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Sábado, 21 de julio de 2012
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EL REGRESO DE EXEQUIEL BARRERAS CON UNA OBRA INSPIRADA EN ALBERTO GIACOMETTI

Variaciones sobre la fragilidad humana

A los 28 años, el bailarín formado en el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín y que ahora dirige su propia compañía en Suiza vuelve con un espectáculo inspirado en la obra del gran escultor. “Giacometti me toca una fibra íntima”, dice.

Por Carolina Prieto
Alberto, der Man der geht (Alberto, el hombre que camina) se titula la obra de Barreras.

El recorrido del cordobés Exequiel Barreras es bastante atípico. Nació en una familia no vinculada con el arte, desde chico comenzó a componer personajes y situaciones teatrales con una fuerte carga corporal. Cuando el musical Drácula, de Cibrián Campoy, se preparaba para desembarcar en Córdoba, Exequiel, con sólo catorce años, se presentó a las audiciones. Dijo que tenía 18 y, si bien aspiraba a quedar seleccionado como actor, lo eligieron para el cuerpo de baile. Y ahí mismo, entre los bastidores de la puesta, comenzó a tomar sus primeras clases de danza. “Los chicos del elenco me decían que tenía condiciones, que tenía que estudiar. Y arrancamos ahí mismo. Al poco tiempo, y ya con más estudios encima, empecé a bailar en shows y en obras infantiles y a ganar mi propia plata”, cuenta a Página/12 el intérprete que, pocos años más tarde, ingresaría al Ballet Contemporáneo del San Martín, bailaría en compañías europeas y que ahora está de regreso con una obra de su autoría, inspirada en el escultor suizo Alberto Giacometti, los sábados a las 22, en el Centro Cultural Ricardo Rojas.

De su Córdoba natal se vino a Buenos Aires con una beca para la Escuela de Julio Bocca y, a los pocos meses, entró a la compañía del Teatro San Martín dirigida por Mauricio Wainrot. “Entré sin tener una escuela tradicional hecha como mis compañeros, que venían del Colón, del Argentino de La Plata o del Taller del San Martín. Mauricio me dijo que me faltaba técnica, pero que tenía algo especial. En ese momento, a los 18 años, yo era una esponja, absorbía todo. Y a los pocos meses paso de ser aprendiz a bailarín de la compañía”, recuerda. Ahí se formó durante más de seis años, bailando las grandes obras de Wainrot como El Mesías, Carmina Burana y La consagración de la primavera; además de piezas de coreógrafos invitados. También debutó como coreógrafo en el Centro Cultural Rojas con la obra Rufianes; empezó a dar clases, y en el 2007 fue nominado a los Premios Clarín Espectáculos en el rubro Danza Revelación. Pero todo esto no era suficiente y decidió probar suerte en Europa. No fue fácil: manejarse en otros idiomas, conocer la escena de la danza europea, saber bien dónde audicionar. Hasta que logra sumarse a grupos de danza independiente de Suiza y Alemania y, finalmente, ingresa a la Tanzkompanie del Teatro de St. Gallen, dirigida por el italiano Marco Santi, en el pueblo suizo de St. Gallen, donde vive actualmente. Allí, junto a otros quince bailarines, entrena en danza contemporánea, clásica, técnicas orientales y canto, e interpretan obras del mismo Santi y de creadores experimentales y aún no tan consagrados. Este espíritu abierto, interdisciplinario, alejado de toda solemnidad, sobrevuela el espectáculo que lo trajo de vuelta al país: Alberto, der Man der geht (Alberto, el hombre que camina), en el que actúa junto a tres de sus compañeros de la compañía suiza (Hella Immler, Emma Skyllbäck y Yannick Badier). Un trabajo que respira mucha originalidad, delicadeza y emoción, y que combina movimiento, canto y texto. Una suerte de pieza íntima y viva, nada acartonada, que no intenta ser un reflejo de la vida creativa ni personal de Giacometti. Por el contrario, despliega un puñado de situaciones que transcurren en un atelier de pintura (en el que sólo hay una cama cucheta), como cuadros que se van articulando cual fotogramas de un film. Así surgen una variedad de situaciones humanas reconocibles: la fragilidad, el encuentro, el dolor, la muerte, el sinsentido, el humor.

“Giacometti me toca una fibra íntima, por eso nos interesó trabajar con lo que nos genera él y su obra a nivel personal, y no intentar reproducirlo en escena”, asegura el creador de 28 años. En el 2006, Barreras hizo un primer trabajo sobre el artista suizo: una obra de teatro físico que estrenó en el Teatro del Sur con poco movimiento y nada de danza, cuyo punto de partida fue un cuadro del pintor. “Me inspiré en una pintura suya sin saber que era un cuadro de él. Después de ese espectáculo empecé a investigar sobre su producción y me encantó”, dice. Y ya en Europa, un día se encuentra sin saberlo de visita en la ciudad de Chur, donde vivió y murió Giacometti. Demasiadas coincidencias. Así que cuando comenzó a dar forma a su propia compañía, la Rotes Velo Tanzkompanie (bicicleta roja en suizo-alemán, en alusión a la que usaba en Córdoba) no dudó en abordar a esa figura central del arte del siglo XX. ¿Qué lo seduce tanto? “La manera en que Giacome-tti retrata a la humanidad en su total fragilidad, en esas esculturas alargadas como El hombre que camina, en las que no hay nada más que un sustento esencial. Como si a una persona le sacaras la piel, los músculos y sólo quedara ese hilo. Y en mi coreografía hay mucho de esa fragilidad”, confiesa el director.

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