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Miércoles, 2 de noviembre de 2011
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Comienza hoy la 7ª Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires

Testimonios de una pasión color sepia

Hasta el próximo domingo, coleccionistas, bibliotecarios, lectores y libreros podrán disfrutar de este clásico de la primavera porteña, con entrada libre y gratuita. Habrá 25 expositores, muchas rarezas y un espíritu que se enriquece con el paso del tiempo.

Por Silvina Friera
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Víctor Aizenman, Alberto Casares, Dirán Sirinian y Lucio Aquilanti, auténticos bibliófilos.

El fuego sagrado de una pasión. Ellos pierden la cabeza por un amor –o varios– de tonos y matices sepias, apilados en hileras convergentes o divergentes, según se mire. Lo frágil y deshecho puede ser bello y provocar emoción estética. Locuras lindas de un oficio, vocación o pulsión “romántica”, donde reliquias y souvenires, como las tres hojas del manuscrito inédito sobre la Guerra Civil Española del poeta Pablo Neruda, son presencias tangibles rescatadas de los andenes del pasado. El muestrario de la cultura afectiva del bibliófilo es parte de su médula sentimental. Tres elegantes caballeros, Alberto Casares, Dirán Sirinian y Víctor Aizenman –además del joven anticuario que llegó sólo para la foto, Lucio Aquilanti– despliegan el escenario para el periplo de los deseos en danza, a horas de la inauguración de la 7ª Feria del Libro Antiguo de Buenos Aires, que comienza hoy a las 18.30 en el salón Alfredo Bravo del Ministerio de Educación de la Nación. Este clásico de la primavera porteña con entrada libre y gratuita, organizado por la Alada (Asociación de Libreros Anticuarios de la Argentina), se ha convertido en una feliz costumbre para coleccionistas, bibliotecarios, lectores y libreros. Y ahora se suman, para regocijo de muchos, tres encuadernadores (ver aparte).

Sirinian, de Poema 20, cita la frase de un ancestro lejano, el escritor, bibliófilo y bibliotecario francés Charles Nodier: “Después del placer de poseer libros, poca cosa hay más dulce que hablar de ellos”. La pasión por los libros se remonta a la infancia del librero. Su madre –gran lectora– encendió la llama de la lectura. “Cuando me quise dar cuenta, descubrí que además llevaba en mí el ‘gen’ del coleccionismo; secuencia genética misteriosa e imposible de decodificar: juntaba estampillas, fotografías, mapas, postales, libros, exvotos, cajas de fósforos, artesanías –enumera el librero–. Un cliente definió esta pasión como una suerte de ‘fuego sagrado’. Buscar, hurgar, recorrer, dar a conocer el interés general y específico de uno para que lo recuerden, vincularse con otros coleccionistas para canjear, investigar bibliografías desconocidas detrás de autores que uno va conociendo, procurar mejorar el ejemplar que ya posee, limpiar y restaurar lo que se va consiguiendo, atender con cariño y delicadeza las sobrecubiertas de los ejemplares –en muchos casos las recubro con papel protector–, producir cajas para ‘encunar’ ejemplares frágiles, son algunas de las manifestaciones infatigables que sustentan este ‘fuego sagrado’.”

Sirinian cree que muchos libreros anticuarios han internalizado ese “fuego sagrado” y lo manifiestan cotidianamente. Lo podrán comprobar quienes recorran los stands de los 25 expositores: Aquilanti Libros Antiguos & Modernos, Helena de Buenos Aires, Lord Byron, Cueva Libros, Los Siete Pilares y El Vellocino de Oro, entre otros. “Para mí el libro antiguo per se es aquel publicado en el siglo XVIII o antes –aclara el dueño de Poema 20–. Existe un universo muy vasto de producción de libros en los dos siglos subsiguientes del cual nos nutrimos y que bien debe tenerse en cuenta.” Entre los libros más destacados que se podrán encontrar en esta edición, los propiamente antiguos, puede mencionarse, por ejemplo, La cosmographia (...) El sitio y descripción de las Indias y Mundo Nuevo (Amberes, 1575, la segunda edición en castellano); y El monstruo de Buenos Aires, grabado de 15.5 por 19 centímetros, perteneciente a las obras de Louis Feuillée, uno de los grabados más exóticos de nuestra iconografía temprana. Un “caso fronterizo” –de acuerdo con la laxitud con la que se contemple el siglo XVIII– es la nota manuscrita de José de San Martín, dirigida al Teniente Gobernador de San Juan (José Ignacio de la Rosa), fechada en Mendoza el 23 de febrero de 1816, revelador testimonio sobre el afán de San Martín como temprano promotor de la minería. Más cerca en la línea del tiempo están los cuentos de El criador de gorilas, de Roberto Arlt, la primera edición de 1941, y el manuscrito original de “Emma Zunz” (1948), de Jorge Luis Borges.

