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Martes, 29 de abril de 2008
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El auge de la danza contemporánea en Buenos Aires

Para seguirle los pasos a una ciudad en movimiento

Múltiples propuestas han invadido las salas porteñas, sin necesidad de que algún megaevento las aglutine. El nuevo mapa de la disciplina muestra nombres conocidos y no tanto, propone estrenos y reposiciones, trabajos grupales e iniciativas individuales.

Por Alina Mazzaferro
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Fronteras de encuentros, dirigida por Liliana Toccaceli, se puede ver en el teatro El Cubo.

Para recorrer esta ciudad inagotable que parece ser Buenos Aires, uno podría seguir distintos trayectos, que lo llevarían a conocer una metrópoli muy distinta cada vez. Antes de sumergirse en sus arterias, se debe elegir un mapa y emprender un recorrido único, uniendo puntos dispersos: los museos, sus bares notables cargados de historia o sus parques y por qué no sus teatros, sus artistas, su arte. Se sabe que esta urbe ofrece una de las carteleras teatrales más amplias y jugosas; más de una vez la escena local ha convocado a los aficionados del mundo entero, que se desplazan por la ciudad siguiendo a rajatabla las indicaciones de algún folleto de festival. Pero en estos días se percibe otro fenómeno, para nada menor: una cantidad de propuestas de danza contemporánea ha invadido las salas porteñas, sin necesidad de que ningún megaevento las aglutine o reúna a su público. Si en general la danza ofrece presentaciones efímeras, que duran un par de funciones, esta vez las obras se afirman en la cartelera y prometen quedarse al menos uno o dos meses, para que puedan ser vistas por quien desee armar su recorrido siguiendo las huellas de la danza porteña.

El mérito de que Buenos Aires ofrezca un abanico de propuestas en materia de danza contemporánea es de los propios grupos independientes, que han buscado colocar al género dentro de las salas más frecuentadas del circuito teatral no comercial (El Camarín de las Musas, El Cubo) o en espacios que nuclean un gran caudal de público (el Centro Cultural Borges ofrece dos propuestas de danza contemporánea en abril, sin contar las obras de flamenco y tango; el British Art Centre se ha propuesto por primera vez armar una programación de danza). Los coreógrafos van en busca de una audiencia más amplia y no especializada, y no temen competir con la oferta teatral. Más bien, se suman a ella, pues hace tiempo que ellos también trabajan con la palabra, con textos (no sólo originales sino también de célebres autores), con tecnologías, con el humor, además de poner el cuerpo.

De este muestrario abril-mayo participan nombres conocidos y otros nuevos, estrenos y reposiciones, trabajos grupales o iniciativas individuales. Una de las directoras nóveles más prometedoras es Inés Armas. Si bien tiene escasa experiencia como coreógrafa (dirigió únicamente A medias), cuenta con una amplia trayectoria como bailarina: formada en el Taller del Teatro San Martín y en las escuelas de Martha Graham y Alvin Ailey en Nueva York, formó parte del ballet del TGSM y de la compañía de Miguel Robles, bailó en obras de Edgardo Mercado y Luis Garay y es una de las intérpretes preferidas de Carlos Trunsky. Los procesos de Franz (foto de tapa) es su segunda experiencia como directora, rol que desempeñó junto al joven teatrista brasileño Fagner Pavan, con quien en 2006 conformó una compañía propia: La Cía. Móvil. Los procesos... reconstruye el espacio laberíntico, burocrático y asfixiante propio de la obra de Franz Kafka. Encuentro entre literatura, danza, teatro y música (Marco Sanguinetti es el pianista/funcionario en escena), la obra que interpretan Armas y Jorge Lera recrea una época gris, tan tediosa como enigmática.

Kafka fue también la inspiración para otra coreógrafa ubicada en las antípodas de Arias: Vivian Luz, cuyos primeros trabajos se remontan a principios de los ’80. En La metamorfosis, el cambio final una vez más el piano instala el ambiente kafkiano. La pieza de Luz cuenta con Esteban Rozenszain en la composición musical, Laura Ferrari en la dramaturgia, las voces de Pompeyo Audivert y Alejandro Urdapilleta, y Carlo Argento como único intérprete, en la piel del hombre-insecto Gregorio Samsa.

Hay más unipersonales del movimiento: los de David Señoran, Pablo Rotemberg y Carolina Herman, que idearon, dirigen e interpretan sus propias creaciones. Señoran rescata la sensibilidad femenina de otras épocas, cuando la mujer dividía su tiempo entre lujos superfluos como los del buen vestir y la monotonía de las tareas domésticas. Pequeña muerte es un estudio acerca de la falsa felicidad burguesa: Allí la sonrisa aparente deja entrever la angustia; el cuerpo se rebela contra el deber ser; la muerte sucede en vida para quienes rigen su existencia de acuerdo con las reglas de una sociedad exitista y de apariencias. Mientras Señoran ubica a su personaje en un lavadero, Rotemberg lo hace en un baño. Bailarín enérgico como pocos, Rotemberg despliega su cuerpo entre los artefactos domésticos del modo más inesperado y logra que El lobo roce lo absurdo, transforme el drama en comedia, lo escatológico en poesía.

