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Domingo, 28 de julio de 2013
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MAGICO ROCK, LA MEJOR MANERA DE CERRAR LAS VACACIONES DE INVIERNO

Un modo de reivindicar la imaginación

“La obra es una oportunidad de reflexión para padres e hijos”, señala uno de los actores de la puesta que se presenta en el Teatro SHA, que utiliza canciones de Spinetta como disparador de una obra ineludible, ideal para un broche de oro al receso invernal.

Por Facundo Gari
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Durante los 75 minutos de Mágico Rock, grandes y chicos se quedan atornillados a sus butacas.

Todavía no son las 17, horario de arranque de Mágico Rock en el Teatro Sha (Sarmiento 2255), y los niños dan cátedra de cuánto han aprendido de La guerra de las galaxias, con unos sables ruidosos que venden en el buffet. Se nota cuáles son las madres: están sentadas a unas mesitas lindantes a la puerta de la sala. Las que vinieron solas con los pibes tienen el auténtico gesto de quien necesita un Activia. Las que hicieron grupo con otras mamás charlan sobre cómo les va a sus chicos en el colegio, sin llevarles demasiado el apunte. Padres hay pocos y también parecen tener seco el jardín interior. Se distinguen los tíos porque le ponen garra... por interés “estético”. “Si estás soltero, salir con tu sobrinito garpa. Hasta sus 15 años, más o menos, sirve”, asegura un joven caradura, con un coloradito colgándole del cuello, a un solitario Página/12. El muchacho se había acercado con esa inquietud: ¿Qué estará haciendo un tipo medio desaliñado en la fila de una obra para niños? Otros de los que se preguntan lo mismo fichan con desconfianza. Sólo al final comprenderán que un buen espectáculo para infantes es también un buen espectáculo para adultos. “Se les asoma el niño cuando aflora el juego”, soslaya Valeria Ambrosio, directora de Mágico Rock. Y los pequeños jedis pasan corriendo rumbo a las plateas.

A priori, la pieza tiene dos atractivos para anotarla entre las ineludibles de lo que queda de vacaciones de invierno (estará en cartelera hasta mañana inclusive). Primero, canciones y otros sutiles elementos del universo de Luis Alberto Spinetta. Segundo, que Ambrosio es una de las exponentes más arriesgadas del teatro musical vernáculo y que encaró este “desafío” con gimnasia: el año pasado presentó Frustrados en Baires, basada en temas de otro gran ídolo del rock argentino, Charly García. “No soy directora de teatro infantil o adultil. Cuando una propuesta suena interesante, me sumo. En ésta me atrajo la música nacional. Es una experiencia alucinante rescatarla y ponerla en imágenes”, explica. A las perspectivas podrán sumársele luego los aciertos: las cálidas actuaciones de Marisol Otero, Luciano Rosini, Martín Sipiki y Carla Maieli; la florida escenografía de Ana Repetto; el lisérgico vestuario de Gustavo Alderete; la ajustada dirección musical de Lisandro Etala y Javier López del Carril; y la noble dramaturgia de Tatiana D’Agate, un texto que aplica verdaderamente el trillado mantra de no tomar a los niños por tontos. “Van a comprender. Y lo que no comprendan, lo van a preguntar. En ese aspecto, la obra es una oportunidad de reflexión para padres e hijos”, aporta Rosini, cantante, actor y docente. El combo es “ligero” pero efectivo. Durante los 75 minutos de Mágico Rock, grandes y chicos se quedan atornillados a sus butacas. Si los segundos se levantan, es para aportar alguna observación elocuente, como “qué hermosas canciones”, según una chiquita al sonar “Alma de diamante”.

Otras de esas hermosas canciones del Flaco son “Quedándote o yéndote”, “Muchacha ojos de papel”, “Rutas argentinas”, “Barro tal vez” y “El anillo del Capitán Beto”, un muestrario de épocas, formaciones y ritmos divergentes. Sorprende y gratifica escucharlas funcionar con tanta fluidez en el contexto de un show para retoños. “Son poesía, y la poesía no tiene edad”, analiza Ambrosio. “Poesía musicalizada” sobre “el amor, el respeto y la esperanza”, describe Rosini, que interpreta a Duende. Junto a Hada (Maieli) y Beto (Sipiki) completan un trío de fantasía que se pondrá por misión recuperar a la niña soñadora que fue la ahora abogada Ana (Otero). ¿Moraleja? Reivindicar el espacio y el tiempo para la imaginación de los niños y “recuperar, los adultos, también esa sensibilidad”, apunta la directora. “Los chicos ven que los padres son unas maquinitas como Ana: están el mundo capitalista, las responsabilidades y las obligaciones”, la secunda Rosini. La función termina con todos cantando, actores y concurrencia, “Seguir viviendo sin tu amor”. Lo más probable es que todo siga de esa manera, que nadie más que los sub-10 se tomen el mensaje a pecho. Pero si a la salida un papá o una mamá se acercasen al buffet y consiguiesen otro de esos sables ruidosos para volver a casa como jedis victoriosos, lo mágico se haría un poco menos efímero.

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