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Viernes, 13 de agosto de 2010
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HUBO CINE EN LA PREVIA DEL MARATON DE CHACARERAS

Una sala criollita y sin pochoclos

Una sencilla muestra cinematográfica sirvió como aperitivo del encuentro santiagueño que promete batir un nuevo record en el rubro chacareras. Se vio desde Cocalero hasta Mundo Alas y fue el toque distintivo en la espera del “Cumpleaños de la Abuela”.

Por Cristian Vitale
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Los chicos fueron quienes más disfrutaron de las dos jornadas.

Desde La Banda

Cine en el barrio. La pantalla blanca está de espaldas al más allá de La Banda, la ciudad que originó al clan más numeroso de la chacarera argentina, y aún no se puso el sol cuando unos 50 changos y chinitas de tierra adentro esperan la función. El patio de la Abuela está poblado de globos y serpentinas. De mate cocido y tortillas caseras. El plan anuncia Ico, el caballito valiente y a las seis en punto, cuando el paisaje humano de Santiago del Estero aún se despereza de la siesta, empieza “formalmente” el centésimo-noveno aniversario del nacimiento de Doña María Luisa, la mujer que dio luz a esta parva de Carabajales que fluye en cada esquina: tíos, abuelos, primos, sobrinos, cuñados, hijas, yernos, vecinas, una lista, una mezcla de sangre, interminable. Como dice el hombre encargado de templar el chipaco crepuscular, “acá somos todos primos”. Las aventuras del caballito y Larguirucho mantienen la atención de una changada no muy habituada al mundo cinéfilo y provoca gestos, reacciones, risas. Hay semblante de sorpresa en cada rostro. Hay un instante de felicidad. Hay movimiento. Y entonces, la intención de Melina Terribili y Laura Linares –directoras y coordinadoras de la muestra– se empieza a consumar: el toque distinto del cumpleaños más famoso de Santiago. La previa de un encuentro que, a partir de ayer a la noche, con el arranque de la II edición del Maratón de Chacareras –40 horas sin parar–, mañana –con el Carabajalazo– y el domingo (el cumple) concita la atención como cada año de miles y miles de amantes del folklore en todo el país.

“Mire cómo estoy llorando”, señala Diana con el índice apuntando donde le nacen las lágrimas, para dar cuenta de una reacción. El final de otra de las películas incluidas en la muestra bajo el título de “cine infantil” certifica que hay emoción más allá del 6 por 8. Mundo Alas, la gema de León, estremece hacia el final. Bajo el cielo estrellado y un calorcito de invierno abrigador, el viejo patio de Iturbe y Larrabure es una sala sin pochoclos. Los changos de ojos negros, cara morada y pelos en punta pasan delante del proyector y las sombras se funden con las de Alejandro Davio o Pancho Chévez. O la del mismo Gieco, que alguna vez pasó por aquí para registrar la pata Santiagueña de De Ushuaia a La Quiaca. Suena “Familia Rodante” y los testimonios se multiplican. “Yo tengo un sobrino discapacitado, que conoce todo lo que es Mundo Alas. Esta es una película que nos hace recapacitar sobre la lucha y las virtudes que tienen estas personas que por ahí no tienen brazos ni piernas, pero sí esa fuerza tan grande para seguir adelante, cuando los que sí lo tenemos nos hacemos problemas por poca cosa”, comenta Jacqueline, una docente bandeña de 34 años, que también tiene un programa de radio en una FM de la zona. “Esto es para los chicos de ahora que tienen todo y no se conforman con nada. Emocionante ver a Panchito... vecino nuestro de San Lorenzo”, tercia Beatriz, una santafesina que le entró temprano a la semana. “Ver cómo se mete León en el alma de los chicos es conmovedor”, dice él, que tampoco había visto la película.

Rebotes, secuencias de una muestra apoyada por el Incaa y Cultura de la provincia que duró dos días –martes y miércoles– y que también incluyó cine para adultos: Lo llevo en la sangre, un cortometraje de ficción dirigido por Pablo Pérez, cuyo eje es el fútbol y su incidencia como mandato social; Criada, un notable largometraje documental, en la onda Prelorán, que cuenta la historia de Hortensia, mujer mapuche que a los diez años se va a vivir a Catamarca y pasa la vida allí como criada de una familia que jamás le paga un peso. Sólo casa y comida. Y Cocalero, la historia del ascenso de Evo Morales a la presidencia de Bolivia. Ese rostro color tierra, sereno, asombrado por la vida, tan parecido en sus formas angulares a los que están de este lado de la pantalla. Cocalero, de Alejandro Landes, mueve al monte santiagueño la América indígena del Altiplano, la de Cochabamba, la de las montañas inmensas, el api como remedio contra el apunamiento y la resistencia de los pobres. “Creo que tenemos el mismo enemigo”, apunta Miguel, un tucumano recién llegado, que modifica su rictus de cansancio cuando escucha la palabra antiimperialismo de la boca del líder indígena. Un efecto.

Y la nota bizarra. Entre vino, cervezas, empanadas y perros de los lindes que olfatean el piso de tierra en busca de algún mendrugo, Willy Polvorón, el personaje de Los Polvorines, músico, buscavidas y abogado, se planta en persona para hablar de su película: Sueños de Polvorón. “Como amante de lo nuestro, conocedor y estudioso de nuestras costumbres, del campo y las espinas, es una alegría para mí estar en este lugar histórico. Mucho más al saber que aquí habitó una señora que es prócer de todos los santiagueños y los argentinos. Quería honrar su memoria con todo mi corazón”, encara el enano Willy como un entre caliente a lo que vendrá horas después. La historia sin guión que protagonizó junto a su manager Mariano Echenique bajo la dirección de Gabriel Alijo fue otro de los momentos interesantes de la muestra. Un pedazo del conurbano de Buenos Aires trasvasado a un pedazo del conurbano de Santiago, y un eje que tal vez represente a la mayoría de los musiqueros de la zona. “Es el sueño de todo músico al que la trascendencia le escapa, como nosotros, y que está fuera de toda órbita comercial, como nosotros, pero que ama a sus cantantes nativos”, dice él, intuyendo que un día después –anoche– un puñado de esos músicos anónimos, desconocidos, era el ser colectivo que originaba la gran fiesta. Y un desafío: superar su propio record de chacareras sin parar, para entrar por segunda vez al Guinness... Algo sólo posible aquí, en la orilla extendida del Río Dulce.

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