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Lunes, 19 de julio de 2010
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Alejandro Apo y su libro Con todo mi afecto

“Soy de la raza de los agradecidos”

Con esa “mezcla de barrio y mundo” que tanto le gusta, el periodista rescata historias, experiencias y testimonios del ciclo radial que conduce, y que para el próximo diciembre cumplirá quince años al aire.

Por Angel Berlanga
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“Nos ha entrado, lamentablemente, cierta locura que nos hace olvidar.”

En Plaza Irlanda, mientras hace las fotos para esta nota; enfrente, en la puerta de El Ombú, el bar en el que suele parar; en la mesa del café, mientras transcurre la charla: por todas partes, a cada rato, hay quien se acerque a Alejandro Apo para saludarlo, agradecerle, recomendarle. “No te das una idea de lo que es”, dice, las sensaciones bifurcadas entre su rechazo instintivo a “ser famoso” y el beneplácito por el reconocimiento público ante su trabajo, que es muchísimo: conduce Donde quiera que estés y Todo con afecto por las tardes en Radio Nacional, es comentarista televisivo en Fútbol para todos y continúa con Y el fútbol contó un cuento, el espectáculo que comparte con Marcelo Sanjurjo, con el que lleva hechas 500 presentaciones en 200 ciudades del país. Y como si todo esto fuera poco, Apo publica ahora un libro que rescata historias, experiencias y testimonios del ciclo radial que conduce, que para el próximo diciembre cumplirá quince años al aire.

Con todo mi afecto. La radio, la gente y sus historias (Aguilar) va y viene en el tiempo a través del fútbol y acaudala, como un río, situaciones y voces que pasaron por un ciclo que tiene su origen en una conversación con Víctor Hugo Morales, que allá por 1995 le ofreció un espacio para que echara raíz durante un verano y se fortaleciera como para aguantar en las siguientes estaciones. “¿Qué se te ocurre?”, le preguntó. Apo le contestó que quería hacer un programa para él, en el que pudiera hablar largo con ídolos como Pastoriza o Perfumo, leer poemas de Héctor Negro o cuentos de Fontanarrosa, y pasar música de la suya también, de los ’70, Serrat, Beatles, Goyeneche. Fue para adelante con “esa mezcla de barrio y mundo”, como le gusta decir, inspirado bastante en la figura de Carlos Bianchi, canillita en Liniers, goleador en París, técnico multicampeón con Vélez y Boca. En el ’99 Darío Grandinetti intuyó que de ahí podría salir un espectáculo teatral, lo convenció e instrumentó el debut en Mar del Plata. “La verdad que no me veo ahí”, dudó Apo. Desde entonces no paró, y no hay planes de parar: ya tiene pautadas presentaciones en Bolívar, Comodoro Rivadavia, Mar de Ajó. Y durante los jueves de agosto habrá funciones en el bar Los Treinta y Seis Billares, de Capital. Tres años atrás presentó una antología de cuentos futboleros y ahora llega este otro libro, cargado de historias y anécdotas: cómo Bilardo interceptó al vasco Olarticoechea en un peaje para convencerlo de que jugara en México ’86 (con un pedazo de ladrillo le dibujó, tipo pizarrón, su idea: ¡en medio de la ruta!); o los comienzos de Passarella, de Kempes, de Di Stéfano; o sus encuentros con narradores que escribieron sobre fútbol. Fontanarrosa solía decir que el interés por sus relatos se multiplicó tras las lecturas en el programa. Los textos de Eduardo Sacheri vieron la luz pública ahí mismo. Hasta Dolina dice que sus cuentos, leídos por Apo, parecen mejores.

“Yo creo que me sobrevaloran, porque hay contadores de cuentos en radio mucho mejores que yo –sostiene Apo–. Te nombro dos, de los que estoy muy lejos: Hugo Guerrero Marthineitz y Quique Pessoa. Son impresionantes”. Este subyacente “yo no soy tan bueno” parece coincidir con la apreciación de una sombra omnipresente en el libro, a la que Apo llama “el verdadero Apo”: su padre. Hay un tironeo constante entre una gran cantidad de figuras reconocidas que elogian su trabajo y una mirada crítica paterna. “Sentí una angustia anticipada porque mi viejo había muerto un poco antes de empezar el programa y no iba a poder escucharme –apunta Apo–. Yo sabía que hacía esto para mí, pero también para él.” A fin de cuentas, agrega, la lectura en la radio era la continuación de un rito familiar de la infancia, cuando leía cuentos de Bradbury o Cortázar ante padres y hermanos.

