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Martes, 24 de julio de 2007
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LAS HISTORIAS DE JUANITO EL CANTOR

“Mi gran diferencia con Pipo Pescador es que soy rockero”

Alguna vez fue fanático del trash metal, pero terminó tomando otros caminos. Como los que se reflejan en 12 canciones de amor y una botella de vino, CD ideal para chicos... y grandes.

Por Cristian Vitale
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“Las canciones son autobiográficas, pero con una fuerte cuota de fantasía”, dice Juanito.

“Una vez vi al pasar a una doncella con pelo de lana

(...) Me acerqué sin temor, montando un caballo de ajedrez celeste/

que encontré en un cajón, frente al estante de los astronautas/

y salté a su encuentro; sujeté sus manos y escapamos/

y los dominó danzaron valses de algodón entre sus manos (...)

y dimos la vuelta al mundo, navegando un chupetín”.

¿Por qué citar necesariamente al poeta consagrado, al esteta del mármol o a ese iluminado que conocen todos? El citado no tiene por qué ser un famoso inteligente. Puede ser, como en este caso, ese soldadito querendón al que Juan Ignacio Serrano –Juanito el Cantor– da vida en “El vals de la juguetería”, la más bella canción de su disco de reminiscencias infantiles, penetrantes melodías folk, y ciertos giros “adultos”: 12 canciones de amor y una botella de vino. “Fue el tema que dio el pie para el concepto general del disco”, introduce Juan, un anónimo trovador de ojos tristes, junto al ventanal de un bar. El resto de las canciones marcha por la misma senda: cuentan de soles amarillos, de gorriones que se van, de sacar el pito por la ventana para hacer pis, dar besos en la boca o jugar en la arena; pero el vals del soldadito y la muñeca –y no es exageración– remite al acervo más tierno del rock argentino: tal vez el de “Plegaria para un niño dormido”, u “Oye, niño”, o “Mi Gabriel”, o “Bienbenito”... esa arista sensible del género, que piensa al niño junto con su futuro. Que le saca el chupete pero no el amor. “Cuando me salió, lo más interesante fue que me propuso un camino diferente al que venía transitando. Nació la idea de transformarme en Juanito el Cantor, una especie de alter ego de Juan Ignacio”, sintetiza.

Pero, ¿quién es Juan Ignacio? En principio, un guitarrista de Castelar que abrazó el rock fanatizado con el trash metal (sus gustos pasaban por Pantera, Sepultura, Megadeth) y fue virando hacia expresiones más plurales. Como guitarrista del grupo Antü, transitó de la canción acústica a una diversidad de ritmos “bailables”, mientras le anidaba la idea de unir al niño y al grande a través de historias musicalizadas, de frases adornadas con papel crepé y un mundo paralelo de aventuras oníricas. “Siempre me gustó nutrirme de músicas nuevas, no me interesa el dogmatismo. Toqué en grupos de tango y de folklore, pero lo que me interesa del rock es cómo se construyen los proyectos... en los otros géneros se manejan códigos con los que no adhiero”. Juan(ito) canta cuentos como alguna vez lo hizo Pipo Pescador: cada canción encierra una fantasía en sí misma. El reconoce las similitudes, pero remarca una diferencia seminal: “La diferencia con él es que yo soy un rockero”.

–El target no termina de cerrar. ¿Es un disco sólo para chicos?

–Creo que excede ese rótulo, porque la gente que lo recibe tiene edades muy diversas. Si bien en las canciones hay una evocación fuerte de la infancia, también presentan problemáticas adultas. Hay un ida y vuelta. Pensé el eje del disco como un poner a convivir ese anhelo de la inocencia, de la alegría de la infancia con el miedo, la desconfianza o la angustia, propia de la adultez. La primera frase del primer tema del disco ya sintetiza mi idea.

–“Voy a volver a juntar las figuritas, pero esta vez no voy a cambiar el álbum por la pelota...”

–Claro, una cosa del estilo “me voy a dar otra oportunidad, esta vez quiero hacer las cosas bien”. Por eso, creo que el disco puede identificar a chicos y a grandes.

–¿Las canciones son autobiográficas? ¿Vive en ellas el niño que fue?

–Todas tienen algo de eso, pero también una cuota de fantasía bastante fuerte. Tal vez el más autobiográfico sea “Souvenir”, que compuse con situaciones que me sucedieron. “Me cayó una gota sobre la cabeza”, también.

–La que dice: “Cuando de a poco se fueron juntando gotita con gota, gota con gotón / se cumplió el anhelo de mi vida / de tener un lago en mi habitación”. Un deseo bizarro...

–Sí. Una vez mi casa se estaba inundando literalmente a causa de una gotera y un día, jugando con eso de imaginar una laguna en mi pieza, la llevé más hacia lo fantástico y compuse el cuento. Siempre están presentes las experiencias personales o mis ideas sobre el amor y el miedo, como en “Estrellitas”, donde me siento mejor en sueños.

Es llamativo que Juan no haya pensado en presentar el disco durante las vacaciones de invierno. “Nunca se me ocurrió”, dice, escueto. La próxima fecha será gratis, durante todos los jueves de septiembre, en un hostel de San Telmo. Pero vale otra experiencia: lo invitaron a tocar a dos cumpleaños –uno de 8 y otro de 10– y confiesa que nunca se puso tan nervioso en la vida. “Había nenes que se aburrían y se levantaban... ellos no caretean nada –se ríe–. Por suerte la del cumpleaños cantaba todos los temas.” El disco tiene 13 canciones, número casi redondo para escuchar a razón de una por día, hasta que comiencen las clases. Tal vez sea un saludable ejercicio de integración generacional, ante tanto ruido a cambalache lucrativo.

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