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Sábado, 25 de septiembre de 2010
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Cora Roca publicó el libro de arte Saulo Benavente. Obra escenográfica

Para recuperar a un artista exquisito

La investigadora teatral hizo “una tarea de hormiga” para juntar los bocetos que el artista había repartido. A Benavente se lo conocía como “el escenógrafo del teatro independiente”, porque trabajaba gratis cuando no se trataba de encargos oficiales o para cine.

Por Hilda Cabrera
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Cora Roca fue alumna de Saulo Benavente en la Escuela Nacional de Arte Dramático.

Para que la protesta frente al “vaciamiento cultural” no se convierta en frase hecha o en una realidad imposible de cambiar, la docente e investigadora teatral Cora Roca acaba de publicar, a modo de rescate, un nuevo trabajo sobre un escenógrafo que descolló en su actividad y fue “modelo de ética para los creadores”. Se trata de Saulo Benavente. Obra escenográfica, libro editado por el Fondo Nacional de las Artes (con diseño gráfico de Horacio M. Elorga) que se constituye en el único registro sistematizado en la Argentina de los bocetos de este artista. Roca es autora de la investigación y los textos (salvo los testimonios de cuatro especialistas), la recopilación del material gráfico y la dirección del trabajo. En diálogo con Página/12, Roca define a Benavente (1916-1982) como gran persona y artista exquisito, reconocido en el país y el exterior. Escenógrafo, dibujante, autor, docente e iluminador, Benavente se formó entre artistas de ideas libertarias. Sus padres, anarquistas, estaban vinculados con el mundo del teatro y el circo. La relación con su padrastro, José González Castillo, fue definitoria en su adolescencia. En tiempos de la Triple A, debió exiliarse luego de que su nombre apareciera en las “listas negras” difundidas a partir de enero de 1974. Este artista ya había sido abordado por Roca en un texto anterior, Saulo Benavente, ensayo biográfico, publicado por el Instituto Nacional del Teatro. La investigadora también es autora de dos volúmenes referidos a la actriz y maestra de actores austríaca Hedy Crilla, quien llegó a la Argentina en 1940, escapando del nazismo: La palabra en acción y Días de teatro (Alianza Editorial).

El libro editado por el Fondo es resultado de “una tarea de hormiga”, pues “parecía que a ninguno se le había ocurrido guardar los dibujos de las obras”, puntualiza la autora que, en principio, realizó una exhaustiva búsqueda entre los conocidos y amigos de Benavente. “Había sido generoso repartiendo sus bocetos, más de quinientos, sin contar los diseños de vestuario, alrededor de cien”, cuenta. Roca necesitó recuperar y organizar el material casi desde cero, porque “es raro encontrar libros de escenografía en Argentina, son caros y los apoyos no abundan”. Esta ...Obra escenográfica es accesible, incluso para estudiantes, pues se les otorga un descuento del 50 por ciento. Está a la venta en la sede del Fondo (Alsina 673) y la Librería de Avila (ex Librería del Colegio), en Alsina 500. El volumen recoge textos de César López Osornio, director del Museo de Arte Contemporáneo Latinoamericano de La Plata (Macla); de la escenógrafa y vestuarista Graciela Galán; del periodista, crítico de cine y ensayista Claudio España y el escenógrafo y vestuarista, pintor y director de arte Marcelo H. Salvioli. Los tres últimos testimonian la actividad de Benavente (aquí, fotografiado por Annemarie Heinrich) en el teatro, el cine y la ópera.

“Personalidad avasallante, fragilidad de niño.” Con estas palabras sintetiza Osornio su imagen del artista, “mago de la improvisación”: “Con una soga hacía el horizonte; con una palangana el sol; con la luz, el despertar del día o el ocaso hacia la noche”. A su vez, Galán señala la precisión en los bocetos y el diseño de las luces, y memora el entusiasmo del maestro por los viajes de relevamiento que organizaba con sus alumnos para que conocieran in situ las diferentes arquitecturas y paisajes del país. La singularidad del trabajo hecho para el cine es prolijamente destacada por el crítico España, señalando, entre otras películas, a Los inundados (1962), de Fernando Birri, donde Benavente supo “construir una realidad, para que se vea bien real, sobre la realidad existente”. Todo un desafío, como lograr que el espectador ubicado en el “paraíso” del Teatro Colón pudiera “percibir la escenografía o la dramaturgia del espacio en su totalidad”. Interés que –en opinión de Salvioli– implicaba “una toma de posición social y política, pero expresada como solución artística”.

En su prefacio, Roca (que fue alumna de Benavente en la Escuela Nacional de Arte Dramático) aclara que “los materiales y documentos gráficos provienen de diferentes orígenes y condiciones, encontrándose generalmente mal archivados, sin preservar la obra en el ámbito adecuado”. De todas formas, obtuvo bocetos y dibujos con ayuda de instituciones y particulares, entre éstos la hija de Benavente, María Saula, quien puso a su disposición lo conservado.

