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Lunes, 20 de enero de 2014
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Miles de familias participaron del 53º Festival de Teatro Infantil de Necochea

Los chicos fueron los dueños del Parque Lillo

Se presentaron más de cincuenta funciones de teatro, circo, clown, títeres y música, en cinco escenarios, con entrada gratuita. Hubo talleres de malabares, espacios de juegos, pintura y letras. Pakapaka llevó por segundo año consecutivo su propuesta lúdica y recreativa.

Por María Luz Carmona
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Los Cazurros se pusieron en el bolsillo a grandes y chicos. El festival duró cuatro días.

Desde Necochea

Chicos y chicas corrían, jugaban y cantaban por todo el parque. Algunos fueron acompañados por sus abuelos, otros llegaron con sus tíos, muchos aparecieron con sus hermanitos y sus padres. Miles de familias participaron el fin de semana pasado del 53º Festival de Teatro Infantil de Necochea que se realizó en el Parque Miguel Lillo. Desde la entrada al lugar ya se veían chicos por todos los rincones. Había escenarios en cada sector y lamparitas de colores que iluminaban los senderos. Como si fuera un gran parque de diversiones, las propuestas fueron múltiples. Se presentaron más de cincuenta funciones de teatro, circo, clown, títeres y música de gran calidad, en cinco escenarios y siempre con entrada gratuita. También hubo talleres de malabares, espacios de juegos, pintura y letras.

Si bien este encuentro ya es un clásico en la ciudad, y es uno de los más tradicionales a nivel nacional, sus organizadores cada año renuevan la apuesta y proponen nuevos artistas con nuevas obras. Este año la mitad de la grilla de espectáculos estuvo compuesta por artistas de Necochea. La organización estuvo a cargo de la municipalidad de la ciudad, junto con el Ministerio de Educación de la Nación y la Universidad Nacional de Quilmes. El canal infantil Pakapaka trajo por segundo año consecutivo una propuesta lúdica y recreativa para niños de entre 2 y 13 años. En distintos espacios estaban ubicados los juegos: una kermesse tematizada con los personajes de la popular serie El asombroso mundo de Zamba, el espacio “Hacé volar tus sueños”, la Pakapedia, los rincones de pintura y dibujo, y una mini sala de cine improvisada debajo de los eucaliptos.

“Lo que Pakapaka hace es abrazar a la familia y fortalecer una construcción familiar. Queremos que se queden, que permanezcan en el parque, que no sea un lugar de paso, que sea un espacio de permanencia durante todos estos días. Pakapaka trae los valores que promueve: pensar a los chicos como ciudadanos, cuidar a la familia como contexto en el que se desarrollan los niños, la importancia de la identidad nacional, de la educación, lo no comercial, que se traduce en no ver a los chicos como sujetos de consumo”, explica a Página/12 Verónica Fiorito, directora del canal infantil.

Uno de los principales objetivos del festival es que los chicos sean los verdaderos protagonistas. Que se apropien de los juegos y las actividades. Que sientan que en el parque hay un lugar especialmente armado para que ellos se comuniquen y se expresen libremente. Así lo explicó Marcelo Lirio, productor general de la iniciativa. “Este festival es para ellos. No es que los chicos ven una obra y se van, sino que pueden quedarse a jugar, a pintar, a conocer otros lenguajes artísticos. Y además se genera un ida y vuelta con los artistas que también se quedan a recorrer el parque después de las funciones. La propuesta es enorme, los chicos se la apropian y ese es el éxito del festival”, subraya. “Ayer vi a un chico que estaba pintando y de repente se le acercó uno de Los Cazurros y el nene no lo podía creer ‘sos el de Los Cazurros’, le dijo, y se armó algo muy lindo ahí, en el encuentro del chico con el artista”, cuenta Lirio.

Otra de las apuestas de este año fue dar visibilidad a los artistas locales, por eso gran parte de la grilla estuvo conformada por ellos. En esta edición participaron músicos, actores y clowns necochenses. Entre ellos el Grupo Cromalina, los payasos Abelardo, Fainá, Escobi Yon, Chicho Capucho y el Grupo Caleidoscopio. “El año pasado cuando vinimos a conocer a los artistas locales nos llevamos una sorpresa muy grata al ver que tenían espectáculos de gran calidad. Entonces este año también se duplicó la apuesta de posibilidades para el artista necochense”, cuenta el productor general. “Los artistas son reconocidos por la gente, no por la taquilla o la cantidad de entradas que vende. La vara de medición está dada por el público. Y para nosotros eso es un aprendizaje. Estoy fascinada por la calidad de artistas que hay. Eso es salir de la lógica del consumo”, resalta Fiorito.

“Es importante que este festival continúe por las familias. Por un lado, esto hace bien a la construcción de un país, a la construcción de ciudadanía. Y además se trata de preservar nuestra cultura a través de los personajes que traemos. Es muy importante seguir sosteniendo este espacio conquistado en el tiempo. Esto es normal que ocurra con el Cosquín Rock u otros festivales, pero no para la infancia. Festivales grandes hay miles, pero no dedicados a los chicos. Y este espacio es fundamental y es una decisión política”, entiende Fiorito.

Este año también se sumó al festival la Universidad de Quilmes. “Para nosotros es muy importante participar en esta ecuación que reúne Estado, universidad y sociedad. Vemos que a través del arte y de la cultura estamos fomentando valores que son fundamentales. Tenemos que pensar en la universidad como parte de la sociedad, que apoye las propuestas piolas, con valores como los que fomenta este encuentro cultural”, agrega Jorge Luis Nuñez, integrante del Area Audiovisual de esa casa de estudios.