“Mi padre fue un hombre del periodismo, del fútbol, muy influyente como productor –dice Apo–. El ideó, junto a Carlos Fontanarrosa, ex director de El Gráfico, un programa como Polémica en el fútbol, en los ’60, que fue un hito. Y transmitía a las terceras, por televisión. Yo creo que papi es un gran olvidado. Como les pasa a tantos actores, actrices, ex futbolistas. Por eso yo me detengo a preguntarles, en mi programa, sobre viejos tiempos. Nos ha entrado, lamentablemente, cierta locura que nos hace olvidar.” Se le recuerda que lo han acusado de anticuado: “Los pibes que se beneficiaron con la televisión que hasta hace poco dominaba el fútbol aprendieron un mensaje horrible: que empilchando bien y con buena facha ya podían hacer periodismo deportivo –responde–. Desprecian la historia del fútbol, y la verdad es que por ahí pasa nuestra vigencia. Como comentarista de Víctor Hugo, que para mí es el más grande relator del planeta y alrededores, ¿cómo puedo representar a la gente en los mundiales sin saber quiénes eran Pedernera, Lazzatti, Labruna? Tengo la obligación de saberlo. Me elogian la memoria, ¿pero cómo ignorar quiénes eran Lauri, Scopelli, Zozaya, Ferreira y Guaita, esa delantera de Estudiantes? Yo nací en el ’54 y eso fue en el ’31, pero no saber eso es como si un profesor de Historia ignorara a Belgrano: ‘Eh, si fue hace mucho’. Es una locura”.

En tren de rebobinar, mediados de los ’60, cuando Apo se prueba con edad de novena de River. Jugaba de centrodelantero: era alto para su edad. Partido definitivo para los aspirantes, contra la octava. “Ellos ya estaban armados, eran parte del club, así que no la tocabas –apunta–. Pero hice dos goles: uno luego de un rebote y el otro con un arranque desde mitad de cancha, la llevé, la llevé, y en un momento vi al arquero adelantado y se la piqué, de emboquillada. Un golazo. Terminamos 2 a 2.” Anota en el libro: “Tengo la imagen grabada de la cancha auxiliar de River y mi mamá gritando los goles: ¡como una loca!”. ¿Y por qué no siguió? “No tenía disciplina, era muy vago para entrenar”, dice.

A un año de su despido de Radio Continental –llevaba ahí 18 como comentarista de Víctor Hugo–, Apo se siente gratificado por la enorme cantidad de ofertas de trabajo que le llegaron. “Soy un hombre muy mimado por los elogios y los laburos –dice–. Soy de la raza de los agradecidos. Cuando me quejo me golpeo la boca, porque tengo enormes privilegios. Cuando me sacaron de programación me llamó el país, para ver qué había pasado. Del Gobierno, de la oposición, Bianchi, Diego, para ver cómo estaba. Me ofrecieron trabajo en muchas partes –la gente de Electroingeniería, por ejemplo–, y al final me quedé con la propuesta de Nacional.”

Y sí: ya que surgió su nombre, ya que el fútbol está en el ADN de Apo y ya que la actuación en el Mundial está fresquita –herida sin cicatrizar–, hay que preguntar por Maradona. “Yo estoy muy conforme –dice, rotundo–. Cuando entrás en instancias decisivas te enfrentás con los grandes. Estar entre los ocho mejores era impensable antes de la Copa: la mayoría decía que nos volvíamos en primera ronda. Y cuando se empezó a ganar se decía que los rivales eran fáciles. Con México lo mismo: antes de jugar era peligroso, y después no existía. Para ganarle a Alemania había que jugar un gran partido: no lo jugó. Aunque el resultado me pareció abultado, perdió con justicia. Pero si uno repasa, Diego tomó un proceso en medio de una eliminatoria, con la clasificación en riesgo, y a los tumbos se llegó al Mundial. Se ganaron cuatro partidos y se perdió uno, contra un grande. Aunque respeto lo que él decida, para mí tiene que seguir, completar su ciclo. Me da miedo que se sienta tan abatido, que se angustie mucho. Tiene que pensar que hizo un buen trabajo, que esto se va a enriquecer y que, con esta generación de futbolistas, a la que le tengo mucha fe, va a llegar en buena forma a Brasil 2014.”

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