Su investigación permitió rescatar a una figura y una época. ¿Cómo caracterizaría esos años?

–Fue un período extraordinario, de gran actividad. Mi impresión es que entonces se creía en el país y el futuro era algo que debía construirse desde ese presente. Con este libro compensamos en parte la desidia que está acabando con nuestro patrimonio. No hay suficientes archivos y ni siquiera en el Teatro Colón se encuentran dibujos de Saulo. Fue complicado hallar los bocetos de teatro y ballet. Los de cine se conservan mejor. Cada descubrimiento me daba una alegría inmensa. Saulo viajó mucho a Europa y la Unión Soviética. Colaboró con el actor y director francés Jean Vilar, del Teatro Nacional Popular, y con Jean-Louis Barrault (actor, mimo y director francés). Entre otros cargos fue presidente del Instituto Internacional del Teatro (ITI), organismo de la Unesco en París. Había organizado un archivo, que mantuvo mientras estuvo en la Argentina, pero todo lo reunido se desperdigó cuando debió exiliarse.

¿Qué descubrió indagando?

–Que tenemos un material cultural maravilloso y que Saulo ha sido, sin duda, uno de nuestros grandes maestros. Lo llamaban “el escenógrafo del teatro independiente” porque no cobraba por sus trabajos, que fueron incontables y en todo el país. Entonces, hasta los teatros más modestos contaban con escenografías para sus obras. Esto no es así hoy: los elencos utilizan una mesa, dos sillas, una cámara negra y un video.

¿A qué se debe ese despojamiento? ¿A la búsqueda de un estilo? ¿A cuestiones de índole económica?

–No lo sé exactamente, pero hemos padecido tantas destrucciones, tantos golpes militares y económicos... Sin embargo, la escenografía existe y seguirá existiendo. Parece increíble, pero Saulo proyectó cincuenta y seis teatros, y según supe no cobró nunca nada a los independientes, porque concebía al teatro como templo del arte y de la cultura. Cobraba, en cambio, cuando trabajaba para el cine. Fue director de arte en muchas películas, como Alias Gardelito, que dirigió Lautaro Murúa y empezó a rodarse en 1955, pero se demoró porque en el elenco había gente “sospechosa” para los militares de la llamada Revolución Libertadora. Estaban Murúa y también Hugo del Carril, como cuenta Claudio España. Las salas Martín Coronado y Casacuberta fueron proyectos suyos, y las de Hebraica y el Teatro IFT.

¿Cómo fue la última etapa de Benavente?

–Saulo era una persona de una amplitud intelectual y artística muy particulares. Lo afectó mucho la dictadura que torturó y mató a tanta gente y arrasó con las esperanzas de progreso cultural de muchos. Saulo padeció ser uno de los artistas incluido en las “listas negras” de 1974 y en las prohibiciones de 1976. Perdió todos sus trabajos institucionales y decidió irse. Sin embargo, nunca pudo dejar del todo sus lazos con el país, su familia y su trabajo. Iba y venía hasta que murió, en 1982. La guerra de Malvinas y la muerte de tantos soldados minaron todavía más su sensibilidad. Cayó en una gran depresión. Hubo mucha gente que no pudo sobrevivir ante la evidencia de la masacre. Ellos también son nuestros desaparecidos. Saulo tenía una vitalidad increíble, pero cayó: murió de un ataque al corazón. Hubo generaciones muy golpeadas en nuestra historia. Nos queda la obligación de rescatarlas.

–Respecto de Saulo, ¿es suficiente con este nuevo libro?

–No, por eso comencé otro, que incluye los escritos sobre sus escenografías. También me estoy ocupando de Rodolfo Franco, un gran artista olvidado. Creó el taller de escenografía en el Teatro Odeón (en 1925), la carrera de escenografía en la Facultad de Bellas Artes de La Plata y la cátedra de escenografía en la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, donde se formaron Saulo y muchos otros. No sé cómo hacía esta gente para enseñar, pintar, grabar, ilustrar... Ni el golpe militar de José Félix Uriburu, en 1930, les impidió seguir pensando en construir un país. Lamentablemente, todo se fue desarmando.

¿Cómo es hoy el acceso de los jóvenes a esta disciplina?

–Hay mucha destrucción. La Escuela Ernesto de la Cárcova está destruida. El salón de calcos y esculturas que trajeron los inmigrantes da pena. Los trabajos de De la Cárcova (el pintor de Sin pan y sin trabajo), Franco y tanta otra gente valiosa están en un depósito, y la biblioteca no existe, porque sigue en refacción. El panorama es desolador. Faltan cuidado y figuras rectoras.

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