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Miércoles, 26 de enero de 2011
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Muchos días felices, original iniciativa del diseñador gráfico Fabián Muggeri

Textos, fotos y videos para un happening virtual de la alegría

La idea era que periodistas, escritores, cantantes, poetas, actores y artistas plásticos contaran su “día feliz” en el formato que cada uno eligiera. Muggeri los fue subiendo a una página web, conformando una suerte de enciclopedia de la cultura afectiva.

Por Silvina Friera
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Collage de Gabriela Cabezón Cámara sobre un día feliz en la plaza.

Una frase resonó en la mente del diseñador gráfico Fabián Muggeri como un mantra. “Por muchos días felices”, dice un personaje de Una dama perdida, la novela de Willa Cather, cada vez que alza la copa. Cuando terminaba 2009, bajo el eco de ese augurio que tomó prestado, armó una postal para difundir su site y saludar a sus clientes. Nada del otro mundo, un gesto simple, doméstico y rutinario. Pero la frase, como un moscardón empecinado, siguió rondando; estaba demasiado viva y presente como para dejarla escapar. Intuía que había un territorio fértil, un amasijo de sensaciones que podrían encontrar una forma. “Casi místicamente me dije: ‘Algo más tengo que hacer con esta idea-concepto’.” El muchacho “diseñó” una especie de enciclopedia de la cultura afectiva que circula on line. A los amigos, artistas, poetas, actores, periodistas, fotógrafos, escritores, cantantes, les pidió que contaran “su día feliz” en el formato que cada invitado eligiera –texto, foto, collage, canción, dibujo, video–- con el único requisito de publicarlos en una página web. En Muchos días felices (www.mu chosdiasfelices.com), los relatos de Marta Minujin, Diana Bellessi, Sandra Mihanovich, Rafael Spregelburd, Alejandro Ros, Diego Bianchi, Arturo Carrera, Irene Gruss, Daniel Molina y Gabriela Cabezón Camara, entre tantísimos otros, conforman un mapa alejado de toda pretensión más que la de hacer convivir miradas contemporáneas sobre la dicha.

La felicidad se volvió contagiosa por la propuesta de Muggeri. La meta final será la publicación de un libro. Hacer algo distinto en este mundo que consume y agota novedades es un privilegio que no se le concede a mucha gente. Una galería de dibujos, poemas, narraciones, fotos, canciones se despliega al entrar al sitio. Imposible no sucumbir ante la sencillez y la belleza –una dupla que no suele andar de la mano, lamentablemente– de los paisajes, los encuentros, la postal familiar o de la runfla de amigos. El hilo conductor de cada una de las subjetividades articula una gramática sui generis de la alegría. Poeta y pintora, Niní Bernardello nunca pensó que hablaría de la felicidad “de un día tan sólo, o de un instante suspendido en su fugacidad”. Arturo Carrera registra en el anónimo infantil “el zapatito me aprieta / las medias me dan calor...”, una noticia de la alegría. Muestra los dientes el actor, director y dramaturgo Alfredo Allende en la foto. Su dentadura parece que quisiera escapar del amplio marco de su boca. La sonrisa expansiva habla la lengua del goce. Su día feliz es un “baño de río” en el Tigre. “La primera vez que fui era un niño y me caí de un velero, un susto grande, la pasé mal –revela–. De adolescente me daba fiaca el tren y la lancha, los mosquitos, las crecidas. Ahora que soy adulto necesito agua y aire, por eso sueño cada día con escapar a alguna isla del Delta, ir a una casita con perfume a selva y a espiral para comer asados y bañarme una y otra vez en sus aguas barrosas en medio de la vegetación infinita.”

