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Sábado, 28 de octubre de 2006
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IÑAKI URLEZAGA Y LOS DESAFIOS DEL TRIPLE PROGRAMA QUE BAILARA MAÑANA EN EL TEATRO COLON

“Primero trabajaré, luego disfrutaré”

Radicado en Holanda, donde encabeza el Het National Ballet, el bailarín se prepara para un triple programa que combina diversos lenguajes. “Hace años que no hago en la Argentina algo tan ‘redondo’, tan interesante”, señala.

Por Alina Mazzaferro
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“Creo que hemos aportado mucho con el Ballet Concierto, hemos dado una nueva imagen de la danza.”

La sala 9 de Julio del Teatro Colón nada tiene en común con la avenida homónima, de la cual obtuvo su nombre por estar ubicada en su subsuelo. El caos del tránsito y los ritmos de una ciudad en pleno funcionamiento son completamente ajenos a este salón de ensayo amplio y luminoso, donde sólo se escucha el ruido de las zapatillas de baile al rozar contra el piso y, de vez en cuando, algún fragmento de las melodías de Alexander Borodin y Ludwig Minkus. El lugar está repleto de gente, pero esa gente casi no habla, o lo hace pausadamente y en voz baja: son Iñaki Urlezaga y los miembros de su Ballet Concierto, que mañana a las 17 estrenarán un programa mixto y heterogéneo que combina la exigencia técnica de Paquita, la singularidad coreográfica de Frederick Ashton, y Borodin, una nueva creación de Araiz preparada especialmente para el evento.

Entre una veintena de bailarines, Iñaki se destaca a simple vista. Es el más alto y baila siempre con una sonrisa, aunque sólo está marcando los pasos. Araiz, delante de esa compañía que no es la suya –la del teatro–, posa su mirada hipnotizada sobre los cuerpos en movimiento. Ya tiene el pelo gris y viste un pantalón de traje azul, pero igual intenta agacharse para mostrar algo que sus bailarines aún no han comprendido. De pronto todos se arrodillan copiando al maestro y, como si hubiera pasado un torbellino invisible, giran una y otra vez, intentando hacer que sus cuerpos aprehendan el secreto de esa pirueta en dehors finalizada en attitude que marcó el director del ballet estable de la casa. El ensayo debía haber finalizado hace una hora, pero ellos parecen no llevar los tiempos del reloj. De pronto Iñaki descubre la presencia de Página/12, que “espía” la rutina diaria, y recuerda que era tiempo de tomarse un recreo. Con un agua saborizada en mano, posa para los fotos: “Que sea sentado”, pide quien acaba de cumplir con las tareas de dos ensayos consecutivos y se prepara para un tercero, que se extenderá hasta la noche. Detrás se oyen los primeros acordes del pas de trois de Paquita, que practican dos integrantes de la compañía de Urlezaga y Nadia Mujica, miembro del cuerpo de baile del Colón que, junto a la primera bailarina del Ballet de Santiago de Chile, Natalia Berrios, reemplazará a Cecilia Kerche, anunciada para el programa.

–¿Qué le sucedió a Kerche, que no bailará?

–Sufrió una distensión de gemelos en Brasil, hace dos semanas. Mucho no pude preguntarle porque los bailarines son muy susceptibles, y cuando se lesionan parece como si se incendiaran sus carreras.

–Con cada bailarina debe tener un rapport diferente. ¿Baila distinto al cambiar de partenaire?

–No. De casualidad está Natalia Berrios acá, que es primera bailarina en Chile y vino a hacer Manon. Me contacté con Marcia Haydée, la directora, y me permitió invitarla. Ella sólo bailará Paquita. Nadia (Mujica) es muy sensual y para la obra de Oscar (Araiz) es ideal. Además, Oscar trabaja personalmente con ella. La obra inglesa (de Ashton) es de otro estilo y a ella le costó más entender ese código, esa personalidad. Es como el cine americano y el europeo, son dos cosas distintas. Y acá no hay tradición de ver material inglés. Si esa tradición existía cuando se mostraban cosas de Carter, ahora se perdió.

