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Martes, 7 de agosto de 2012
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Oscar Araiz, coreógrafo, director y docente

“Me gusta que haya lecturas plurales”

El grupo de danza de la Unsam que dirige presentará mañana en el Templo de la Comunidad Amijai un tríptico de obras en las que “predomina el espíritu lúdico en diferentes tonalidades”. Sobre su rol en la universidad, subraya: “Me hace bien estar con gente que sueña”.

Por María Daniela Yaccar
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Rapsodia, una de las piezas que se verán en Amijai.

Como coreógrafo y director, Oscar Araiz persigue un objetivo: “Que el espectador proyecte su imaginación, su personalidad y sus deseos” en sus obras. Y como docente le interesa “estimular a los estudiantes a que vivan de lo que quieren”. Del trabajo con la compañía de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), conformada por dieciséis alumnos de la carrera de danza, surgieron tres ejercicios que se mostrarán mañana juntos por única vez en el Templo de la Comunidad Amijai (Arribeños 2355, a las 20.30). Se trata de Pulsos, Sonidos negros y Rapsodia. En esta charla con Página/12, Araiz profundiza en sus dos facetas: la de mirar y coordinar desde afuera y la de acompañar a otros en su crecimiento.

El grupo de danza Unsam surgió en 2009, como desprendimiento de la carrera que Araiz dirige en el marco de la Unidad Académica de las Artes de esa institución y que se creó ese mismo año. Ha estrenado Poemas del ángulo recto, de Le Corbusier; Las 7 palabras, con música de Joseph Haydn; Cabalgata; El carnaval de los animales, con música de Saint-Saëns y texto de María Elena Walsh, y El mar, con música de Claude Debussy. “No es que se enseña danza a estudiantes universitarios, sino que los interesados en la disciplina entran a la universidad”, aclara, en principio, quien fuera director de los ballets del Teatro Colón, del San Martín, del Grand Théâtre de Ginebra y del Teatro Argentino de La Plata. Actualmente reparte su tiempo entre la Unsam y ARTE XXI, un espacio privado que también dirige.

Mañana, el grupo de la Unsam presentará un tríptico de obras bien distintas, aunque en todas ellas “predomina el espíritu lúdico en diferentes tonalidades”. Ninguna es un estreno en sentido estricto. Pulsos tiene más o menos un año de presentaciones, Sonidos negros fue interpretada por otros bailarines de la compañía y Rapsodia está dentro de las creaciones más famosas de Araiz. “Los jóvenes me enseñan mucho”, recalca. “Me hace bien estar con gente que sueña”, completa.

Pulsos tiene un carácter más de ejercicio. Investiga la relación entre la música contemporánea (de John Adams) y el malambo argentino. “El desafío fue unir dos mundos rítmicos culturalmente opuestos por la distancia y el tiempo. Fue un trabajo profundo y difícil, pero de resultado gratificante”, cuenta el coreógrafo. Sobre textos de Borges, Sonidos negros también cruza universos musicales distintos: temas de Piazzolla (con la inconfundible voz de Edmundo Rivero), de Gershwin y uno de Memphis La Blusera. La pieza indaga en el contraste y la simbiosis entre lo masculino y lo femenino. Finalmente, Rapsodia, con música de Rachmaninoff, es la más teatral de las propuestas, con el juego como tema central y diez intérpretes en escena.

–¿Lo que estas obras tienen en común es la música como aspecto central y, al menos en las dos primeras, la indagación en la argentinidad?

–La música es lo que domina en mis trabajos. Y casi siempre es el disparador. La argentinidad está sobre todo en Sonidos negros, no sólo en lo musical, sino también en los retratos. En la gestualidad hay algo cultural propio, un carácter local. Es difícil poner en palabras lo que muestran movimientos y gestos. No hay nada mejor que dejar al espectador libre, para que él proyecte su imaginación, su personalidad y sus deseos. Me gusta que haya lecturas plurales de las cosas. Es un buen momento para aceptar las diferencias entre nosotros.

–¿Hoy el público está más cerca de la danza?

–Depende. Porque la danza tiene muchos aspectos: está la de la televisión, la del Colón y la de la universidad. Además, cada público es diferente en cada función, aunque la compañía sea la misma.

–¿Y qué opina de la masividad que adquiere la danza en televisión?

–No saqué una conclusión, pero tengo sensaciones. Me parece sorprendente, peligroso, positivo en algunos aspectos y negativo en otros. Es positivo en el sentido de que es información que se expande, y negativo en relación con el enmascaramiento de la comercialización de un producto.

–¿Qué características tiene la danza que se hace en la universidad?

–Las instituciones académicas ponen el valor en la razón, el análisis y el estudio. No es una naturaleza muy cómoda para la danza, que es instintiva, intuitiva, orgánica y emocional. Esto no quiere decir que la danza no tenga intelecto: se necesita una parte de él para organizar, componer, percibir y analizar. En la universidad aparece un equilibrio entre dos naturalezas opuestas. Eso representa mucho trabajo tanto para la universidad, que tiene que adaptarse a cierta forma intuitiva de vivir, como para el bailarín, que tiene que esforzarse, aplicar mucho su intelecto, estudiar. A los alumnos de la carrera o a los intérpretes del grupo se les trata de abrir un campo profesional: eso implica vivir de lo que les gusta. Aparte de bailar hay otros aspectos: el pedagógico, el compositivo, la gestión, la producción, la video-danza o el terapéutico, que es muy interesante en este momento.

–¿A usted le costó vivir de esto?

–No. Viví siempre de esto. Empecé a trabajar prácticamente casi al mismo tiempo que empecé a estudiar. A la danza le debo la independencia económica, que me ayudó a encontrarme conmigo mismo, con mi identidad y con mis pares. Es un privilegio vivir de lo que a uno le gusta. Tenemos que recuperar esa cultura laboral: el trabajo tiene que tener algo placentero. Estamos un poco vagos, indisciplinados. Hemos perdido el placer por el trabajo.

–¿Cómo es la creación con un grupo de estudiantes universitarios?

–Se dan procesos diferentes. Pulsos fue hecha con bailarines que hacen zapateo. Yo coordiné el material que ellos conocían. En las otras obras hice la composición, pero los intérpretes le dieron un color particular. En realidad, ni el intérprete ni yo hacemos la obra. El fenómeno termina cuando hay alguien mirando y da su lectura. Entre los tres (público, compositor y bailarines) hacemos un hecho, que se puede llamar artístico, entretenimiento, revelación, pasatiempo. No importa. Lo que me sostiene es esa comunicación.

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