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Lunes, 4 de enero de 2010
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Entrevista al analista de medios Carlos Ulanovsky

Luces y sombras de la caja boba

Junto al periodista Pablo Sirvén publicó ¡Qué desastre la TV! (pero cómo me gusta...), un libro que estudia, desde la pantalla chica, los últimos diez años de la Argentina. “Esta es una televisión que ha perdido exigencia social”, sostiene.

Por Karina Micheletto
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Carlos Ulanovsky es un analista a contramano de los tiempos que corren.

No fue buscado, asegura, pero el devenir del trabajo –y también esa forma de “esclavitud moderna” que implica el ejercicio del periodismo, según define– lo fue llevando a ocupar el rol de analista de medios. Alguien que ha encarado estudios integrales como Días de radio, Paren las rotativas y Estamos en el aire –dedicados respectivamente a la radio, los diarios y revistas (y periodistas de gráfica) y la televisión–, además de escribir sobre medios desde hace más de cuarenta años en cuanto diario o revista trabajó. Carlos Ulanovsky es un analista a contramano de los tiempos que corren: lo suyo no es la opinología derramada, sino la búsqueda y el chequeo de fuentes, la rigurosidad de los datos, el análisis con sustento. Una verdadera antigüedad, según se desprende de las tendencias que él mismo, junto a Pablo Sirvén, desmenuza en su reciente libro, que lleva por título un manifiesto: ¡Qué desastre la TV! (pero cómo me gusta...).

Planteado como una continuación de Estamos en el aire, que ambos periodistas, junto a Silvia Itkin, presentaron en 1999, el nuevo texto actualiza lo que los autores consideran que es Argentina desde la pantalla en estos últimos diez años. “Es un libro que fuimos haciendo a cuatro manos y a lo largo de mucho tiempo: lo empezamos en 2006, y a pesar de la insistencia de la editorial, nos fuimos atrasando en la entrega, y así íbamos agregando un año y otro”, cuenta Ulanovsky. “Cuando lo vimos entero, nos dimos cuenta de que no sólo estaba la tele, también estaba el país, lo que había ocurrido en la Argentina en la década. Por eso hablamos de Argentina desde la pantalla en la bajada del título.”

Tres capítulos especiales completan el panorama de estos diez años de tele con aportes específicos, y fueron encargados a colegas: Ezequiel Fernández Moore explica cómo en la televisación del fútbol “la pelota cambia de arco”; Dolores Graña analiza las series y miniseries extranjeras; el periodista de Página/12 Emanuel Respighi se pone a pensar en “el fin de la adolescencia” del cable. El resto del libro está claramente dividido: el relato cronológico es asumido por Sirvén –“por su trabajo, él estuvo mucho más cerca del día a día de la tele”–; Ulanovsky pone “En foco” –así se llaman sus aportes– diferentes fenómenos que se fueron dando en estos años y que fueron definiendo la historia más reciente de la tele.

Dos visiones que no necesariamente coinciden, como en el caso de los últimos capítulos del libro, marcados por el debate que se generó el año pasado alrededor de la sanción de la Ley de Medios. “Pablo y yo pensamos diferente de muchos temas, y cada uno tuvo la libertad de expresarlo”, dice Ulanovsky. “Así como yo estaba a favor de la Ley de Medios, Pablo estaba en desacuerdo. En muchas cosas pensamos diferente, y estoy seguro de que eso enriqueció el libro. Sí acordamos en el tema general: qué desastre es la televisión, pero ese desastre es algo que muchas veces nos gusta ver.”

–¿El título es una suerte de confesión?

–No necesariamente, en mi caso. Además de intentar ser ganchero, alude a una manera que tiene la gente de opinar de la televisión desde lo políticamente correcto: no todos los que ven el programa de Tinelli admiten que lo hacen, y sin embargo tiene 30 puntos. Mientras tanto muchos programas valiosos de Canal 7 miden 0,9. Cuando a Los siete locos lo ponen a la 1.30 de la mañana, a El refugio de la cultura a las 9.30 un sábado, todos se indignan: ¡qué barbaridad! He preguntado: ¿pero vos lo viste alguna vez? No. La gente opina desde lo políticamente correcto. Si desde los autores algún valor tiene este libro, es que fue hecho por gente que vio televisión. Gente que se sentó a mirar un montón de porquerías, y también cosas que le gustaron.

–¿La televisión es como es por condiciones objetivas de la sociedad, porque la refleja, o simplemente porque así la piensan los que la programan?

–La televisión, como cualquier medio, es decisión de las personas que la hacen: no hay un ente superior que ordena o desordena. La actual televisión está absolutamente rendida al impacto inmediato, a lo que pueda generar el programa aquí y ahora, ya ni siquiera mañana, ni siquiera el día de hoy, es el minuto a minuto. También es una televisión que ha perdido exigencia social. No tiene ningún compromiso con la sociedad, sólo tiene el compromiso de asegurar el negocio y generar el impacto necesario para asegurar el rating. Esto remite a lo que decía Goar Mestre muchos años atrás: el de la televisión es un mercado en el que sólo tienen lugar dos canales: el resto va a fluctuar, se va a mantener penosamente. Esto se está dando hoy. Sólo que, desmintiendo las palabras de Goar Mestre, también están teniendo problemas los canales líderes.

