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Lunes, 15 de febrero de 2010
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SIMBOLOS Y FANTASMAS, UNA INVESTIGACION DE GERMAN FERRARI

“Hay sectores con una fuerte carga de negacionismo”

El periodista escarba en el discurso autoritario argentino, a partir del seguimiento de cuatro casos emblemáticos de víctimas de la guerrilla: Argentino del Valle Larrabure, Pedro Eugenio Aramburu, Jordán Bruno Genta y José Ignacio Rucci.

Por Silvina Friera
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“El objetivo final de estos sectores que reivindican la ‘justicia para todos’ es que no se hable más del tema.”

Germán Ferrari confiesa que después de escribir Símbolos y fantasmas. Las víctimas de la guerrilla: de la amnistía a la “justicia para todos” (Sudamericana) quedó “ex-haus-to”. Lo dice pronunciando lentamente cada sílaba ante Página/12, con un fragmento del Parque Lezama que se filtra por la ventana del bar, para anticipar lo que representó sumergirse en las aguas contaminadas del discurso autoritario argentino, revisar libros brutales y apologéticos, “panfletos” en los que abunda el golpe bajo emotivo en vez de la argumentación y la cita de fuentes, revistas y sitios en Internet o cartas de lectores. Esta minuciosa, documentada y necesaria investigación, que confronta el pasado con el presente, arrancó con un interrogante: ¿por qué la sistemática evocación de las víctimas de la guerrilla en la década del ’70 por parte de ciertos sectores de la sociedad implica siempre, de manera explícita o velada, una reivindicación de la última dictadura militar?

Los recientes intentos de equiparar los actos de la guerrilla con el terrorismo de Estado ocultan una realidad más compleja, en la que se mezclan el dolor y el oportunismo político, advierte el autor en el prólogo del libro. El repaso de cuatro casos emblemáticos –Argentino del Valle Larrabure, Pedro Eugenio Aramburu, Jordán Bruno Genta y José Ignacio Rucci– le permitió explorar el cambio de consignas de la derecha que, a partir de la derogación de las leyes de punto final y obediencia debida y la reapertura de los juicios, ahora reclama que los actos de la guerrilla sean considerados también “crímenes de lesa humanidad”.

“Si la amnistía era imposible en la nueva coyuntura política, si no cabía la posibilidad de frenar las causas judiciales, entonces todos debían pasar por Tribunales, ex militares y ex guerrilleros –plantea Ferrari en relación con el cambio de la estrategia jurídica–. Así como en los ‘80 el ‘revanchista’ había sido Alfonsín, a pesar de sostener la ‘teoría de los dos demonios’, en el comienzo del nuevo siglo la calificación le era endilgada al matrimonio Kirchner, y se completaba con una conceptualización que trató de instalarse en la opinión pública: ‘el gobierno de los Montoneros’”.

–¿Cuál es el propósito que persiguen estos grupos al intentar equiparar bajo la figura de “crímenes de lesa humanidad” a los desaparecidos con los muertos por la guerrilla?

–En principio hay una fuerte carga de negacionismo. Así como hay sectores que niegan el Holocausto, en la Argentina sigue habiendo sectores, aunque minoritarios, que niegan el terrorismo de Estado. En todo caso, quienes no reivindican tan abiertamente la dictadura, plantean que algo había que hacer con la “subversión”. Esto se escucha en diferentes discursos; en el más brutal de Cecilia Pando, y en otros más moderados tendientes a hacer potable este planteo. Macri afirmó que había que juzgar todos los crímenes; después tuvo que decir que no estaba a favor de la amnistía. Tenemos un arco bastante amplio de reivindicadores de máxima y de mínima de la dictadura.

–No es casual que esta suerte de “empate técnico” que se quiere alentar cobre impulso como reacción a la política de derechos humanos del kirchnerismo.

–No lo es porque, desde el punto de vista histórico, la derogación de las leyes de punto final, obediencia debida y los indultos se dio durante el kirchnerismo. Después se puede debatir cuán ligado a los derechos humanos está el kirchnerismo, si es sincera la adhesión o es oportunista, pero éste no es el planteo del libro. Hay un hecho histórico concreto y es que empiezan a reabrirse las causas, y comienzan nuevamente a desfilar por el banquillo de los acusados los imputados por el terrorismo de Estado. Si el camino iniciado durante los ’80 con el Juicio a las Juntas hubiera seguido con los juicios que estaban abiertos y que se detuvieron con la obediencia debida y el punto final, seguramente hoy estaríamos ante otro panorama.

En Símbolos y fantasmas, excepto el asesinato de Aramburu, asumido por Montoneros, los otros casos –las muertes de Larrabure, Genta y Rucci– aún no han sido esclarecidos por la Justicia. Aunque el relato oficial construido por la dictadura sobre el destino “heroico” de Larrabure –el militar secuestrado en 1974 por el ERP apareció muerto al año siguiente– subraya la participación de “la delincuencia terrorista”, una investigación del periodista Carlos del Frade, citada por Ferrari, determinó que Larrabure no fue “ni torturado, ni mal alimentado, ni matado”, sino que se habría suicidado, tal como lo informaron, entre otros ex militantes, Enrique Gorriarán Merlo y Luis Mattini. El hijo de Larrabure es uno de los impulsores más tenaces de la ampliación de los “crímenes de lesa humanidad” para las acciones de la guerrilla. Encontró, claro, eco favorable en el diario La Nación, que entre noviembre de 2003 y septiembre de 2008 dedicó más de medio centenar de editoriales al tema.

