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Lunes, 26 de diciembre de 2011
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Mempo Giardinelli habla de sus Cartas a Cristina, ahora editadas en formato de libro

“Yo quería que Cristina escuchara otra campana”

El escritor chaqueño se propone, en su nuevo libro, llegar a la Presidenta a través de reflexiones que eluden la complacencia y la voluntad condenatoria. Destaca los logros de la gestión kirchnerista y da cuenta de las asignaturas pendientes.

Por Silvina Friera
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Mempo le pide a Cristina poner más énfasis en la política ambiental y plantea la necesidad de cambios en el Indec.

Un simpatizante crítico de la gestión que encabeza la actual Presidenta. Así se presenta Mempo Giardinelli en el prólogo de Cartas a Cristina. Apuntes sobre la Argentina que viene (Ediciones B). Las misivas coyunturales que integran este ensayo político “heterodoxo” intentan pensar “sin prejuicios” y desde una perspectiva “respetuosa” las características del turno histórico que encabeza Cristina Fernández. Apoyar el “trazo grueso” del rumbo del Gobierno –los avances notables en materias como derechos humanos, educación y economía– no implica neutralizar los aspectos del “trazo fino” que el escritor y periodista cuestiona. El país es más inclusivo y más justo –pondera–, aunque todavía no se haya alcanzado la justicia social anhelada. Pero Mempo tiene objeciones “muy serias” en rubros como la transparencia –“no hay un solo corrupto preso”–, las políticas ambientales y las alianzas políticas con ciertos gobernadores, “que no podrían sortear ningún examen de ética”, como Gildo Insfrán (Formosa) y Carlos Soria (Río Negro). “Quien espere un libro de denuncias; o uno de chismes de alcoba; o de aplaudidores sin Norte; o de oposición y resentimiento, mejor puede abandonar este volumen. Ya hay suficiente de eso, en mi opinión”, advierte el autor en las primeras páginas. El estilo de estos textos, de estas reflexiones que distan de ser complacientes y condenatorias, es similar a algunas de las cartas que el escritor publicó en Página/12.

El objetivo de estos textos escritos al calor de los acontecimientos que analizaba, algunos recuperados o citados parcialmente en Cartas a Cristina, era y es llegar a la Presidenta. “Desde un plano absolutamente horizontal e insignificante, yo quería lograr que ella escuchara una campana diferente. Si era cierto, como siempre se ha dicho, que ‘los Kirchner no son gente de escuchar opiniones’, pensé que escribirle cartas podía ser un modo de abordaje –confiesa el escritor–. Quería que ella entendiera, y aceptara, que mis cartas no buscaban nada en particular. Que en un país en el que cuando la gente se acerca al poder es para pedir algo, yo no pedía; en todo caso ofrecía: ideas chiquitas, nada del otro mundo, pero llenas de puro sentimiento nacional, popular, lo que mi papá hubiera llamado con grandilocuencia ‘sentido patriótico’.” Desde Resistencia, donde reside, Mempo sopesa cada una de sus argumentaciones como si las desplegara sobre la palma de su mano. “El libro intenta hacer aportes, pero también cuestiona –subraya–. Creo que no vienen mal los aportes, ¿no? Yo no soy nadie para decir lo que tienen que hacer. Pero como intelectual, mi función es tratar de ofrecer ideas a la Presidenta y al gobierno, que ojalá puedan ser tomadas en cuenta.”

–Una de las objeciones que usted le hace al kirchnerismo es no haber convocado al diálogo a la oposición, aunque aclara que la oposición ha sido “una masa amorfa de gritones y exasperados que acusan sin cesar pero a los que no se les cae una idea de gestión con sentido social ni de casualidad”. ¿Para dialogar se necesita un horizonte de mínimo acuerdo en común?

–Lo que planteo en el libro es que el kirchnerismo no ha sabido dialogar. El arte de gobernar exige dialogar, aunque el otro no quiera. Tenés que dialogar, aunque el otro te bastardee y te joda, como ha jodido la oposición en la Argentina, cosa que es palmaria y evidente. Yo no digo que no haya habido vocación de diálogo. Sé que hubo algunas convocatorias, una que hizo Néstor aunque no le dieron bola. Néstor era más dialoguista, en cambio Cristina dialoga menos. No parece que el diálogo con los diferentes o los contrarios sea una de sus características, y creo que es una pena. Yo le sugiero a Cristina que trate de buscar ese diálogo. El ejemplo que me viene en mente es Perón. El Pocho hablaba con todos y terminó después de muchos años amigo de (Ricardo) Balbín. Hay una especie de inflexibilidad no en la vocación que pueda tener Cristina, sino en el hecho de dialogar. A la Argentina de estos últimos años le ha faltado diálogo. Y cuando en un país falta el diálogo el responsable no es la oposición, que anda a los gritos. El responsable es el que está en el poder, que tiene que encontrarle la vuelta al problema.

