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Martes, 30 de julio de 2013
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Diana Szeinblum estrenó Una cosa por vez en Espacio Callejón

Abrir percepciones nuevas

La coreógrafa argentina, que estudió y bailó en la compañía de Pina Bausch, apuesta esta vez a la sobriedad, a la exploración de la relación entre el cuerpo humano y los objetos: una mesa, una silla, un cable enroscado y un plástico transparente que cubre el piso.

Por Carolina Prieto
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En el origen de Una cosa por vez primó el deseo de partir desde un lugar nuevo.

En Alaska, uno de los últimos espectáculos de la coreógrafa Diana Szeinblum, los cuerpos estallaban en imágenes de una potencia abrumadora. Cuatro bailarines protagonizaban escenas extremas, que parecían llevarlos al límite de sus fuerzas, acaso como tratando de expulsar fuera del cuerpo estados de desesperación, desolación o angustia. Luego de girar con esta obra por Estados Unidos, España y Chile, y de estrenar un trabajo que sólo se pudo ver en el Teatro Argentino de La Plata (La mesa es un pedazo de madera), la argentina que estudió y bailó en la compañía de Pina Bausch está presentando su nueva creación, en la que se aleja de esa explosión de movimiento. Una cosa por vez (Espacio Callejón, Humahuaca 3759, sábados a las 19) es una apuesta a la sobriedad, a la exploración de la relación entre el cuerpo humano y los objetos. Una propuesta en la que los cuerpos se mueven con precisión y sin grandilocuencias (con excepción de unos pocos momentos), creando imágenes que de a poco capturan la mirada, invitándola a detenerse en posiciones, texturas y temporalidades. Una invitación a detener el frenesí y poner la atención en cuestiones mínimas, que abren percepciones nuevas.

La obra se compone de dos solos de una media hora cada uno: el primero interpretado por Lucas Condró (que además comparte con Szeinblum la dirección general) y el segundo por Paula Almirón y por la propia directora en forma alternada. En cada solo, el intérprete ejecuta prácticamente las mismas acciones con los mismos objetos: una mesa, una silla, un cable enroscado y un plástico transparente que cubre el piso. Repiten casi la misma secuencia, pero no es lo mismo: cada cuerpo se mueve y mueve las cosas de modo diferente, le imprime otras cualidades. Y claro, para el espectador es raro hasta que entra en una zona de contemplación y de disfrute. El cuerpo imitando las formas de los objetos, el cuerpo moviéndose con los objetos. Las tensiones entre lo rígido y lo blando, entre la quietud y el movimiento. El cuerpo imitando la forma de remolino del cable, el cuerpo y los objetos cubiertos por el plástico transparente, que en un momento deja de ser parte del piso y se convierte en una membrana protectora. Todo esto, que por momentos parece simple y casi estático, y por otros se acelera y coquetea con el humor y el absurdo, bañado por la música original de Ulises Conti que Ismael Pinkler ejecuta en cada función, ajustando los sonidos al tiempo de los cuerpos y las cosas. El minimalismo de la escena se enriquece: desde sonido ambiente pasando por beats electrónicos, ecos de la naturaleza, algo de Beethoven y hasta los Beach Boys.

En el origen del proyecto primó el deseo de partir desde un lugar nuevo, de desterrar los mecanismos ya transitados de la creación. “Siempre arrancamos desde un imaginario personal que llevás a escena y desde el cual iniciás una búsqueda. Esta vez queríamos encontrar algún tipo de lógica externa a nosotros, y que esa lógica sea nuestra guía”, cuentan los directores en diálogo con Página/12. Empezaron a trabajar con muchos elementos hasta descartar unos cuantos y quedarse con cuatro: una mesa, una silla, un cable enrollado y un plástico. En un comienzo era simplemente “poner esos objetos en el espacio y ver qué lógica se iba configurando para seguir en esa línea, profundizando cada vez más y teniendo mucho cuidado de no anteponernos a ella”, agrega Condró. Se trataba de suspender la mirada habitual sobre los objetos y que éstos pasen a ser una guía para el movimiento. Y lo que surgía, tenía que ver con la pura lógica de las formas y el espacio. “Dar vuelta una mesa y ponerla patas para arriba generaba otra cosa. Poner los objetos de un solo lado del escenario abre el espacio hacia el otro. O que el intérprete se mueva con la mesa y la silla, agarrándolas, como pasa en un momento. Algo muy difícil y que exige escuchar el tipo de movimiento que sugiere el objeto porque, si no, los elementos se traban o se caen”, advierte Szeinblum. Con estas premisas intentaron ajustar el cuerpo al universo de los objetos: adoptar cualidades propias de ellos, moverse según el tipo de movimiento que éstos proponen y hasta reaccionar con relación a la disposición de los objetos en el espacio. “Depende de cómo estén dispuestos, y de cómo se ubica el cuerpo, se crean tensiones y movimientos, como pasa en los cuadros”, comentan.

El proceso de trabajo duró más de un año y no fue sencillo. “Nos quemamos el cerebro. Fue un trabajo muy mental, pero también muy placentero al ir armándose esa lógica que nos guiaba. De alguna manera, como si no tuviéramos que inventar nada sino, más bien, ir construyendo con esos objetos”, admite Szeinblum. Pero son conscientes de que algo de esa complejidad se muda a la platea. Así como ellos partieron desde un lugar totalmente atípico, el público también tiene que dejar de lado unos cuantos supuestos. Si espera ver un despliegue de danza, Una cosa por vez no es el plato a elegir. “No es un espectáculo fácil. Proponemos poner la mirada en cosas que no estamos acostumbrados a ver. Y al empezar el segundo solo, el espectador tiene que hacer algo con lo que lleva visto hasta ese momento”, afirma Diana. Al comienzo hay un indicio: la palabra “pausa” aparece proyectada mientras los técnicos arman el espacio, y esto se repite antes del segundo solo. Casi una pista, como anunciando “vamos a ver algo que tiene que ver con el mundo de la pausa, con cosas distintas de las que solemos ver”, explican los directores. Para ellos hace falta cierta apertura para entrar en el juego propuesto; hay que dejarse interpelar por esas nuevas formas y percepciones: “Si no, no pasa nada y es un plomo”, comentan.

Hay pasajes cautivantes. Uno es cuando el intérprete acciona el cable enrollado. Ya el mismo objeto tiene algo misterioso: amorfo y negro, una madeja laberíntica que el intérprete lanza al aire y se lanza él mismo a correr, sólo el tiempo que dura hasta que el objeto cae al piso. Y sobre todo, cuando el propio cuerpo del bailarín se retuerce, se enrosca y se desenrosca a toda velocidad, imitando increíblemente el aspecto del cable. Para Lucas, ése es el momento más absurdo de todos. Otra escena impactante: cuando el cuerpo se mete por debajo del plástico, levantándolo, quedando al resguardo del mundo. “Es como meterse en otro mundo, con cosas que se te caen encima y es como empezar a ser una sola cosa con los objetos”, cuenta Lucas. En medio de la locura de la ciudad, Una cosa por vez es, tal como sugiere el mismo título, una suerte de remanso, de oasis frente a la sobreestimulación diaria y a la falta de tiempo para detenerse. Una oportunidad para ver el mundo con nuevos ojos.

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