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Lunes, 1 de noviembre de 2010
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Ignacio Portela y Hugo Montero, autores de Rodolfo Walsh, los años montoneros

“Los combatientes no eran bichos raros”

Los fundadores y directores de la revista Sudestada publicaron un libro que aborda la última etapa de Walsh. Ese eje temporal crítico indaga sobre las vicisitudes, contradicciones y penurias vividas por el autor de Operación Masacre.

Por Cristian Vitale
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“Walsh mantenía una autonomía de pensamiento, aun cuando se radicalizara y tomara postura.”

Hay un recorte arbitrario. Una intención consensuada y consumada en Ignacio Portela y Hugo Montero de tomar al Walsh de sus últimos años y derramarlo en todas sus vetas. Como una operación de concentración ampliada que descarta, o al menos desestima, lo que el escritor-periodista hizo y fue antes de sus años montoneros y, por contrario, visibiliza todo lo que hizo y fue durante la militancia que lo llevó a morir bajo balas militares en San Juan y Sarandí. Tarea ardua, principalmente porque no existe publicación alguna con su firma entre ¿Quién mató a Rosendo?, la investigación sobre el asesinato de Rosendo García editada en 1968, y la Carta Abierta a la Junta Militar, redactada en marzo de 1977. Pero también –data nada menor– por una razón de prurito. “Hay, evidentemente, un factor que incomoda desde cierta perspectiva progresista de la historia argentina. En particular, la de algunos cronistas del pasado reciente que se ocupan de rescatar la trascendente obra literaria, el riguroso oficio periodístico y el inalterable compromiso intelectual, pero que trastabillan, dudan y eligen eufemismos y ambigüedades para dar cuenta de los últimos pasos de Walsh en la guerrilla (...) su rol combatiente inquieta, molesta, incomoda”, escriben estos dos jóvenes periodistas –fundadores y directores de la Revista Sudestada– en el prólogo del libro Rodolfo Walsh, los años montoneros, publicado por Ediciones Continente y Peña Lillo Editora.

El libro, de 218 páginas, y parte de una zaga inquieta que contempla Polo, el buscador, una biografía Fabián Polosecki –escrita por ambos– y Por qué Stalin derrotó a Trotsky –sólo de Montero–, se recuesta sobre un eje temporal crítico para el autor de Operación Masacre, el período 1973-1977, e indaga sobre las vicisitudes, contradicciones, arrojos y penurias de ese último Walsh: su recelo ante la figura de Perón y, pese a ello, su incorporación a una organización peronista; su relación, desde esa perspectiva, con la conducción de Montoneros; su papel en Ezeiza, el Devotazo, el Diario Noticias o la Agencia de Noticias Clandestina; sus operaciones, la experiencia como parte del Servicio de Informaciones de la orga; sus comentarios críticos a la conducción pero, a la vez, el respeto por la audacia de quienes habían consumado las acciones más jugadas en esos días de fuego, son parte del corpus hurgador de los autores que irá desentrañando al Walsh menos conocido, más omitido, más difícil de “aggiornar” como modelo a seguir en escuelas de periodismo. “Empezamos por leer todos los trabajos biográficos, los ensayos y los estudios que hay sobre su vida, y la mayoría adolecen de rigor periodístico cuando llegan al momento de su incorporación a Montoneros. O se pasa de largo, o se dicen frases hechas, o se cae en lugares comunes... Se deshilachan, digamos”, enmarca Montero.

–Además de la dificultad que radica en la ausencia de textos firmados en ese período. Podría ser una razón, también.

Hugo Montero: –Sí, la del bache documental y también lo que escribió en papeles personales, cuentos, anotaciones y cuadernos, que se llevaron los militares durante la razzia en su casa de San Vicente. Pero es evidente que Walsh se complejiza mucho en esa etapa, se vuelve más difícil de explicar, de incorporar a un lenguaje más “edulcorado”.

Dos años les llevó a estos dos jóvenes del sur de la provincia de Buenos Aires dar con la entraña del Walsh montonero. Los documentos críticos del periodista hacia la conducción oficiaron de fuente escrita inicial para un desarrollo posterior que no escatimó en voces de testigos: Lillia Ferreyra, con quien Walsh convivió “camuflado” en una casita de las afueras de San Vicente; Eduardo Jozami; Horacio Verbitsky, Miguel Bonasso, Noé Jitrik o Roberto Perdía, entre otros. “Una limitación es que el papel de Walsh en Montoneros siempre está analizado a partir de la opinión del analista y no la suya. Vos leés trabajos sobre Walsh y están buenos, tienen mucha riqueza, pero están marcados por la opinión de los autores y por sus diferencias profundas con las decisiones estratégicas, o los errores cometidos por la conducción”, señala Montero.

–La intención entonces fue reubicar en contexto, sin “interpretar”, las acciones y los pensamientos de Walsh en ese momento.

H. M.: –Está bueno, por ejemplo, entender más que juzgar que cuando Walsh escribe sus críticas a la conducción había perdido a su hija en un enfrentamiento, a sus mejores amigos, a Paco Urondo en Mendoza. Estaba destartalado emocionalmente. Era un tipo rodeado, perseguido, en la lona económicamente, que tuvo que alejarse del epicentro de la represión para preservarse, porque estaba marcado, y en medio de esa situación de soledad, desesperación y derrota, porque él es el primero que reconoce la derrota política y militar, tuvo la capacidad de transformar esa situación de mierda en una discusión política. Incluso muchos que después criticaron a la conducción de Montoneros en ese momento no lo hicieron, al menos públicamente.

