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Sábado, 29 de marzo de 2008
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Antoaneta Madjarova y Kukla, su compañía de teatro negro

Viaje al mundo poético de los muñecos

En El invento terrible, segunda expedición, la obra que presenta en el Centro Cultural de la Cooperación, se relata la extravagante historia de un científico loco y su ayudante, obsesionado con secuestrar a la luna para luego pedir rescate.

Por Sebastián Ackerman
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Antoaneta Madjarova se siente “profundamente conectada con el mundo de los chicos”.

Antoaneta Madjarova llegó a la Argentina en 1991 para presentarse con su grupo de teatro negro Kukla en un encuentro internacional de títeres. “Lo único que sabía de castellano era el texto de la obra, porque no era la idea quedarme. Pero empezaron a aparecer otros trabajos y nos quedamos”, recuerda. A pesar de los años no perdió definitivamente la entonación de su tierra natal. “¿Se dice así?”, pregunta cuando no está segura. “El teatro es fundamental –dice– porque trabaja directamente con las emociones. Ese contacto en vivo y en directo, ese diálogo mudo que se establece entre el público y el escenario es algo en el aire del aquí y ahora que es fundamental. Por eso a los chicos les llegan los mensajes cuando la obra es buena, y piensan. Les queda en la cabecita y los afecta en el resto de la vida, en el buen sentido.” El invento terrible, segunda expedición, la obra que dirige, se presenta los sábados y domingos a las 16 en el C.C. de la Cooperación (Av. Corrientes 1530).

Según dicta su trama (que se expresa mediante títeres de varilla, de guante, marionetas y objetos en una puesta que combina un doble juego de luz negra y luz blanca) un científico loco y su ayudante hacen experimentos para poder secuestrar a la luna y pedir rescate por ella a toda la humanidad. ¿Se les puede hablar a los chicos de secuestros y violencia en la Argentina de hoy? “No hay temas prohibidos: se puede hablar de la muerte, la enfermedad, la violencia; de hecho nosotros hablamos de violencia, muerte, explotación; es una obra política, casi”, ríe Madjarova, y continúa: “Tiene carga ideológica fuerte, están los de arriba y los de abajo. Yo creo que hay que encontrar en la obra infantil el cómo: se puede hablar de cualquier cosa siempre y cuando se encuentre un lenguaje adecuado para las edades. Lo que no hay que hacer es pasar ciertas barreras: si yo hablo de violencia pero pasa por la comicidad, porque ellos son malos pero a la vez son muy tontos y todo les sale mal, esa comicidad disminuye las maldades; sin embargo, el mensaje llega. Estamos en el límite, decimos ‘ojo que hay gente malvada’, y podemos hablar de ellos sin pasarnos de la raya. Nosotros tenemos las escenas mayormente cómicas, y las maldades se hacen fuera del escenario, pero igual los chicos se dan cuenta”, explica.

Docente de piano y títeres, asegura que esa experiencia le sirvió para conectarse profundamente con el mundo de los chicos, sus inquietudes, sus códigos, y sobre todo estimular lo lúdico: “Los actores titiriteros deben tener como condición básica no olvidarse de jugar como un niño, con toda la inocencia y toda la entrega que pone un chico para no cortar la imaginación, la creatividad de vuelo total. El teatro de títeres es justamente eso: un vuelo total, un lenguaje poético-metafórico; es abstracto, maravilloso. Tiene posibilidades que el cuerpo humano no tiene”, argumenta. Y sostiene que “desde que aparecieron los dibujos animados, los chicos se acostumbraron a ver la dinámica del gag y lo exigen para el teatro de títeres. Creo que ningún pibe de hoy se banca una obra de sombras como las que yo veía cuando tenía cinco años y me llevaba mi mamá. Hoy los chicos no se bancan esos ritmos. Por eso trato de que en mis obras siempre suceda algo nuevo, atractivo visualmente”.

Los títeres, para Madjarova, tienen una magia particular: el hacer creer. “Es inexplicable pero maravilloso”, se entusiasma, y amplía: “Hay que estar sobre el escenario, y no solamente llevar el títere como si fuera un palo de escoba; tiene que tener vida, hablar, gesticular. No es sencillo. Tenés que expresarte con algo externo a tu cuerpo, porque hay que darle vida al muñeco, para que parezca que es el muñeco el que piensa y lo que dice es el pensamiento de él. Eso es lo más difícil. El títere es maravilloso porque tiene la poesía, la metáfora, lo cómico, lo trágico, todo en un solo personaje, que puede ser una plumita con dos ojitos”.

Cuando llegó a la Argentina, le llamó la atención la desprolijidad de la escena local. “Acá hay mucha demanda, muchos más chicos, me encuentro con un fenómeno como el teatro independiente que mueve mucha gente”, recuerda. Allá está todo mucho más estructurado, organizado: en cada ciudad hay un teatro de títeres profesional. Cuando yo terminé la carrera tuve el contrato para trabajar en un teatro del Estado. Acá me encontré con una cosa muy anárquica: yo iba a un teatro y me decían que tenía que ir a Argentores a registrar la obra, tenía que hacer el vestuario, los títeres, armar el escenario; después encontré un campo para explorar, un camino que es mi elección y la desarrollo. En Bulgaria en general hay un camino que hay que seguir. Acá es más desprolijo, anárquico, pero para mí es más atractivo”, confiesa. El grupo Kukla (“muñeca”, en búlgaro) se fundó en Bulgaria hace veinte años para trabajar fuera del circuito oficial con obras para chicos y para adultos. Hoy son diez titiriteros en el que, además, cada uno cumple una tarea específica: escenógrafo, vestuarista, iluminador. Cuenta Madjarova que lleva una estadística particular: según ella, vieron sus obras 1.200.000 espectadores. Para celebrar este aniversario van a reponer las tres obras del grupo (Calidoscopio, Pulgarcita y El invento terrible) en septiembre u octubre en el C. C. de la Cooperación, se esperanza la directora, que ya está trabajando en un nuevo espectáculo para el 2009.

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