Un momento de dicha plena puede ser un happening. “Un día feliz no nace, se hace.” La consigna de Gabriela Cabezón Camara y su sobrina Lola fue dibujar un día feliz en una plaza. El resto de la familia –padre, abuelos y hasta una amiga– se sumó a la comitiva. El collage de dibujos ensamblados ilustra esta nota. Sandra Mihanovich canta una canción que ella tradujo, “Leonzinho”, de Caetano Veloso. Se la dedica a su ahijada, trasplantada de riñón, que tuvo un hijo, León, “algo así como un milagro para nosotros”, confiesa la cantante. El día feliz de Daniel Molina tiene un souvenir –una foto– y una fecha precisa: 1º de enero de 2006 en El Remanso, Río Sarmiento (Tigre). Lo acompañan un puñado de amigos: Matías Puzio, Marcelo Pombo, María Moreno, Elba Bairón y Andrea Rodríguez, y un perro de los que andan sueltos por la isla. “Es el final de la tarde. El sol se está poniendo y el tránsito por el río se aquieta. Alegría”, subtitula la escena. En la foto que registra los 50 años de matrimonio, Celia Espiño de Muggeri –la mamá de Fabián– tiene los ojos cerrados, como si una ráfaga de ternura la sorprendiera en medio de un sueño. Celia sostiene un enorme ramo de flores. La mano de su marido le roza el hombro derecho. Fabián está al lado de su padre. Sonríe.

Muggeri, el creador de este archivo virtual de la felicidad, tuvo una infancia y adolescencia “complicadas” con la diversión y el goce. “Alrededor de los 16, cuando empecé a divertirme un poco más y a disfrutar, los momentos felices cobraron más importancia”, repasa el diseñador gráfico. “Aprendí que la felicidad son sólo instantes, por lo que me pareció importante que esos días felices que se destacan de lo cotidiano, tengan un status más relevante, un lugar en donde poder guardarlos. Muchas veces hay momentos dolorosos o difíciles que, viéndolos a la distancia, se pueden transformar en felices.” No es un optimismo ramplón, ni una frase hecha. El ejemplo que ofrece arroja una luz irrefutable. “Poco tiempo antes de que muriera mi padre, pude descansar un rato junto a él en su cama. Esa escena triste, de despedida, hoy la recuerdo con felicidad por haber podido vivirla.” El archivo cuenta con 250 días felices. Al principio, cuando lanzó la página, había 70. El bichito de la curiosidad picó fuerte. Más de siete mil personas anduvieron husmeando la dicha ajena en menos de un mes. “Superó mis expectativas para tan poco tiempo on line”, admite Muggeri. “Lo que más me sorprendió gratamente fue el compromiso de cada uno de los convocados con el proyecto. Ninguno de los invitados ‘famosos’ me envió un día feliz previsible; todos ahondaron en su memoria para sorprenderme. El resultado que se fue dando hace de lo más placentera la visita al sitio. Ahora que tiene un volumen interesante, lo veo como un archivo sólido e intenso. Creo que la idea de que emita buena vibra cada vez que lo visitás, te toque el día que te toque, sucede.”

En la alegría de los otros se pueden rastrear los pliegues de situaciones que nos interpelan. El testigo no sale indemne de esa mañana de septiembre, de esa danza entre una madre y su hija. “Este es un recuerdo suntuoso: tendría dos años, o tres, es una mañana de septiembre y brilla el sol sobre las cosas”, evoca Diana Bellessi. “Mi mamá me despierta y me lleva en brazos a los fondos de la casa; siento su olor, su calidez; allí me dice dulcemente: ‘Voy a mostrarte qué es la primavera’. Me señala las flores de paraíso y me hace sentir su perfume, la calidez del sol y la frescura de la sombra, y bailamos apretadas una en otra bajo el cielo de la primavera. Fui feliz, el momento más feliz de mi vida, y en el ritmo y el silencio del amor de mi madre se selló mi destino de poeta, canté en mi corazón.” Otro texto conmovedor es el de Olga Viglieca y su viaje a la casa azul de la infancia. “No voy a tocar el timbre, no voy a hablar con los sobrevivientes. El paraíso fue lo único que abracé cuando dejé Rosario, fusionando a los vivos con los muertos para poder huir. Treinta años después, su perfume me abraza y me orienta a la salida.” Cuesta salir de ese día feliz, “de las telarañas que teje el yuyal”, de la memoria de Viglieca que nos sumerge en el “brutal olor de la infancia”.

