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Miércoles, 12 de enero de 2011
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María Elena Walsh fue despedida con sus canciones

Ultimo adiós a una artista para todas las edades

Por el velatorio pasaron la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, Estela de Carlotto, Jairo, Teresa Parodi, Ricardo Alfonsín, Susana Rinaldi y Víctor Heredia, entre otros. Los restos de la creadora descansan en el panteón que Sadaic tiene en la Chacarita.

Por Karina Micheletto
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“Tuvo el valor de levantar las armas más temibles para los dictadores, las del humor y la poesía”, dijo Eduardo Falú de María Elena Walsh.

Tápenme cuando me muera
con una manta tejida
por mis paisanas.
No se acaben todavía,
angelitas de las guardas,
ay, madres mías.

Los versos de “La paciencia pobrecita”, escritos por María Elena Walsh y musicalizados por Oscar Alem, despidieron los restos de la escritora y cantautora que falleció el lunes pasado, a los 80 años. Ella misma le había dicho a su compañera Sara Facio: “Acordate de ‘La paciencia pobrecita’”. En su velatorio estuvo la mantita para el viaje, acompañando a la creadora de Manuelita como acompaña desde siempre a tantos, mortaja de pobres y anónimos del Norte argentino. María Elena Walsh tuvo una manta tejida sobre su féretro, otra adentro. Tuvo también una capilla ardiente en Sadaic, la entidad cuyo directorio integró durante años. Tuvo una despedida con música, poesía, libros, discos, Manuelitas y jacarandás en el recuerdo de tantos en el país que sí se acuerda.

Un gran retrato de Sara Facio parecía presidir la capilla ardiente. Era la sonrisa de María Elena Walsh, sus ojos intensamente claros, traspasando la foto blanco y negro, los que recibían a los que llegaban a despedirla. Había también un busto de Atahualpa Yupanqui y una pequeña biblioteca. Colegas y amigos, personalidades de la cultura, la política y representantes de organizaciones sociales se acercaron a despedir a quien sigue siendo figura omnipresente del territorio de la infancia, pero también lúcida creadora de territorios adultos, incluidos los del debate político. Allí estuvieron durante la tarde del lunes y la mañana de ayer Estela de Carlotto y Rosa Roisinblit, presidenta y vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, respectivamente; Teresa Parodi, Eduardo Falú, Víctor Heredia, Susana Rinaldi, Amelita Baltar, Virginia Lago, China Zorrilla, Lydia Lamaison, Griselda Gambaro, Leopoldo Brizuela, Graciela Borges, Pipo Pescador, Tristán Bauer, Jorge Coscia, Hernán Lombardi, Felipe Solá, Ricardo Alfonsín y Facundo Suárez Lastra. Pasadas las 23 del lunes llegó también la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, para sumar su reconocimiento y sus condolencias a la familia, sin hacer declaraciones públicas.

“Es la única persona que conozco de todas las esferas del arte a la que no le gusta promocionarse”, había señalado su compañera Sara Facio, cuando presentó su biografía fotográfica, Retrato(s) de una artista libre, refiriéndose a lo mucho que le había costado convencer a Walsh de la edición que volvía a hacer pública su silenciosa figura. De eso se habló, entre muchas otras cosas compartidas con una sonrisa, en el velatorio que se hizo en el lugar que ella había pedido expresamente. “Se fue como vivió, con su eterno perfil bajo”, destacó Estela de Carlotto al llegar a la sede de Sadaic, ayer por la mañana. La recibieron Facio e Ida Suárez, quien fue por muchos años secretaria y asistente personal de Walsh. “María Elena estaba muy atenta a las noticias de los nietos. Vivía cada recuperación con la misma alegría que compartíamos todos, sentía cada nieto recuperado como un triunfo colectivo”, le dijo Suárez en el abrazo. “No lo sabíamos, porque no estuvimos cerca en el último tiempo, pero no nos sorprende”, le respondió Carlotto, agradecida.

Más tarde, la titular de Abuelas de Plaza de Mayo contaría a Página/12: “Siempre la sentimos cerca en nuestra lucha, que es la de tantos. Hacía un tiempo que no nos veíamos, pero en tantas charlas compartidas tuvimos su apoyo desde el primer momento. Ella formó parte de la primera comisión que se formó para investigar la desaparición de personas (aquella cuyas primeras investigaciones quedaron resumidas en el libro Nunca Más). Sentó postura siempre, también en los momentos más difíciles; fue valiente y le costó”, destacó, recordando entre otras marcas su famoso artículo “Desventuras en el país Jardín-de-Infantes”, donde la poeta dijo en 1979, en el suplemento Cultura del diario Clarín, parte de lo que ni ese ni ningún otro diario decían en el resto de las secciones.

