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Lunes, 24 de diciembre de 2007
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JULIO BOCCA, UNA DESPEDIDA FRENTE A 300 MIL PERSONAS

La última función del hombre que dominó el arte de volar

En el último saludo, todo el mundo lloraba arriba del escenario. Y no faltaron lágrimas abajo, donde una multitud tomó la 9 de Julio. “Hemos venido a festejar a un muchacho que salió campeón del arte, la cultura, la disciplina y la entrega”, definió Marcos Mundstock.

Por Suyay Benedetti
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La imponencia de la multitud en silencio sólo era superada por la grandilocuencia de lo realizado en el escenario.

El sábado por la noche, la 9 de Julio pasó a ser simplemente Julio, cuando Julio Bocca, el galardonado bailarín, subió al escenario para realizar su tan anunciada despedida. Con más de cuatrocientos mil personas conformando una impactante masa de público, Bocca, junto a su compañía y numerosos invitados, consumó frente al Obelisco la comunión entre ballet clásico y cultura popular –por la cual el primer bailarín bregó durante su carrera– poniéndole el cuerpo a una emotiva despedida, simplemente inolvidable.

La inmensidad de la avenida, imposible de cruzar de una sola vez, estaba vallada desde Avenida de Mayo. A partir de ahí comenzaban las pantallas para poder seguir el espectáculo. Un escenario gigante coronaba la Plaza de la República, donde el público cercano aseguraba haber llegado antes de las cuatro de la tarde para reservar su lugar. Antes de que comenzara el espectáculo las tablas del escenario sirvieron a los bailarines como sala de ensayo para precalentar. Algunos de ellos, celular en mano, saludaban al público donde deberían encontrarse sus conocidos. Las pantallas mostraban imágenes de las principales obras en las que participó Bocca, y el público aplaudía cada fin de acto como si estuviera sucediendo en vivo. Como muestra de su trayectoria se lo podía ver bailando con los más disímiles personajes: desde Sandro, Roberto Goyeneche, Fito Páez, Alfredo Alcón y Norma Aleandro hasta Liza Minelli.

“Bienvenidos a la fiesta. Hemos venido a festejar un campeonato. Hemos venido a festejar a un muchacho que nació en el barrio de todos, que salió campeón del arte, la cultura, la disciplina y la entrega”, comenzó Marcos Mundstock, a cargo de la presentación del espectáculo. “Ese muchacho se llama Julio Bocca –dijo, disparando la primera gran ovación–. Julio es un muchacho de barrio, pero tiene una doble vida. Cuando nadie lo ve se mete en el teatro, se pone las calzas y las zapatillas y se convierte en Super Julio Bocca. También es San Julio Bocca, porque es admirado por todos, y el General Julio Bocca, que conquistó países con su arte y plantó nuestra bandera en ellos. Conmovió a multitudes con la danza más exquisita. Y lo más importante es que Julio hace todo esto porque se le baila.” Entre las carcajadas del público, la introducción terminó con un “Aunque estemos en diciembre, hoy empiezan las vacaciones de Julio”.

A las 21, entonces, Bocca, Eleonora Cassano y Maximiliano Guerra subieron al escenario para hacer un pas de trois de El Corsario. El trío fue aclamado por el público, pero desde el principio quedó claro que cada pirueta del agasajado de la noche era especialmente festejada. Entre los invitados aplaudían también China Zorrilla, Valeria Mazza, Daniel Rabinovich, Patricia Sosa, Fernando Bravo y la cocinera Dolli Yrigoyen.

