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Miércoles, 18 de mayo de 2016
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Dejó de funcionar un programa pedagógico de Pakapaka en las cárceles

Otra condena para los chicos

La escuela de la Unidad 33 de Los Hornos se llenaba de poesía, canciones y juegos, que tenían como protagonistas a los hijos de las mujeres detenidas. Con el cambio de gestión en el Ministerio de Educación no fueron renovados los contratos que garantizaban la actividad.

Por María Daniela Yaccar
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El Espacio Pakapaka proponía múltiples actividades pensadas para diferentes edades.

Durante dos años, una vez por semana, la comunicadora y cuentacuentos Aldana Tenaglia y la licenciada en Artes Visuales Julieta Fradkin llegaban al penal de Los Hornos con una propuesta educativa y artística, dirigida a los hijos de las mujeres que se encuentran detenidas y que viven allí junto a ellas, padeciendo también el encierro. La escuela de la Unidad 33 se llenaba de color, de poesía e historias, de canciones y juegos, de vida y ternura. Pero el derecho de esos nenes y sus madres a este rato de libertad quedó suspendido, ya que el programa que lo habilitaba dejó de funcionar. Se trataba de una iniciativa de carácter territorial del canal Pakapaka.

Según contó Tenaglia a , el proyecto se discontinuó porque con el cambio de gestión en el Ministerio de Educación de la Nación no fueron renovados los contratos que garantizaban la actividad. Desde entonces, el equipo que lo llevaba adelante viene buscando alternativas para que vuelva a funcionar. Por ahora no tuvo éxito. La principal preocupación es que, más allá del jardín, los chicos ya no cuentan con “estímulos” vitales en el marco de su estadía en la cárcel, adonde pueden permanecer con sus mamás hasta los cuatro años. Sucede que otro proyecto de características similares, un espacio de extensión de la Universidad de La Plata, también se encuentra interrumpido.

“En la Argentina hay un promedio de 200 chicos que viven en cárceles”, precisó Tenaglia. La Unidad 33 de Los Hornos posee un pabellón especial para el alojamiento de embarazadas y madres. Aunque se lo define como un espacio adaptado para ello, el año pasado un juez consideró “imposible” que vivieran niños en las condiciones que presenta. En este contexto ocurría la actividad impulsada por el Ministerio de Educación, que apostaba profundamente a la transformación “poética y lúdica” de ese espacio-tiempo. Al taller de dos horas de duración asistían desde embarazadas hasta chicos de cuatro años.

El Espacio Pakapaka proponía múltiples actividades pensadas para diferentes edades que abarcaban casi todos los lenguajes artísticos. “Nos juntábamos a cantar, bailar, contar cuentos, leer bellísimos libros, hacer música, rondas, acunarnos con palabras, poesías, amor y fe”, resumió Tenaglia. El trabajo tenía dos facetas. Una era la pedagógica, ya que se buscaba “ampliar el horizonte de lo conocido, que en el penal se reduce enormemente, y la construcción de límites, de reglas con un sentido, necesarias para compartir”, distintas a las que propone el encierro, con toda su violencia. La otra era, claro, la artística: “El juego y la exploración son naturales en los chicos. Si uno lo piensa a futuro, el arte fomenta mentes más flexibles. El chico que entrena eso ve que la vida no es necesariamente de una manera”, explicó la docente.

“Gran parte de nuestro trabajo tenía que ver con darle certeza a que existe belleza dentro de esa oscuridad. Los niños la ven. Pueden ver el sol, las nubes, las golondrinas, pese a estar ahí. Tienen derecho a la belleza, a la alegría y la celebración a pesar de la circunstancia, a sentir que la vida es un lugar habitable”, expresó. “Ellos no cometieron un delito. No deberíamos fomentar que también estén pagando. Por supuesto que sus madres tampoco tienen que estar en la situación en la que están. Hay que humanizar la cárcel. Sería más fácil e, incluso, más barato, trabajar desde ahí. Las políticas carcelarias que contactan con el arte y con lo más humano de cada persona tienen buenos resultados. No obstante, hay un sector que no lo quiere ver. Que sigue tratando a las personas indignamente, como si no fueran seres humanos, como si estuvieran condenadas a vivir en un inframundo”, reflexionó la comunicadora.

Un reflejo del sentido de la propuesta es el acompañamiento a los chicos que, a los cuatro años, tienen que separarse de sus mamás y atravesar el muro. “Es una situación tremendamente dramática. Nos pasó de trabajar con una nena que nació en la cárcel y se tuvo que ir. Su hermanita menor y su mamá quedaron adentro. Tratamos de acompañarla a ella en esto de irse de ese lugar, que es uno de los más aberrantes para crecer y, a la vez, es su lugar, porque es donde efectivamente creció”, graficó Tenaglia. La interrupción de un programa de estas características es otra condena más para esa niñez encerrada y olvidada.

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