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Miércoles, 23 de marzo de 2011
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Sheen’s Korner, la nueva estrategia de Charlie

Ahora, al ataque en la web

Mientras cosecha millones de seguidores en Twitter, el astro de los excesos lleva adelante una serie que se ve sólo por Internet y en la que da otro paso en la exhibición de sus miserias, que le sirve para continuar su leyenda de autodestrucción.

Por Facundo García
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“Estoy curado gracias a mis capacidades mentales”, dice Sheen.

No queda claro si Charlie Sheen está de ida o de vuelta. Tampoco se sabe si va en pleno ascenso o derrapó hace rato. De cualquier modo, son cada vez más los que siguen de cerca sus cabriolas al borde del precipicio. El actor –una de las estrellas mejor pagas de la televisión yanqui– fue despedido recientemente del programa Dos hombres y medio y entró en un remolino de drogas, alcohol y sexo que marca la tónica de la serie que acaba de estrenar por Internet: Sheen’s Korner (traducible como “El rinkón de Sheen”, en charliesheen.com) es insoportable; pero gotea un podrido cóctel de odios y humoradas que tienen el sabor de lo sincero.

“¡Ganar, ganar, ganar!”, repite con voz aguardentosa el Maverick de Hollywood, cuyo nombre real es Carlos Irwin Estévez. Sheen asegura ser “un brujo con sangre de tigre y genes de Adonis” y hace meses que pasea ese personaje por cuanta partusa se arma por ahí. No obstante, a diferencia de lo que ocurrió hace cuatro años con Britney Spears, él se las arregla para que los arrestos de patetismo no interrumpan su relación con el público. Hay analistas que lo consideran el pionero de un nuevo tipo de incidente, el “ciberescándalo” ante audiencias masivas, que en la Argentina habría tenido su capítulo inaugural con la separación on line entre Martín “no me digan galán” Redrado y Luli Salazar.

Más allá de dimes y diretes, persiste la certeza de que los famosos están en condiciones de arrebatar unos cuantos puntos de independencia a las cadenas mediáticas. El revuelo que autogestiona Sheen, en efecto, no ha hecho más que sumarle visibilidad. Incluso Dos hombres y medio subió en las tablas del rating. En ese aspecto tiene razón lo que comentó el lunes una fanática twittera: “Si un vampiro muerde a Charlie Sheen, se convierte en Charlie Sheen”.

De todos modos, el camino hacia Sheen’s Korner ha sido más sórdido que lo que suele verse en la pantalla. A fines de 2010, la ex mujer lo acusó de haber querido asesinarla con un cuchillo. Durante el invierno el artista destrozó cuartos de hotel, se divorció por tercera vez en medio de peleas dantescas y se fugó a Las Vegas. Sus contratadores –que le pagaban 1,8 millón de dólares por cada capítulo de la serie en la que trabajaba– levantaron temperatura cual reactores nipones. Cuando Charlie se mudó con sus dos “diosas” de veinticuatro años –la modelo Natalie Kenly y la bomba porno Bree Olson– y empezó a faltar a las grabaciones, el vínculo se tensó hasta niveles insostenibles. Era el nacimiento de “el ganador desempleado”, como él mismo se rotularía.

Y fue justamente Twitter lo que le dio un aventón definitivo a su popularidad sin techo. En un día, su cuenta juntó más de un millón de seguidores y estableció un nuevo record mundial. Hoy la cifra ronda los tres millones: las frases que hilvana el pendeviejo de jopo móvil se publican por todos los confines de la Red. Y si no fuera porque tiene un costado frívolo más que manifiesto, su invitación a “vivir de verdad” recordaría a Howard Beale, aquel periodista que en la película Network (Sidney Lumet, 1976) convocaba a revelarse contra el sistema mediático. En Sheen están ese mesianismo y esa rabia –ya les informó a los popes de la CBS que si quieren recuperarlo tendrán que “pedirle disculpas mientras le besan los zapatos”–, pero su perspectiva política es confusa. Aunque lo primero que hizo fue construir un “nosotros” versus un “ellos”; cuando se queda sin letra sólo atina a pontificar: “¡La gente está despertando y se da cuenta de que tengo todas las respuestas!”.

Ganar, ganar, ganar. Desde el centro de ese huracán se transmite Sheen’s Korner, que va en vivo por la Web y que muestra a Charlie de entrecasa, insultando a sus ex jefes de la tele y conversando con consejeros que insisten –en vano– sobre la necesidad de “no exponerse demasiado”. Los primeros cuatro capítulos ya se pueden ver en YouTube y Justin TV, e incluyen desde el sopor de oír los chistes bobos que el conductor les hace a sus amigos hasta los aforismos que le salen cuando desentierra su pasado de poeta under. En una espiral opuesta a la que sigue la mayoría de las celebridades cuando entran en crisis, él graba más cuanto más caótica se vuelve su situación.

Para rematarla, ha programado una gira que agota localidades con una velocidad ridícula. El espectáculo se llama Mi violento torpedo de la verdad/La derrota no es una opción y según los organizadores destinará un dólar por cada ticket vendido a los damnificados por el terremoto en Japón. A sus cuarenta y cinco, el showman busca sponsors y cada producto que nombra se transforma automáticamente en tendencia. ¿Le dará el cuerpo para seguir a ese ritmo, o se rescatará a tiempo, como hizo en su momento su padre, Martin Sheen? Charlie le confesó a la periodista Amy Wallace que usualmente le preguntan en qué está pensando. “Y generalmente estoy pensando en alguna línea de los guiones de Apocalypse Now o de Tiburón”, se sinceró. El diagnóstico, por lo tanto, es reservado.

“Korner”, como se dijo, significa rincón. Un rincón puede ser refugio, tal vez trinchera. O lugar para aislarse y autodestruirse. Hay quien advierte que no se puede vivir así, que se va a morir. “¡El ‘no se puede’ es el cáncer de los acontecimientos!”, retruca él. Otros le hablan de volver a la rehabilitación. “Estoy curado gracias a mis capacidades mentales. Cabalgaré los vientos del universo”, responde. Un tercer grupo le sugiere que por lo menos dedique unas horas al descanso y el sueño. “Yo no duermo, espero”, dispara el astro. Nadie se anima a vaticinar si se consumirá en su propio fuego o volverá por la senda de lo que los demás esperan de él. En el cruce, Sheen ilustra el conflicto de innumerables seres anónimos que se desgarran en esa disyuntiva. A lo mejor es la clave de su éxito.

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