–Con todo el peso de las contradicciones internas... Se percibe con qué tensión habrá vivido Walsh esos días, sobre todo cuando recrudece el enfrentamiento de ciertas bases militantes con Perón y, luego de su muerte, con la derecha más desbocada.

H. M.: –Y aparte un tipo tan preparado, inteligente, y analista de la realidad ¿no? Ver cómo se iba degradando la relación de la organización con Perón, es un hecho que lo va marcando. El fue el primero que, desde la inteligencia, siguió el rastro de las bandas parapoliciales. No le sorprendía lo que estaba pasando, e incluso lo manifestaba en documentos y reuniones. Uno puede imaginar la desesperación ante una situación que se va generando entre un foco de derecha cada vez más peligroso, y una organización que iba a la confrontación mientras se aislaba de la masa. Es cierto que él nunca se lo planteó desde el lugar de persuadir o influenciar con su opinión a la conducción, pero tenía un debate interno terrible, porque veía que se pudría todo y la organización, en vez de procurar preservarse, hacía lo inverso.

I. P.: –La imposibilidad lógica de la militancia de ver que el mayor movimiento popular de Latinoamérica iba a terminar derrotado. Incluso de Walsh, que pasa de Noticias a Ancla y de ahí a pensar en salir del país. Todos los militantes de la época sabían que nadie tenía la vida asegurada, pero él no fue un mártir que eligió morir. Fue una parte más de ese proceso que había tenido tantas otras intervenciones. Exponía su vida en pos de un proyecto colectivo, pero era de carne y hueso. Otra arista del libro es marcar, a través de Walsh, que los combatientes no eran bichos raros sino personas comunes como las que nos cruzamos todos los días.

–¿En qué grado o sentido, desde sus roles como periodistas y salvando las distancias, se espejan ustedes en Walsh?

I. P.: –El camino que elegimos en este medio es el de la honestidad, porque en la vida de Walsh si hay algo es un camino elegido. Poder observar y transmitir desde una mirada personal que a la vez era objetiva y periodística... Nos vemos emparentados en el sentido de ver una referencia de cómo contar la realidad. Nos gusta mucho eso de que una conversación que escuchaba valía más que hacer un análisis, no sé, sociológico. Es lo que tratamos de experimentar nosotros con nuestro trabajo diario. A partir de escuchas en la calle, anónimas, se puede generar otro tipo de mirada más alejada de lo tradicional de las fuentes, más cerca de la vida cotidiana.

H. M.: –Está bueno ver que él nunca dejó de ser un periodista, nunca dejó de estar cortado por esa tijera de la observación en la calle. Hay apuntes en su diario que tienen que ver con conversaciones escuchadas en el tren o en el colectivo. Nos parece que la mejor manera de entender la realidad es estar atento a esa mirada que tenía Walsh. Más allá de que no haya publicado a partir de su incorporación a Montoneros, siguió haciendo un trabajo periodístico que tenía que ver con el análisis de la realidad y con las tácticas a asumir. Incluso en sus documentos críticos, termina postulando un plan alternativo a la conducción: marca sus diferencias y dice lo que había que hacer.

–Aunque con una mesura, efecto del respeto por el valor de ciertos cuadros altos...

H. M.: –Los cuadros medios, como Gelman, Urondo, que era más bien un lazo, o el mismo Walsh, tenían respeto por la audacia de los cuadros altos. Aceptaban los roles que les tocaba jugar y no pensaban que tenían la solución en la mano. Pero lo que más interesa rescatar, volviendo a la pregunta anterior, es que Walsh nunca dejó de ser un periodista que trabajaba en Noticias veinte horas por día, tratando de cubrir policiales y que después, cuando ve que están cerradas las puertas para los medios legales, arma un medio artesanal como la Ancla... hasta el último día de su vida no abandonó el trabajo periodístico y eso nos parece extraordinario. La experiencia de Noticias, por ejemplo, diseñada como un producto de calidad que apuntaba a lo popular, sin panfleto o bajada de línea como Evita Montonera o El Descamisado, porque Walsh mantenía una autonomía de pensamiento, aún cuando se radicalizara y tomara postura, aun cuando la realidad lo pinchara. Está claro que ya cuando Raimundo Villaflor le sugiere incorporarse a las FAP, Walsh no es el mismo que homenajea a los aviadores que bombardearon la plaza en junio de 1955.

–El temple para escribir la bajada del título de Noticias el día después de la muerte de Perón es sustancial en esta situación de “autonomía”, si se quiere. Es un sí pero no necesario, urgente y contundente...

I. P.: –Como decía él: la furia fría. Vivía poniendo paños fríos ante problemas y eso fue tremendo porque había que rescatar la figura del líder en un momento en que habían amenazado con incendiar el diario. Por eso habla de líder excepcional y, a la vez, lo enmarca con mucha sutileza en medio del “fragor de la lucha”.

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