–Sin embargo, el discurso de la tele es otro: se presenta como “un servicio”.

–Hubiera sido interesante armar un capítulo analizando los slogans institucionales, lo que la tele dice de ella misma... Ese discurso se cae enseguida, porque no se puede sostener. Hace muchos años la televisión abierta tenía cada año cuatro o cinco programas de prestigio. Estaban pensados como coartadas, para decir: ojo, mirá que yo hice esto, hice Otelo con Rodolfo Bebán, hice Hamlet con Alfredo Alcón... Eso ha desaparecido por completo, porque ya ni siquiera hace falta. No sólo no lo necesitan los canales, tampoco los televidentes.

–¿Qué otras líneas centrales podría definir en la TV de estos últimos diez años?

–Ante todo esa búsqueda del impacto, cada vez es más inmediato. También son años marcados por un anticipo del porvenir: se está empezando a hablar decididamente de lo que va a ser la televisión digital: el próximo mundial de fútbol va a ser un antes y un después casi parecido al color, muchísima gente se va a enganchar con los aparatos digitales. El Gobierno tiene el propósito de concretar esos cuatro o cinco canales digitales (de noticias, de deportes, de cine, infantil), para lo cual se van a producir unos conversores. Esto también va a ser importante, el acercamiento de lo tecnológico.

–Se da la paradoja de que esa tecnología llevada a la producción y el desarrollo de ideas marcó el mejor momento de la televisión argentina; mientras tanto, los contenidos se fueron banalizando.

–La crisis económica también llega a la televisión y la limita. Hoy los canales son prácticamente paredes, no tienen producción propia, a excepción de los noticieros, y pocas cosas más. Eso tenía que ver también con la anterior ley. Las que han tomado el control de los contenidos son las productoras. No por nada Suar se convierte en ejecutivo del 13 a partir de tener una productora. Tinelli lo mismo, y ahora Villarruel y Llorente pueden hacer algo parecido, armar una productora importante y ser captados por Telefé. Ese es otro de los grandes fenómenos de la década: los canales no producen, lo hacen las productoras.

–¿Y usted ve mucha tele?

–La verdad, no. Sólo lo que me interesa. Me sirve mucho la experiencia acumulada, a algunas cosas las veo un par de veces y ya sé cómo van a ser. También grabo lo que me interesa y lo veo diferido: TVR –un programa que todavía sirve para desnudar el alma nacional–, Tratame bien, la serie de Campanella, Ver para leer... Lo poco que veo me rinde mucho: veo menos tele de lo que aparento. Hoy los periodistas trabajamos el doble o el triple de lo que trabajaba yo en el ’70 –y seguramente también cobramos menos–. Tenemos que tener varios trabajos, vamos y venimos todo el día. Cuando llego a casa rendido del trajín diario, muchas veces tengo el propósito de terminar el día leyendo. Y sin embargo termino el día haciendo zapping hasta que me duermo y muchísimas veces no consigo absolutamente nada. Es simplemente la distracción, el entretenimiento cautivante –literalmente– que provoca estar buscando del 2 al 804. Ese ida y vuelta dura más de veinte minutos, absolutamente desaprovechados. Pero terminan conmigo al borde del sueño. Y lamento mucho que la fuerza no me dé más que para eso.

–¿Y entonces por qué, si mantiene esa relación no apasionada con la tele, tuvo la necesidad de analizarla?

–Este es un país raro: un día, medio borracho, en un cumpleaños de un amigo cantaste un tango. Diez años después, en otro cumpleaños, no faltará quien te diga: che, Carlos, vos que cantás tangos, cantate algo. Yo empecé en el periodismo haciendo crítica de medios, y eso no lo pude abandonar nunca, no sé si fue por decisión, o por estas cosas que pasan en este país. Para lo que más me llaman –para lo único, casi– es para opinar sobre medios.

–¿Es una queja?

–¡No, para nada! Es una descripción de la realidad, y es algo que yo también alimenté: hice libros, contribuí creo que de una manera bastante seria a la historia de los medios en la Argentina, me tomé trabajos que otros no se tomaron. En el ’65 tuve mi primer trabajo en relación de dependencia en la revista Confirmado, ahí donde te dan el carnet y te sentís “periodista”. Me sentaron ahí y me dijeron: tenés que hacer crítica de televisión. Y así seguí con eso, en La Opinión, en Satiricón, y de ahí para adelante. Creo que la única vez que me pude sacudir un poco eso fue en La Maga y en Clarín, donde hacía de todo, y también escribía sobre medios.

–Toda esa experiencia acumulada seguramente aporta a su trabajo, pero ¿no puede ser también un condicionante para el análisis de medios el conocer a sus protagonistas desde adentro?

–Sinceramente creo que no. No tuve muchos compromisos afectivos, ni grandes dificultades para hacer los libros. Al contrario, en los anteriores (Días de radio, Paren las rotativas, Estamos en el aire) lo que hice fue sumar testigos, convocar a gente que me sirviera para armar la historia. Yo no convivo con la gente de la tele que nombro en el libro. En esta década estuve cuatro o cinco veces invitado al programa de Mirtha Legrand, justamente por mis libros. Pero no por eso siento un compromiso con ella.

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