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Viernes, 18 de diciembre de 2009
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LEANDRO DONOZO Y SU GUIA DE REVISTAS DE MUSICA DE LA ARGENTINA

Nuevas herramientas para melómanos

El musicólogo realizó un trabajo de hormiga para dar cuenta de un catálogo inabordable. En sus fichas aparecen “colaboradores” como Borges, Fontanarrosa y María Elena Walsh. Donozo reconoce que en medios académicos hay reticencia a usar revistas como fuente informativa.

Por Facundo Gari
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Donozo es investigador y trabajó en diversos medios musicales.

Cuando un visitante llega a la puerta del departamento que Leandro Donozo tiene en Palermo, la imaginación se superpone a la percepción, y en eso ayuda la barba tupida y los lentes ovalados del musicólogo de 36 años. Al paso, las paredes blancas se vuelven oscuras, los muebles brillantes se opacan y el espacio del living se aparece como una bóveda de Gringotts. ¿Qué tesoros resguardan esos muros? Revistas. Revistas de música, más precisamente. Casi cinco mil ejemplares –que enfilados a la par de Avenida de Mayo, recorrerían la longitud de sus 1350 metros de asfalto– distribuidos en estantes, cajones y cajas: hay ejemplares de Buenos Aires Tango, Expreso Imaginario, Pan & Circo, Pelo, Folklore, Rolling Stone, El Alma Que Canta, La Mano y muchísimos títulos más. “Como tengo tantas que no se encuentran en ningún lado, varias veces al mes recibo gente de varias facultades. Además, es más cómodo, porque yo sé lo que hay y no lo tienen que buscar incansablemente”, cuenta Donozo. Los que arriban son, usualmente, investigadores, profesores y estudiantes de Artes, carrera que él mismo arrancó en la Universidad de Buenos Aires (UBA) en 1994 y no terminó. “Me faltan algunos finales”, lamenta. Y es “más cómodo” porque lo compara con su marcha de biblioteca en biblioteca, sobre todo la que comenzó en 1997 en Londres con su aporte a la actualización del prestigioso diccionario Grove, continuó con la publicación del Diccionario bibliográfico de la música argentina hace dos años y tuvo su más reciente escalada con su Guía de revistas de música de la Argentina (1829-2007), editada por Gourmet Musical (www.gourmetmusicalediciones.com), casa que él dirige. En rigor, “es una tarea de nunca acabar”.

“La primera edición del Grove fue en 1980. Es un diccionario que tiene entradas de periódicos y revistas, continente por continente, y yo hice la actualización del listado argentino. La primera edición tiene 37 títulos; yo la llevé a unos 100. Y después, seguí”, reseña en diálogo con Página/12. De esa intervención se valió del método para catalogar las 450 revistas que figuran en la flamante guía. “Acá no hay colecciones completas en ningún lado. Entonces, agarré revista por revista y completé una ficha con los datos de cada número (nombre, editorial, staff de redacción y colaboradores, años de publicación, etcétera). Mi idea, como con el Diccionario bibliográfico..., fue armar herramientas de trabajo razonables.” Lo insensato aquí es la falta de sistematización, también de conocimiento. “Para encarar una investigación, ¿qué publicaciones se pueden consultar? Nadie sabe, se maneja de memoria, viendo las colecciones de las bibliotecas o con coleccionistas”, explica. Y luego ejemplifica: “Si estás trabajando sobre la música de los ’70, todo el mundo te dice que uses la Pelo y la Expreso Imaginario, pero hay otras revistas que son menos conocidas y no figuran en los archivos de las hemerotecas. Los propios especialistas no las conocen.”

Mientras Donozo pasa revista sobre los problemas con los que lidió durante el censo, pasa revistas sobre la mesa con entusiasmo creciente. “En Argentina la periodicidad no existe. Los títulos duran pocos años, y las publicaciones saltan de semanales a quincenales o mensuales, sin filtro. Averiguar cuándo sale una revista es una cuenta fácil: basta con mirar el año de cualquier número. Pero si deja de salir es mucho más difícil, porque no se avisa. En esos casos, tomo el número más lejano”, resuelve. Incluso hubo veces en las que determinar la aparición del primer ejemplar fue imposible, como la de El Orfeo Argentino, de la que sólo se tiene por prueba un anuncio en un diario que Vicente Gesualdo cita en el capítulo VI de su Historia de la música en la Argentina 1536-1961. Así, la certeza está puesta en que “la revista más vieja”, la fundante, es Boletín Musical, de 1837, cuya única colección sobreviviente se conserva en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), reunida hace algunos años en versión facsimilar. “Estas primeras publicaciones estaban realizadas a partir de modelos de revistas europeas, incluso tomaban artículos de allá. No había periodistas especializados en música, pero sí producción local”, delinea. “En 1838, salió otra revista importante llamada La Moda, muy conocida porque uno de sus principales colaboradores era Juan Bautista Alberdi, que a veces firmaba con seudónimo.”