“Como todo coleccionismo, la bibliofilia es una perversión. ¡Pero a no asustarse!”, proclama Víctor Aizenman, de la librería homónima. “La pasión histórica puede encubrir o justificar la perversión, pero detrás del interés histórico lo que hay es un gesto gratuito –puramente placentero–, capaz de celebrar y fetichizar objetos que fueron creados con una finalidad utilitaria, pero que, agotada su funcionalidad, resurgen en toda su pura belleza –explica Aizenman–. En ese sentido, la bibliofilia es transgresora, porque se opone a considerar al libro como un mero instrumento de transmisión de sentidos para rescatar su verdadera condición de objeto, en el que confluyen de manera inseparable –casi diría que operística– texto, imagen, soporte, tratamiento del espacio y de la letra y la encuadernación. La bibliofilia también es transgresora en la medida en que, frente al carácter sustancialmente multiplicador de la imprenta, persigue paradójicamente lo único, lo irrepetible: el manuscrito del autor, el ejemplar anotado, la dedicatoria impar, el dibujo original del ilustrador, la errata deslizada en una primera versión luego enmendada, todo aquello que contradice la uniformidad propia de los procesos industriales de la modernidad. Y finalmente, en la bibliofilia, y en uno como librero anticuario, hay un deseo primordial: la idea y la búsqueda de un origen, el acceso al nacimiento mismo de aquello que se ama y que el término incunable –lo que pertenece a la cuna– sintetiza de un modo definitivo.”

Casares, presidente de Alada, plantea que la belleza puede aparecer en cualquier libro de cualquier época. “Yo defino la belleza como algo que me produce emoción estética. Me acaban de ofrecer un libro inglés de cuentos para niños de fines del siglo XIX con ilustraciones de Gustave Doré. Está deshecho, le faltan páginas, manchado y con las hojas sueltas. Tiene sólo 8 de 24 ilustraciones originales. Frente a la portada con letra fina y antigua está la dedicatoria de la abuela a su nieta. La abuela, inglesa, radicada en Buenos Aires y fundadora de una gran familia argentina. El libro ha perdido su valor bibliográfico y de colección. Es comercialmente nulo, pero me enamoró en el acto; tiene algo indefinible que lo convierte en una belleza que merece mi atención”, revela Casares.

¿Cómo concilian estos distinguidos bibliófilos el arte de la preservación con la venta? ¿Hay algún libro –pregunta Página/12– que no podrían vender? “No vendería aquellos libros que colecciono –generalmente están en mi casa– y que no sé si podría reponer”, admite Sirinian. Casares coincide en que el tema de la venta de piezas es un asunto complicado. “En mi caso, trato de autoconvencerme de que además de bibliófilo soy comerciante y vivo de este trabajo –responde–. Luego queda el consuelo de saber a quién se lo vendés. Uno trata de elegir el candidato y no siempre lo vende al mejor precio posible sino al mejor cliente posible. Suena a falso, pero el dinero pasa a ser una excusa para justificar la transferencia.” Aizenman apela a la “teoría” del médium. “El librero, como tal, actúa en nombre del deseo de los otros. Su realización estriba en crear objetos deseables, cuyo goce último será siempre ajeno. Muchos libreros, naturalmente, tenemos nuestras colecciones privadas; pero los dos campos deben estar perfectamente delimitados y nunca confundirse. No hay nada invendible, salvo lo que el librero, ya como coleccionista, quiera reservar para sí.”

Conseguir lo auténticamente rarísimo despierta el flechazo amoroso. Sirinian resume la trama de la conquista del objeto deseado: “Ficharlo, ponerlo en valor, darle alas y dejarlo volar a manos de su próximo propietario”. Vuela una carta de Sarmiento a Francisco Borges, el abuelo del escritor. Vuela una nota de Belgrano desde Jujuy al gobernador de Córdoba, en la que le pide que le envíen pólvora, ponchos y zapatos. Vuela la segunda edición (1851) de Vida de Facundo Quiroga, de Sarmiento, en el bicentenario de su nacimiento. Un conciliábulo de cazadores abre los brazos con los ojos abiertos de la vigilia.

* La 7ª Feria del Libro Antiguo se puede visitar hasta el próximo domingo, de 14 a 22, en Montevideo 950.

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