El día más feliz de Marta Minujin fue una noche de 1983 cuando vio por primera vez el Partenón de libros –obra en la que utilizó unos 20 mil libros censurados durante la dictadura– iluminado en la Avenida 9 de Julio. Volver a jugar al rugby “después de una operación de cabeza”. Ese fue el instante de mayor dicha que eligió Martín Mezza. “Este obstáculo que se me presentó en la vida me enseñó que no existe nada que sea imposible lograr, no existen barreras, es como pensarlo en un partido, se me presentó el rival y lo tuve que derribar.” Un día feliz a orillas del río Uruguay. Irene Gruss despliega una imagen del río y un poema: “Como ese hilo tendido / desde la rama hasta la hoja, / que no es de araña ni seda, / de agua parece, / un cordel imperfecto, / seguro hasta combarse, / así la tranquilidad”. Los momentos felices asociados a la infancia o adolescencia no son el “paraíso perdido”. Una estela de la alegría que rezuman los relatos, se prolonga en el horizonte del presente. “Quienes pueden escribir buena poesía nunca pierden el paraíso, ya que tienen la capacidad de poder transformar con la palabra el instante”, plantea Muggeri.

Esta fábrica en construcción tiene las puertas abiertas de par en par. Quienes se salgan de la vaina por enviar su día feliz podrán hacerlo a [email protected]. “Todos serán subidos, siempre y cuando no sean ofensivos o discriminatorios; y tengan la calidad suficiente”, advierte Muggeri. Del último aluvión de días felices recibidos, el diseñador gráfico percibe las costuras gruesas de un entusiasmo sin macerar. “No se trata de correr a la computadora o mandar lo que tengo a mano. Lo primero que nos viene a la mente cuando reflexionamos sobre la felicidad es nuestro hijito, nuestra pareja o nuestra mascota. La idea es que la gente que se sienta impulsada a mandar su día feliz, se tome unos días y piense en esa foto, ese texto o ese video que va a enviar.”

¿Será este archivo de la felicidad un conjuro para eclipsar la tristeza, que “cotiza” mejor en el arte? ¿Es la contracara de Dolor exquisito, de la artista plástica francesa Sophie Calle, textos y fotos con eje en el desengaño amoroso y los momentos que se sufrió con mayor intensidad? “Puede ser”, responde Muggeri. “La verdad es que nunca pensé en cómo ‘cotizaría’ este proyecto en ningún ámbito; fue unas de las primeras veces que no pensé tanto en el día después. Sophie Calle seguramente piensa mucho en todo eso y así le va. Es una de las artistas que más admiro y todo lo que produce lo veo con atención. Pero de improvisada no tiene nada.”

Pedirle a Muggeri que arme un ranking de los días felices que más le gustan es ponerlo en una situación incómoda. “Soy seguidor de Sandra Mihanovich, y que ella haya enviado el hermoso video que mandó me llenó de orgullo y emoción; fue una sorpresa enorme”, reconoce. “El texto de Olga Viglieca logra emocionarme cada vez que lo leo; los poetas que convoqué son los que me dan placer y admiro; el de mi vieja, que mandó la foto de sus 50 años de casada, me pareció muy tierno... En fin, todos son para mí especiales y en su conjunto son mi día feliz.” El diseñador gráfico confiesa su anhelo. “Algún día, si consigo quién lo edite, Muchos días felices se transformará en un libro para que, a modo del I Ching, uno pueda consultarlo día a día y siempre se encuentre con un día feliz.”

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