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Miércoles, 15 de octubre de 2014
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La compañía brasileña de Deborah Colker presenta Tatyana

Bailar con Pushkin al lado

La coreógrafa, una de las más reconocidas del continente, define a su nuevo espectáculo, inspirado libremente en el Eugenio Oneguin de Aleksandr Pushkin, que aparece en escena, “como un viaje del clásico al contemporáneo”.

Por Carolina Prieto
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Tatyana tiene una puesta en escena dominada por un gran árbol de madera y metal.

Antes de crear su compañía de danza contemporánea, Deborah Colker incursionó en varias disciplinas. Durante doce años se dedicó al piano, estudió psicología, jugó al vóley de forma profesional, integró el elenco Coringa (un referente de la danza brasileña en los años setenta y ochenta) y colaboró con más de treinta espectáculos teatrales como directora coreográfica. En 1994, estas experiencias confluyeron en el surgimiento de su grupo, que desde entonces dio forma a once espectáculos, dos de ellos ya presentados en Buenos Aires (Rota y Cuatro por Cuatro). Varios recibieron premios en Brasil, recorrieron escenarios de Europa, América y Asia y uno de ellos (Mix) obtuvo en Londres el premio Laurence Olivier a la mejor coreografía. Actualmente la compañía está formada por dieciocho bailarines, además de la directora, que suele bailar en algunas obras, y cuenta con el patrocinio de la Municipalidad de Río de Janeiro y de la compañía Petrobras, un financiamiento que les permite trabajar con profundidad y sin presiones, dedicando el tiempo necesario a la creación de cada espectáculo.

En su tercera visita al país, el elenco dará a conocer Tatyana hoy y mañana a las 20.30 en el Teatro Opera Allianz (Corrientes 860), una versión muy personal de Eugenio Oneguin, la novela en verso de Aleksandr Pushkin, figura inaugural de la literatura rusa moderna. Un montaje centrado en los cuatro personajes centrales con sus historias de amores cruzados, duelos, frustraciones y desencuentros; una puesta en escena dominada por un gran árbol de madera y metal con música de compositores rusos como Rachmaninov, Tchaikovsky, Stravinsky y Prokofiev en estado puro y también remixados, vestuario con toques de distintas épocas y un tipo de movimiento que mixtura elementos del ballet y del contemporáneo.

Colker conversó vía Skype con Página/12 sobre la propuesta que articula dos universos tan aparentemente alejados como el ruso y el brasileño. La artista es pura energía y generosidad al hablar de su trabajo. “Desde el espectáculo No, del 2005, hay un cambio importante en mi obra. Empiezo a tener ganas de desarrollar historias, no de contar novelas o tramas en forma literal, pero sí de expresar con el movimiento las fuerzas que dominan a los personajes. Antes mi trabajo estaba enfocado en cuestiones más esenciales a nivel del lenguaje: la investigación del espacio, del movimiento. Una vez que estos fundamentos estuvieron bien asentados, la dramaturgia empezó a interesarme cada vez más”, cuenta.

En este marco, al leer la novela de Pushkin se fascinó con la relación entre Tatyana y Oneguin. “No es una novelita rosa, boba. Cuando ella lo conoce, el amor se le revela de forma poco común. Ella percibe una fuerza dentro suyo, pero que en realidad viene de otro lado. Hasta dice que ese amor está escrito en el cielo, que viene de allí, en una época en que las familias decidían con quiénes se casaban sus miembros. Lo que siente Tatyana no es una fascinación superficial por un hombre”, desliza.

Colker y sus bailarines trabajaron con un experto en literatura rusa que les dio mucha información sobre el autor, la obra y la Rusia del siglo XIX. Intercambiaron ideas y la directora tuvo una que el especialista aprobó de lleno: poner a Pushkin en escena. Así, los protagonistas son cinco. “Al leer la novela, tuve la impresión de que el autor está presente siempre, se apasiona con los personajes. Por momentos no sabés si el que habla es Oneguin o él. Me atrajo la posibilidad de que sea un personaje más que interactúa con el resto”, advierte. Desde su perspectiva, son como capas de sentido que se superponen. “Pushkin escribió el libro, Tchaikovsky la ópera, John Cranko el ballet clásico, Martha Fiennes la película. Lo que yo hago es mi visión sobre todo esto. Además, la novela es una historia muy poética, escrita en verso con muchas imágenes y abstracciones. Tomé del texto lo que me pareció más importante para transmitir las fuerzas que movilizan a los personajes”, admite.

Desde su mirada, si la historia se mantiene vigente es porque expresa un rasgo universal de las personas: los recurrentes desencuentros. Colker se volcó hacia una puesta abstracta, con una mezcla de elementos de distintas épocas a nivel del vestuario, el movimiento y la música, enmarcados en ese gran árbol que domina la escena. “Es como un viaje del clásico al contemporáneo –define–. Para mí, el clásico es muy bienvenido. No reniego para nada de él, tomo lo que me interesa con libertad y respeto y lo inserto en un lenguaje actual. Además, la Rusia del siglo XIX tuvo mucha riqueza cultural. Sería una burra si no tomara nada de ese contexto.”

La coreografía juega con la multiplicación y el espejo: en el primer acto, cada personaje es interpretado por cuatro bailarines distintos mientras que en el segundo, tras la muerte de Lensky, todos los bailarines serán Oneguin y todas las bailarinas darán vida a Tatyana. La creación de este espectáculo duró dos años, un tiempo de elaboración que fue posible gracias al patrocinio de la Municipalidad de Río y de Petrobras. “El aporte de estas entidades nos permite trabajar en las condiciones en que lo hacemos, además de los ingresos por la venta de entradas. Para cada espectáculo nos sumergimos en un proceso de investigación y de estudio muy profundo. Y cada obra es distinta de la anterior”, comenta la directora.

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