enumera: el mago que presenta (“y que hace sus trucos sobre el escenario”), y la aparición de todos los personajes “externos” al texto original. “También hay chicos que interpretan a algunos personajes principales y que permiten una interacción diferente con la platea”, los ratones y copos de nieve, o los Siete Enanitos, porque “a los chicos les gusta mucho que haya personajes infantiles”, asegura.

En la adaptación, las historias son modificadas o se acentúa una línea dramática específica de la trama. Lavagna confiesa que, en su versión, quiso trabajar las peleas desde un costado más lúdico que trágico, como la batalla entre ratones y soldaditos de plomo del libro original, “que transcurre en el ballet completo, pero a través de una competencia de baile”, ejemplifica. “Los ratones tienen que bailar hip hop y los soldados, break dance. Y a los chicos les gusta mucho”, se entusiasma. Presa, por su parte, señala que prefirió centrarse en el conflicto entre Robin Hood y el sheriff de Nothingham, más que en los famosos atracos en los caminos para repartir luego el botín entre los pobres de Sherwood. “Creo que las guías son otras y son ésas las cosas que me interesa contar”, remarca. “Si tengo que darle un ejemplo a un pibe prefiero que la justicia sea la justicia, que los malos sean castigados y que los buenos traten de mantenerse del lado bueno la mayor cantidad de tiempo posible...”, apuesta.

En espectáculos para “toda la familia”, ¿qué es lo que atrae a grandes y chicos? “En Robin... hay varias lecturas posibles”, analiza su director. “Una podría leer que todos somos todo, que depende de la elección de nuestras acciones; ninguno de nosotros es un asesino, hasta que por ahí te cruzás con una situación límite”, dice, y afirma que también hay un enorme desarrollo “para que el chico imagine, vuele y se desarrolle con todo esto, porque hay que dar lugar a esa frondosa imaginación que tiene el chico, no poniendo arriba del escenario todo lo que tiene que ver, sino poniéndole lo indispensable para que pueda volar y a partir de ahí ver lo que tiene que ver, y más, porque seguramente va a ver más. Los chicos que vieron el espectáculo ¡mandan dibujitos con cosas que jamás estuvieron sobre el escenario!”.

De la puesta de El Cascanueces..., Lavagna confiesa que por respeto a Olmedo y Prozzi mantuvieron el pas de deux tradicional, “como se baila en el Colón, o en la Opera de París: once minutos de baile clásico”, y la expectativa era ver cómo respondían los chicos a ello. “Y hubo un silencio total, porque como la presentamos a Karina como el Hada con la varita mágica que cumplía el sueño a la protagonista, los chicos quedaron encantados”, comenta. Subraya que en los entreactos todos los chicos y chicas juegan en los pasillos “haciendo pasos de baile”. Y cuando termina el espectáculo, todos son invitados a subir al escenario, “porque ya el mismo mago que presenta les dice a los chicos que al finalizar los artistas van a firmar autógrafos. De golpe empezaron a subir... Fue muy lindo porque no se desarmó la escena y los chicos querían ver qué había en los paquetes del árbol de Navidad, y de repente Olmedo estaba rodeada de nenas que le pedían la varita mágica, la corona...”, recuerda.

Ambos llevan años trabajando, cada uno desde su espacio, con el público infantil. Pero no consideran que sea una “especificidad artística”, diferente del resto de las propuestas escenográficas que pueden encontrarse en la cartelera. Presa está convencido de que no hay un código específico del teatro infantil: “Pareciera que cuando hablamos del desarrollo de la imaginación, nos ponemos a hablar exclusivamente de los chicos, y en realidad es para el espectador”. Si los adultos “tenemos atrofiada la imaginación porque estamos compactados en una vida que nos lleva a una vorágine medio loca no indica que no podamos tomarnos un descanso y disfrutar”. Lavagna sostiene que estos espectáculos “mantienen una fantasía que el grande también tiene, porque se dice que sólo es del chico, pero el grande siempre está diciendo ‘cuando encuentre mi lugar en el mundo’. Quiere decir que esa fantasía un poco la sigue teniendo”.

* Robin Hood se presenta sábados y domingos a las 16.30 en el Teatro Apolo, Av. Corrientes 1372, y El Cascanueces y las princesas encantadas lo hace los domingos a las 11 en la C.C. Konex, Sarmiento 3131.

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