“Escribir el libro fue un desafío porque es un asunto bastante espinoso, un tema de debate permanente con heridas que continúan abiertas”, señala Ferrari. “Tenía que documentar e historiar este fenómeno que había pasado en los ’70 y que estaba pasando ahora. Esta relación entre el pasado y el presente me parecía fundamental. Y también había que proyectarlo hacia el futuro, porque es un tema que va a seguir estando presente, si tenemos en cuenta que este año se realizará una serie de juicios contra el terrorismo de Estado en diferentes puntos del país. Estos hechos no estaban analizados como se debía porque se había delegado la palabra a historiadores, periodistas y voceros de la derecha, o de una aparente posición moderada. Faltaba una visión integral y profunda.”

–¿Cómo estima que se proyectará este tema en el futuro?

–Hay sectores que seguirán pidiendo amnistía lisa y llanamente; pasó con Abel Posse y con Diego Guelar, aunque la sociedad rápidamente los rechazó. No hay vía para ese tipo de pedidos. Sin embargo, este intento de instalar la “justicia para todos” tiene un discurso un poco más aceptable para diferentes capas de la población, sobre todo para sectores medios que son muy cuestionadores de los años ’70. En el fondo, el objetivo final de estos sectores es dar vuelta la página y que no se hable más del tema, no volver a mirar para atrás y exigir algún tipo de perdón. No nos olvidemos de que hay causas abiertas, y que si bien están enfriadas, la Justicia tendrá que dictaminar algo, por ejemplo en la causa Rucci.

–¿Qué opina de esta causa?

–La figura de Rucci es muy simbólica para determinados sectores del peronismo que la usan para oponerse al gobierno de Kirchner bajo el slogan “el gobierno de los Montoneros”. Por otra parte, la causa se reabrió en 2008, en un momento de bastante debilidad del Gobierno porque estaba saliendo del conflicto con los grandes terratenientes. El libro Operación Traviata se presentó como prueba para poder abrir la causa. A partir de ahí se fue generando un debate y se fue reinstalando nuevamente el icono de Rucci como símbolo de un tipo de sindicalismo nacional, cristiano y argentino, en contraposición a otras tendencias más de izquierda y combativas. Esto que se planteaba en los ’70 se traslada al presente; tanta repercusión tuvo el caso, que Claudia Rucci, su hija, llegó al Parlamento por la lista de Francisco de Narváez en las elecciones del año pasado. Claudia había trabajado muy cerca de Carlos Kunkel en la Subsecretaría General de la Presidencia en los primeros años del gobierno de Kirchner.

–Es significativa la “evolución” de la hija de Rucci, porque termina alentando la postura de los sectores más reaccionarios.

–Sí, me apasiona ese diálogo permanente que hay entre el pasado y el presente. Hay un hecho que documento en el libro: a fines del gobierno de Menem se le otorgó a la familia de Rucci una indemnización porque, por una investigación que había hecho en ese momento la Subsecretaría de Derechos Humanos, se había determinado que la muerte de Rucci había sido producto de la Triple A; entonces quedaba enmarcada para poder recibir la indemnización. Diez años después, los autores del asesinato son los Montoneros, situación que sirve para confrontar con el gobierno de Cristina. Pero hay también algunos antecedentes de reivindicación de la figura de Rucci que vienen de la propia dictadura. Cuando había que mostrar a sindicalistas asesinados por la guerrilla, se lo mostraba a Rucci como uno de los símbolos del sindicalista “argentino y cristiano”.

Ferrari dice que no hay dudas de que el “discurso brutal” de los seguidores de la última dictadura causa un profundo rechazo. Pero un discurso autoritario “un poco más moderado” tiene mayor recepción en amplios sectores de la opinión pública. “Lo vemos en Susana Giménez o Mirtha Legrand, cuando piden que no hay que hablar más de lo que pasó hace 30 años, que este Gobierno incentiva la ‘venganza’. Estas afirmaciones de dos señoras de la farándula son un toque de atención. No es Duhalde, que dice que con los juicios se ‘humilla’ a las Fuerzas Armadas, sino que son personas de amplia exposición mediática que pueden tener un predicamento mucho mayor del que tiene un político tradicional.” Ferrari insiste en que la lectura de la documentación y las fuentes del discurso autoritario fue un trabajo arduo. “No es fácil reconocer que el autoritarismo está presente en el día a día más de lo que uno imaginaba. Por momentos, la reivindicación lisa y llana que hacían de la dictadura algunos sectores me alarmaba; me resultaba increíble que no tuvieran ningún tipo de autocrítica; son los mismos discursos casi calcados de hace 30 años.” En el caso de los sectores que adhieren a las consignas de la amnistía y la reconciliación nacional, sin estar estrechamente vinculados con la dictadura, a Ferrari le preocupa la poca autocrítica que tienen después del discurso de Martín Balza. “Desde los sectores de la militancia, la autocrítica y la reflexión están en permanente cuestión. Un libro como No matar, compilado a partir de la carta que escribió Oscar del Barco, generó un debate interesante.”

–El hijo de Larrabure cita a Del Barco para llevar agua a su molino.

–Sí, es cierto. Pero aquí se desprende otro debate cuando la derecha utiliza determinados referentes de la izquierda para alimentar su discurso. El tema de la lucha armada sigue siendo complicado y genera muchos debates. Si no lo podemos enmarcar en el contexto histórico, político y social de lo que fue la Argentina –pero también Latinoamérica y el mundo en los ’60 y ’70–, todo queda circunscripto a discusiones de café o a pareceres apasionados de los diferentes interlocutores; entonces se llegan a decir barbaridades en algunas cartas de lectores o en los foros de Internet. Una cuestión tan compleja requiere una profundidad mayor y no un tratamiento ligero, sólo desde el sentimiento. Todavía podemos encontrar editoriales de La Nación que hablan de “terrorismo subversivo”.

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