Los cambios de último momento parecen no afectar al bailarín, que se entusiasma al hablar del programa que ha seleccionado para la ocasión. “Es muy ecléctico y de muy alto nivel”, asegura. “La obra de Oscar tiene una gran singularidad; es un trabajo muy escénico y se baila desde una sensación. Es de un profundo lirismo”, remarca, haciendo referencia a Borodin, la nueva creación del maestro Araiz dedicada al compositor homónimo. “Por otra parte –sigue–, Symphonic Variations (de Frank–Ashton) es más parecida a lo que yo bailé tantos años en el Royal Ballet, por ser inglesa. Es una obra para tres parejas que bailan al unísono. Fue hecha después de la posguerra y por eso va en busca de la paz y tiene algo esperanzador. Es pura técnica clásica, y es terriblemente difícil y extenuante hacerla. Pero la pasión que genera te arranca el aplauso, si está bien hecha, por supuesto.” Y por último se acuerda del indiscutible clásico de Minkus y Marius Petipa: “Paquita no tiene nada de todo eso; es un gran desafío técnico que tiene que ser ejecutado a la perfección”.

–¿Con cuál de todos estos estilos se queda?

–Me quedo con lo que me aporta cada obra. Es un programa muy artístico. Hace años que no hago en la Argentina algo tan “redondo”, tan interesante, tanto para el público como para los artistas.

–Y además es la última obra de esta temporada dentro de la sala, antes de que comiencen las obras de restauración y puesta en valor del escenario y platea...

–Sí. Yo había hablado con Oscar hace tiempo de hacer una obra con esta música. Había hablado con Leandro Iglesias (director del Teatro Colón) de que quería traerla al teatro. Y todo desencadenó en esto.

–¿Y qué siente al ser responsable de semejante evento?

–Me da mucho orgullo, mucha emoción. Pero primero voy a trabajar, a hacer las cosas bien, y después lo disfrutaré. Me honra que el Colón cierre la temporada con ballet. Me da mucho orgullo que los directivos hayan pensado –más allá de que éste sea un cuerpo invitado– en ballet. Porque en general siempre se abre y se cierra la temporada con óperas. Así, la relación entre las artes está más balanceada.

La maestra Lilian Giovine, directora artística del Ballet Concierto, interrumpe de un grito la charla. Está anunciando los horarios de ensayo del día siguiente, que empiezan temprano, por la mañana. Algunos bailarines ya comienzan a irse, pero a Iñaki todavía le faltan algunas horas para terminar su jornada diaria.

–Entre el trabajo en el Het National Ballet de Holanda y en su propia compañía, ¿cuándo descansa?

–Yo tengo permisos para salir y venir a bailar acá. Después de estas funciones nos vamos de gira con la compañía por Estonia, Lituania, España e Italia, y a fines de enero regreso a Holanda a bailar La Bayadera. Por eso cuando me tomo vacaciones prefiero no viajar.

–¿Por qué cambió el Royal por la compañía holandesa?

–Estuve doce años allí y el repertorio es poco fluctuante. Tenía ganas de cambiar, soy todavía joven y no me gustaría quedarme sólo con eso, con la experiencia de una sola casa. El Het National Ballet tiene un repertorio que es nuevo para mí. Y tengo más tiempo libre, por eso puedo venir acá.

–¿Le gusta bailar en la Argentina, junto a bailarines argentinos?

–Me gusta porque creo que hemos aportado mucho con el Ballet Concierto. Hemos dado una nueva imagen de la danza; la hemos manejado de manera diferente. Me parece que es una nueva variante para el público porteño. Y además me gusta volver porque ésta es mi tierra y me gusta trabajar acá.

Aquí ya es el príncipe de la danza. Siempre tan lírico, de mirada amable; un soñador sobre la escena. En Holanda aún está buscando su lugar junto a la princesa Máxima, a quien conoció en una gala. “A ella la adoran allá, es un fenómeno”, comenta.

–Y ahora está Iñaki, otro embajador argentino.

–Sí, pero yo no soy de la realeza. Aunque los artistas somos como una cierta aristocracia, gente elevada...

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