La imponencia de la multitud en silencio viendo el ballet sólo era superada por la grandilocuencia de lo realizado en el escenario. Esa masa de personas parada ante la inclemencia del viento de la noche festejaba como si estuviera sentada en un palco de alguno de los teatros de ópera más importantes del mundo cada pirueta que se realizaba en las tablas. Con celular en mano, cual recital de Soda Stereo, grabando los momentos que se sucedían al grito de “Olé, olé, olé, Julio, Julio”. Así se produjo una rara conjunción para los porteños, que pudieron darse el gusto de ver ballet sin necesidad de vestirse de gala o adquirir una costosa localidad: una oportunidad de igualar el alimento cultural para toda una sociedad y no sólo los “entendidos”.

El mundo parecía estar detenido en la 9 de Julio. Mercedes Sosa fue la primera invitada que participó del espectáculo: cantó “Viejo amor”, mientras Bocca bailaba con Cecilia Figaredo. Después se sucederían diferentes actos que dejaban los espacios necesarios, a través de la participación de otros bailarines, para que la estrella de la noche descansara antes de la siguiente aparición. La Mona Jiménez subió a cantar “Balada para un loco” y, mientras Bocca bailaba, el público coreaba el estribillo. Bocca con su baile o incluso solo con un primerísimo plano de la cara, conmovía hasta el nudo en la garganta. Durante la noche otros tangos serían la base para las destrezas de los bailarines: “El último café”, “Naranjo en flor”, “Che, bandoneón” y “El día que me quieras”.

Más tarde Sandra Mihanovich subiría a cantar “The man I love” y Bocca con Cecilia Figaredo, ambos vestidos de blanco, bailarían como si fueran Fred Astaire y Ginger Rogers en alguno de sus más conocidos musicales.

Para el último tema anunciado en el programa, el elegido para la despedida, una bola espejada bajó desde lo alto del escenario y, una vez que comenzó a andar, Diego Torres salió para cantar “A mi manera” en castellano. Más que desplegarse por todo el escenario Bocca quedó, para este tema, como concentrado en un punto bailando. Y cuando Torres cantaba la parte que da el nombre al tema, esbozaba una actitud de agradecimiento, dándolo a entender con un sencillo gesto de su mano en el pecho. Había llegado el momento de la verdadera despedida, y comenzaron los saludos. Primero la orquesta, después el Ballet Argentino, luego los invitados por orden. Todos recibían sus aplausos y se acomodaban en una prolija fila que llegó a tener varías líneas. Por último, en bata, salió el festejado.

La ovación enmudecía a quienes estaban al frente del espectáculo. En el centro Eleonora Cassano no podía parar de llorar y abrazar a Julio. Pero él mantenía una actitud feliz. Transmitía eso que estuvo explicando durante todo este año, esa sensación de felicidad por la decisión tomada, la llegada del tiempo del descanso y otro tipo de trabajos: no más disciplina en las comidas ni largos ensayos, ni viajes interminables.

Hubo varias salidas para aplausos: para la última ya todos lloraban. No sólo quienes estaban en el escenario, sino también muchos en el predio. Con “In the flesh”, de Pink Floyd, Bocca también sucumbió al llanto, y parado en el centro del escenario junto a todos los participantes de la última función recibió los aplausos del público y una lluvia de flores que le lanzaban los bailarines. Para terminar, muy emocionado dedicó unas palabras de agradecimiento al público, brindó con champagne y recibió una lluvia al estilo Fórmula 1. Con grandilocuencia y entrega, todos los bailarines que subieron al escenario desplegaron su danza para honrar y festejar la despedida, un adiós que tuvo mucho más de festejo popular y comunión que amargura o tristeza.

Imposible encontrar una única palabra para describir la velada. Seguramente una buena forma de hacerlo sería a través de una morisqueta estirada tratando de imitar alguna de las figuras que realizaron los bailarines al son de la música. Un aleteo de brazos con la pierna en el aire: los miles de personas que pudieron dar testimonio del adiós de Julio Bocca, conocedores o no del mundo de la danza, expertos o simples admiradores de tanta belleza, tanto talento, emprendieron el regreso a sus hogares con la sensación de que ya no pisaban las baldosas. Volaban. Como Julio.

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