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Sábado, 3 de julio de 2010
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Ana Garat habla de su nueva creación, Jujuy

Las posibilidades del desencuentro

Para su flamante espectáculo, la coreógrafa se inspiró en la relación de dos talentosos bailarines que conoce muy bien, Rosaura García y Emanuel Ludueña, que fueron sus alumnos. Otra vez vuelve a sorprender en dupla con Pilar Beamonte.

Por Carolina Prieto
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Los bailarines exhiben la química tan peculiar que los une.

La escena parece una postal sepia. Dos planos inclinados y ocres sobre el fondo del escenario delimitan el interior de una casa y el exterior. Sobre esa fachada fuera de su eje, dos cuerpos amarronados se buscan sin encontrarse, como gatos agazapados que giran alrededor del plano mordiéndose la cola. Así arranca Jujuy, la nueva creación de Ana Garat, que en dupla con Pilar Beamonte viene sorprendiendo a casi todos. En El hombre que camina ubicaron al público en un dispositivo arquitectónico muy inusual, una suerte de jaula transparente, que permitía ver bailar en seis direcciones diferentes muchas veces al mismo tiempo: arriba, abajo, al frente, detrás y a los costados de los espectadores. En YoYanoKepo pergeñaron tres obras unidas en una sola sobre la falta de espacio que padece el hombre urbano; y en Dúo para ella sola, la misma Garat bailaba con su clon virtual, con las imágenes tridimensionales de sí misma proyectadas, alterando las leyes físicas del espacio y generando ilusiones ópticas.

Esta vez, esta inquieta creadora –formada en el Taller de Danza Contemporánea del San Martín, en la Compañía Trisha Brown de Nueva York y en el Laban Centre de Londres, y que acaba de recibirse como profesora de eutonía– se inspiró en la relación de dos talentosos bailarines que conoce muy bien, Rosaura García y Emanuel Ludueña. Ambos egresaron del Taller de Danza del San Martín, fueron sus alumnos y ya se lanzaron a coreografiar con éxito. García creó el solo Pollerapantalón, inspirado en textos poéticos de la escritora uruguaya Marosa di Giorgio, y Ludueña ya cuenta con un puñado de piezas de su autoría. “Son muy amigos y tienen un modo de vincularse muy particular fuera del escenario. Comparten juegos y códigos en los que no entra nadie más que ellos. Por ejemplo, no se llaman por su nombre, él la llama Vaca y ella, Llama. Los observé con lupa y fuimos trabajando a partir de lo que me despertaba el vínculo”, cuenta la directora.

En un espacio con aires antiguos, teñido de texturas musicales hechas de viola, violín, clarinete, saxo, piano y voz, los intérpretes se buscan, se encuentran y se separan para volver a encontrarse en un círculo eterno. Pero lejos de la placidez, sus movimientos son entrecortados antes que fluidos, como si los cuerpos estuvieran incómodos, como si no terminaran de ensamblarse en armonía e insistieran de mil formas posibles. Ella hasta quiere enrollar un brazo de él como si fuera una bufanda enroscada a su propio cuello. Usan máscaras, un salvavidas, sillas. Hay pinceladas de humor absurdo, mucho juego y experimentación. “Tienen algo muy parecido, algo medio andrógino, y lo aprovechamos para desarrollar las distintas zonas de la relación, que va variando según la escena. Por momentos son una pareja unida en el desencuentro, por otros son amigos o hermanos, o hasta una misma persona y uno funciona como espejo del otro. El vestuario ayuda mucho a marcar todo esto”, agrega Garat, que compartió la coreografía con Beamonte y con los intérpretes.

–¿Cómo trabajaron el tipo de movimiento?

–A partir de vías indirectas, agregando movimientos para llegar a un punto que bien se puede alcanzar de un modo más sencillo. Nos atiborramos de movimientos porque ellos son así, un poco retorcidos, como fuera de eje. Como esas relaciones de pareja que no dan para más pero insisten y prueban mil variantes. Igual, hay momentos distendidos y parejos, como el del vals; pero si no él suele estar más sumiso a ella. Y se buscan en ese desencuentro casi permanente, buscan lo estable dentro de lo inestable, el equilibrio dentro del desequilibrio. Los movimientos son más rígidos que ligados, fluyen de un modo particular.

–¿Cómo se le ocurrió el título?

–Porque están en un viaje constante de búsqueda, sintiendo siempre que están por llegar a algún lugar.

Cuenta Garat que los intérpretes se engancharon muchísimo con la propuesta y que nunca se opusieron a exhibir, aunque deformados, algunos rasgos personales y esa química tan peculiar que los une. “Emanuel es muy virtuoso y acá hace medio de tonto”, desliza. Para el espectador, nada es obvio en Jujuy: un clima extrañado, una banda sonora melancólica creada por Patricia Casares, que hasta canta en algo que parece francés pero no es; un vals bailado con los típicos movimientos de pies y el tronco superior que se aparta de la tradición. Y hasta una escena doméstica que incluye una cena bailada, con los cuerpos sentados y los troncos danzantes; o una televisión que emite imágenes de archivo intervenidas, que lo muestran a él como un héroe ridículo. “Una vez que terminé la obra, me recomendaron que viera Rumba. Y es verdad, mi dúo tiene algo en común con el de la película, esa pareja bizarra que se dedica al baile de salón, y que sigue adelante pase lo que pase. Todo parece gracioso pero es tétrico, hasta uno de ellos se lastima una pierna y se la cortan”, compara quien integró Nucleodanza, la compañía de danza contemporánea dirigida por Margarita Bali y Susana Tambutti, considerada una de las más renovadoras de la escena local. Pero en Jujuy (sábados a las 20.30 y desde el 11 de julio los domingos a las 20 en El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960), la sordidez no llega a tanto. Apenas sobrevuela como una amenaza juguetona.

“Intenté no ser pretenciosa ni darles tanta bola a los prejuicios, si no no me hubiese animado a usar determinados objetos, como el salvavidas con el patito”, reconoce la directora, ya con ganas de zambullirse en la creación de la segunda parte de Dúo para ella sola, que según anticipa se llamará Reversible, y supondrá un nuevo desafío técnico. Mientras tanto, disfruta Jujuy, un paisaje de tierras cálidas y surreales habitadas por una pareja cuyas ansias de encontrarse y de compartir son mucho más fuertes que cualquier escollo.

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