Alberdi fue uno de los miembros de la llamada Generación del ’37, junto a Esteban Echeverría, José Mármol y Juan María Gutiérrez, entre otros. Durante esa época y hasta que La Mazorca de Juan Manuel de Rosas ejerció la presión suficiente para forzar su disolución, el político y escritor se unió al Salón Literario de Marcos Sastre y, desde allí, escribió bajo el seudónimo Figarillo para La Moda. Pero no es el único sobrenombre esclarecido. “En el siglo XIX, se investigó mucho, incluso hay guías de ellos. Claro que hay casos irresueltos, que tal vez se descubran en testimonios o en las memorias de alguien. Algo parecido ocurre con las siglas”, compara Donozo, que en su libro adjunta un detallado índice de autores (de nombres completos e iniciales). “A veces, uno supone que tal sigla pertenece a una persona, pero a veces sirve a dos. Y como no tengo las colecciones completas, no sé de quiénes son algunas y no puedo chequearlo en los números anteriores. Las atribuciones a los autores en las revistas es un tema bastante complicado”, rezonga.

Alberdi no es el único nombre reconocible del listado. Si alguna vez alguien se preguntó qué circunstancia podría haber reunido a Jorge Luis Borges, Adrián Dárgelos, Roberto Fontanarrosa y María Elena Walsh en una fiesta, sus apariciones en publicaciones del género podrían haber servido de excusa. “¡Está todo el mundo! Las revistas de música no son un gueto apartado, sino que se cruzan con el resto de la actividad cultural. Podés encontrar escritores, poetas, pintores...”, concede el autor, no sin levantar una señal de cuidado: “Alguien puede haber puesto un extracto de García Márquez en una revista. Eso pasa todo el tiempo”. Luego, toma la guía de entre las revistas que posan sobre la mesa y destaca un par de casos curiosos. “En 1971, tengo un poema de un tal Jorge Asís en una revista de tango. ¿Será el mismo Jorge Asís? Hay una revista que se llama Buenos Aires Musical, en la que figura un Oswald Bayer que escribe desde Alemania en 1954. ¡No sé si será Osvaldo Bayer, pero es tanta coincidencia!”

–¿Por qué algunos académicos de la música no toman las revistas como una fuente válida?

–Primero, por la dificultad de reunirlas. Segundo, porque son poco conocidas y poco usadas. Y, tercero, hay cierta desconfianza en medios académicos de usar ese tipo de fuentes. Se tiende a priorizar el testimonio directo y la revista no es considerada como fuente confiable. Hay algunas publicaciones que son muy conocidas y se usan, pero no se toman otras, se asume que todo está en esas pocas publicaciones. Es casi como si en una investigación sobre actualidad tomaran solamente a Clarín: sería una versión muy parcial. En definitiva, creo que es por desconocimiento y por la dificultad de acceder, porque si en las bibliotecas hubiera un listado con todas las revistas, se usaría. En cambio, se trabaja con herramientas muy precarias.

–En el prólogo de la guía, hace hincapié en el uso del libro como soporte antes que cualquier dispositivo tecnológico. ¿En qué consiste esa reflexión?

–Decidí hacerlo en papel porque me di cuenta de que a la gente le cuesta mucho buscar información en una base de datos, incluso a la de formación universitaria. Estamos muy acostumbrados a una búsqueda azarosa, tipo Google, que está fundamentada en cuestiones técnicas y no de contenido. Allí, lo que no figura no existe. El libro tiene el formato de un diccionario, que cualquiera que fue a la escuela conoce. Después está la usabilidad. Si hago un CD-ROM, en las bibliotecas no hay para leerlo. Y son muy incómodos. Incluso, está el tema de la perdurabilidad. Ese CD-ROM, en cinco años, con el “Windows 14”, tal vez no funcione. Y el libro funciona siempre. Y, además, tiene una valoración social y profesional que Internet no tiene. Si tengo que poner en mis antecedentes que hice una base de datos en la web, no me sirve para solicitar un cargo. Si saqué un libro, es otra cosa.

Además de su trabajo como investigador, Donozo se desempeñó como redactor de La García (1999) y fue colaborador de Pelo, Generación X y Metal (1994). Por eso se despacha sobre las revistas de rock. “Creo que su función no puede ser la misma de hace 20 años. Cuando era adolescente, compraba una revista de rock porque era la única forma que tenía de conocer la historia de un grupo actual o anterior. Desde que existe Internet, al formato le falta una reformulación que medie entre la actualidad y lo que un libro podría proporcionar, con cierta reflexión”, opina. En cuanto al periodismo de rock sobre cualquier soporte, es más tajante: desde Peter Capusotto y sus videos, la especificidad no admite revival. “El periodismo de rock no puede existir más, porque el programa es una gran parodia de sus aspectos buenos y malos”, examina. “Ahora me es imposible leer ciertas cosas sin verlas como un sketch. Me pasó hace poco con un documental sobre Manal con voz en off de Tom Lupo: ¡parecía una joda y era en serio!”.

* Quienes deseen realizar donaciones de cualquier revista o establecer contacto con Leandro Donozo, deberán escribir al correo electrónico [email protected].

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