“Mi recuerdo y mi agradecimiento eternos son como Abuela de Plaza de Mayo y como ciudadana”, finalizó Carlotto. “A las que fuimos madres, María Elena nos acompañó con sus canciones en la crianza de nuestros hijos. A las docentes nos acompañó en el aula. A las abuelas nos acompañó también con nuestros nietos. La vamos a recordar como una mujer que siempre estuvo.” A su lado, Teresa Parodi contaba que María Elena Walsh tuvo tiempo de hacerle llegar su agradecimiento por lo mucho que le habían gustado las versiones de “La paciencia pobrecita” y “Barco quieto”, que la correntina grabó en su último disco. Contaba también que, muchos años atrás, la había llamado para agradecerle otra cosa. Fue cuando Parodi asumió como vocal en el directorio de Sadaic, ocupando el mismo cargo y la misma oficina que había ocupado Walsh. “En la puerta de la oficina había una placa con el nombre de María Elena Walsh. Cuando llegué, vi que la estaban sacando. ‘¿Adónde llevan eso? ¡De ninguna manera!’, les dije. Puse esa placa en una pared, sobre los dos cuadros que había puesto ella, que quedaron en el mismo lugar. Un tiempo después recibí su llamado: ‘Me contaron que en Sadaic hay una muchacha traviesa que anda pegando mi nombre por los muros’, me dijo. ‘Se lo agradezco, eso habla de su don de gente’.”

La despedida de Sadaic fue con flores arrojadas desde los balcones de la entidad y “Como la cigarra” sonando por altoparlantes. Ya en la Chacarita volvieron los aplausos y los gritos repetidos: “¡Gracias, María Elena!”. Tras el paso por la capilla ardiente, se leyó un mensaje que hizo llegar Atilio Stampone, presidente de Sadaic, quien se encontraba fuera del país; y también dirigió unas palabras Eduardo Falú, vicepresidente de la entidad: “Es difícil decir algo que no se haya dicho acerca de esta mujer talentosa que nos deja, una mujer que llegó al corazón de todos los niños que ahora son adultos, que nos hizo vibrar con su poesía, sus canciones, sus cuentos. No fue de derecha, ni de izquierda, pero siempre tuvo el valor de levantar las armas más temibles para los dictadores: las del humor y la poesía. Fue una mujer muy corajuda, y eso le costó cosas. Descansa en paz, María Elena”.

Antes de que el panteón quedara reservado para la familia, un coro levantó “Como la cigarra” para el último adiós. Y también la “Canción del jacarandá”, y la de Manuelita, y “El reino del revés”, entre muchas otras. Virginia Lago, que emprendió varios proyectos con María Elena Walsh y con su obra (entre ellos la adaptación del cuento “La farolera”, en una obra en la que hacía de María Elena), recordó aquella vez, hace dieciséis años, en la que la acompañó a un jardín de infantes de Florencio Varela, donde plantó un jacarandá. “Durante años le llegaron flores y el perfume de ese árbol, y María Elena amaba las flores”, contó.

Los restos de María Elena Walsh ya descansan en el panteón que Sadaic tiene en la Chacarita. En cientos, miles de hogares de la Argentina (y también en los de territorios tan lejanos como China o Vietnam, hasta donde han llegado traducciones de sus obras), Manuelita sigue vivita y coleando como Juan Poquito, la Mona Jacinta, el Gato que Pesca y el Perro Salchicha. Y en los que eligen apuntar con su canto a la belleza, siguen multiplicándose versos como los que la autora eligió para tener cerca al momento de su muerte:

Me da ganas de llorar
la paciencia pobrecita
que echó al mundo tanto abrigo
allá por las anilinas.
Hebra por hebra, día tras día.

Estirando en el telar
secretos de abuela india,
la América de memoria
el mujerío eterniza.
Nudo por nudo, día tras día.

Cómo no reverenciar
prendas con dolor habidas.
Perdón les quiero pedir
porque me las echo encima.
Hilo por hilo, día tras día.

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