Los espectáculos

Entre las puestas más destacadas estuvo Falsa escuadra, de la Compañía Movimiento Armario, de la ciudad de Buenos Aires. La obra enlaza el lenguaje de la danza, el teatro con objetos, el clown y la acrobacia. Y de esa manera logra contar una historia centrada en dos personajes que persiguen al mismo amor y están en conflicto permanente. Con pocos elementos en escena y una estética que hace referencia al teatro chaplinesco, logran brindar una obra bellísima, con mucho humor y para todas las edades. Los actores bailan, hacen malabares con pelotas de rebote, generan música con objetos cotidianos y con el cuerpo a la vez.

“Le pusimos ese nombre a la obra porque son dos personajes que no terminan de encajar del todo, el uno con el otro”, coinciden los actores Fernando Rosen e Iván Larroque. “La fusión de las distintas disciplinas tiene que ver con una búsqueda de nuevos lenguajes. Además, es trascendental la expresividad que para nosotros tienen los cuerpos. La corporalidad de los actores, las destrezas y las dinámicas nos ayudan mucho a contar nuevas historias. El cuerpo es una gran herramienta. Creemos que todo lenguaje nuevo suma para potenciar lo que queremos contar. Es un espectáculo para todo público, porque al no tener texto es atractivo para grandes y chicos y es muy versátil”, explica Rosen. La obra, dirigida por Martín Joab, ya lleva cinco años presentándose en distintos escenarios, nacionales y extranjeros.

“Yo quiero ser feliz, yo quiero hacer feliz y compartir felicidad”, se despide cantando Matías Sem y su banda de Señoritas. A diferencia de lo que muchos podrían llegar a creer, Sem está lejos de la cursilería o el pop. El es un payaso punk, rebelde, ácido y desfachatado. Rompiendo rutinas, el show que protagoniza junto a su banda, es un musical circense que invita al espectador a jugar y desinhibirse. Como muchos de los espectáculos que integran la grilla del festival, cualquiera puede disfrutar del show, sin distinción de edades. De entrada, Sem rompe los moldes: ingresa al escenario desde el sector donde está ubicado el público y empieza a arengar. Pide ovaciones del público, hace volar una pelota gigante por todos lados y sale corriendo como un desquiciado. Y, claro, cumple su cometido: se acercan cada vez más personas al escenario. “¿Estamos haciendo mucho quilombo?”, le pregunta a un supuesto organizador. “Si quieren, nos vamos”, amenaza. Pero se queda, entre risas y aplausos.

Pablo Herrero y Ernesto Sánchez son, en realidad, dos niños disfrazados de adultos. Conservan la ingenuidad de la infancia, la capacidad de imaginar, la sorpresa a flor de piel y, siempre, están dispuestos para jugar. Cuando suben al escenario, estos niños grandes se hacen llamar Los Cazurros, una propuesta que en poco tiempo cumplirá dos décadas. Y quién sabe a cuántas sonrisas equivale todo ese tiempo. Al menos en el anfiteatro de Necochea, se ponen en el bolsillo a grandes y chicos en un santiamén. Es casi la medianoche y cientos de personas levantan sus manos y gritan: “¡Azawó!”. Es el característico grito de guerra que Los Cazurros inventaron para enfrentar el peligro (temibles vampiros, extraterrestres, hombres lobos y todo lo que se les cruce por el camino). Sólo consiste en poner la mano en el corazón, pensar un deseo y decir a viva voz: “¡Azawó!”. Y así el miedo desaparece.

Durante el festival, la dupla presentó una serie de espectáculos que ya son un clásico en su repertorio, como Diversión y Al rescate de la imaginación. Lo interesante del “lenguaje cazurro” es que logra un código humorístico que tiene dos niveles. Uno, claro, llega directo a los chicos. Y el otro, sin que a veces los chicos lo noten, interpela a los adultos. Mientras el primero habla de mundos fantásticos y personajes sorprendentes, el segundo está lleno de dobles sentidos y guiños a la cultura del fútbol, el rock de los ‘70 y las responsabilidades del universo adulto. Todo eso convive en armonía en cada uno de sus shows. Pero un elemento atraviesa todo: la capacidad para jugar. Para Los Cazurros, el juego no es exclusividad de los más pequeños.

Mientras Los Cazurros actuaban en el auditorio del parque, en otro de los escenarios actuaban Mónica Spada y Pablo Di Felice. Ellos fueron los protagonistas de Romeo y Julieta, una obra en construcción, versión desfachatada y humorística del clásico. La obra va hilando por fragmentos la historia de los Montescos y los Capuletos a partir de otra historia, casi tan arriesgada como la que pensó Shakespeare: la improvisación de un espectáculo sin vestuario, ni escenografía, ni actores secundarios ni guión: sólo algunas telas, una escoba, una escalera, unas bolsas y otros elementos propios de una obra en construcción, sumados a la habilidad de los actores con el baile, el canto y rutinas de acrobacia, entre otros recursos.

Los juegos

Antes y después de las funciones, muchos chicos se acercaron a la kermesse, un espacio recreativo y de entretenimiento dispuesto por Pakapaka y tematizado con las historias del popular personaje Zamba. Desde que comenzó el festival hasta la medianoche miles de chicos dieron rienda suelta a la expresión y el juego. También se pudo dibujar, pintar, inventar nuevas palabras en la “Pakapedia”, grabar los sueños en el espacio “Hacé volar tus sueños” y hacer malabares o acrobacias en los talleres, coordinados por payasos y acróbatas. El juego, que encontró refugio en cada una de las actividadesm se transformó en una herramienta para expresarse, intercambiar experiencias y comunicarse. “¿Quieren ir a ver el espectáculo que va a comenzar?”, preguntó una mamá a sus hijas. “Yo me quiero quedar acá, pintando, esto me gusta”, le respondió una de las niñas, mientras pintaba un parque con flores de colores.

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