Mientras tanto, Carolina Herman repuso la obra que pudo verse en el IV Buenos Aires Danza Contemporánea: LO, un ensayo acerca de la relación entre el ser humano y la máquina. Lo curioso es que en este unipersonal Herman no está sola en escena, sino que el objeto metálico animado oficia de partenaire. Quien también trabaja con tecnologías es Letizia Mazur (protagonista de Secreto y Malibú, ex integrante de De la Guarda y cocreadora de Guarania Mía). Su nueva obra, Ilusión, interpretada por Margarita Molfino y Pablo Castronovo (el mismo de Parto, de Luis Garay, y Plano Difuso, de Edgardo Mercado, dos de las obras más destacadas de los últimos tiempos), es una combinación de danza, teatro, video y música. Tiene una yapa que tal vez acercará un nuevo público a la danza: De la realización de la banda sonora, compuesta por Martín Bossa, participaron Diego Castellanos de Babasónicos, Ciro de Los Piojos y Mariano Martínez y Luciano Scaglione de Attaque 77.

A pesar de que con esto ya se puede llenar la agenda del fin de semana, aún hay bastante más. Castronovo también participa de Los esmerados, la pieza de danza-teatro que dirige Silvina Grinberg, pero que es el resultado de una creación colectiva en la que también intervinieron María Laura Figueras, Diego Velázquez, Marina Brusco, Vicky Carzoglio y Fabián Gandini (que también participa de Bajo, feo y de madera). Seis personajes en búsqueda de un rol, de un lugar propio en el entramado de relaciones grupales, intentando sobrevivir a la convivencia. Quien hace tiempo se destaca, en la investigación en danza–teatro, al igual que Grinberg, es Luis Biasotto, integrante del grupo Krapp. Esta vez, Biasotto presenta dos de sus creaciones: Bajo, feo y de madera (una pieza olvidada) versa sobre el desconcierto y la angustia de un bailarín que olvida lo que ha venido a hacer a la escena, mostrando las costuras de la labor artística que normalmente esconde cada función. Por su parte, Olympica recoge el trabajo físico que caracterizó a Krapp en la recordada Mendiolaza; esta vez la historia se ubica en un centro de rehabilitación donde ex olímpicos intentarán recuperar la adrenalina de sus épocas doradas.

Para finalizar el recorrido, no pueden faltar dos puntos de detención obligada en el mapa de la danza local: las producciones de Mónica Fracchia y Teresa Du-ggan, representantes del lenguaje contemporáneo más puro. Fra-cchia hace tiempo que viene trabajando, junto a su compañía Castadiva, en la fusión de la danza contemporánea y el folklore nacional. Febo Asoma no sólo despliega buenas coreografías sino que, a través del movimiento, reflexiona acerca de diversas problemáticas de la escena nacional. Allí está el eterno enfrentamiento entre el campo y la ciudad que tanto ha dado que hablar en los últimos tiempos, pero también la nostalgia que trae un cúmulo de melodías extraídas del cuerpo más tradicional y querido de la música popular. Liliana Toccaceli, en Fronteras de encuentro, también fusiona la técnica contemporánea con los ritmos folklóricos, tanto latinoamericanos como ibéricos: malambo, capoeira, tango, flamenco, sevillanas están presentes en esta obra que demuestra que lo nuevo no necesariamente tiene que dejar morir el recuerdo o la tradición. Duggan, por su parte, hace un viaje más extenso: Shodó está inspirada en la estética japonesa y Despliegue 144, en una investigación coreográfica con los legendarios palitos chinos. Como siempre, Duggan coreografía a partir del juego con los objetos –telas, farolitos, láminas, los 144 palitos– y logra que los intérpretes se involucren en el movimiento como chicos en una actividad lúdica. También subyugada por lo oriental, Marisa Busker realiza una performance musical que combina teatro y danza. Inspirada en el tsunami asiático, Busker ideó El templo del valle de la montaña, pieza en la que recrea un clima ritual basado en los cánticos del Tíbet y la sacralidad budista.

La danza independiente va buscando su lugar de a poco. Los intérpretes reparten su tiempo entre varias compañías. Estas buscan espacios alternativos cuando no encuentran instituciones que fomenten su actividad. Palean con imaginación la falta de recursos. Se nutren de nuevos integrantes, provenientes de otras disciplinas, que las incentivan a buscar nuevas formas expresivas. Hay una institución que ha generado un ciclo para reunir a estos “pequeños” intérpretes, en busca de mayor visibilidad, con ánimos de intercambiar experiencias con colegas y músicos. 4x4x4x4 es el nombre del nuevo programa del Rojas que ha reunido a bailarines, coreógrafos, compositores e instrumentistas, con el objeto de seguir multiplicando la creación dentro de este amplio género. El mapa de la danza contemporánea se sigue extendiendo; afortunadamente, para descubrirlo, no bastará este simple recorrido.

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