–En cuanto a encontrar la salida de ciertos problemas, usted destaca lo que ha significado la Asignación Universal por Hijo (AUH), pero también propone un plan de Miseria Cero, algo más que deseable pero casi imposible.

–Nadie hizo tanto para combatir la pobreza como este gobierno. De eso no hay ninguna duda; la inclusión masiva, cuantitativa e incluso cualitativa que ha hecho el kirchnerismo en estos años ha sido fenomenal. Esto es indiscutible; el que lo niega es un ciego. La miseria cero es casi un imposible. Si se leen los trabajos de Bernardo Kliksberg, los del plan Fénix, de Abraham Gak y todo su equipo, uno se da cuenta de que es el objetivo de máxima pero es prácticamente inalcanzable en un país con las complejidades argentinas; de hecho nunca tuvimos miseria cero. También es cierto que la deuda de inclusión era tan grande que hay que valorar el esfuerzo que se ha hecho. El kirchnerismo ha hecho muchísimo, pero falta más todavía. Hay dos áreas en la vida política de un país en que la labor nunca estará cumplida. Una es la inclusión social. Nunca se va a terminar, siempre habrá un nuevo sector que estará más atrasado, más abandonado. Lo que trato de proponerle a la Presidenta es que tenga en cuenta esto. Ojalá que nunca sienta que la tarea está cumplida. La otra área es la educación. Los críticos liberales que ahora salen a decir que falta calidad educativa no pueden comprender que la educación es un continuo. A cada solución sobreviene no un nuevo problema, sino una nueva forma de reclamo social, porque educar a una sociedad requiere desde cuestiones edilicias hasta capacitación de los maestros y renovación de los planes de estudios. A la vez también se necesita una conducción política que tiene que ser muy activa. En realidad, este libro sería la conversación que hubiera querido tener con la Presidenta cara a cara. Al poder no hay que tenerle miedo. Ante el poder, hay que tener la lealtad y la sinceridad de decirle la verdad de lo que uno piensa. El poder suele equivocarse –no sólo acá sino en todo el mundo– y cree que si todos dicen “sí”, entonces el rumbo es el correcto. Y no siempre es así.

En el último libro de Mempo se despliega una pasión infinita por debatir y ensanchar el horizonte de logros del kirchnerismo. “Ponga en marcha un Plan de Miseria Cero, Presidenta. Lance un programa bien peronista, que realmente garantice que ‘los únicos privilegiados son los niños’. Porque por lo menos hay que mandarlos a la escuela, y la AUH, con todo lo bueno que ha traído, no termina de resolver esa cuestión. Y sí, es obvio, ya sé que su gobierno ha producido un acto revolucionario como la AUH –se ataja el escritor, como si imaginara automáticamente, mientras escribe, la réplica de Cristina–. Qué duda cabe. Pero no hablo de eso, de lo hecho. Hablo de lo que falta hacer, que no es poco.” Otra propuesta que sugiere el escritor es crear un Banco de los Pobres. “Imagine, Presidenta, un sistema de modestas cajas bancarias autogestionadas por las comunidades. Como cooperativas de préstamo, autogestionadas. Y a las que el Estado provee de pequeños montos iniciales, debidamente controlados por la AFIP, o el Correo o la escuela en los parajes más remotos.”

–Uno de los aspectos sobre los que reflexiona es acerca del descrédito del Indec. ¿Por qué no se ha podido recuperar la credibilidad en este organismo?

–El Indec no es un instrumento para las inversiones, como creen los liberales, es un organismo para la investigación, para el análisis; un organismo que todo país tiene como una manera de ir llevando sus censos interiores. El problema no es que tenga razón la oposición que cacarea y se enoja con el señor Moreno o cosas por el estilo. Eso es pecata minuta. Argentina necesita un gran organismo de estadística y censo dada la complejidad del país y del mundo moderno, y dados los extraordinarios avances que son visibles. Todos vemos el crecimiento de nuestro país, pero este crecimiento no puede estar medido por un organismo cuestionado. Si hay un logro que la oposición ha tenido es el de convencer a toda la sociedad de que el Indec no sirve. La labor del Gobierno es cambiar al Indec; creo que hay que organizar un nuevo sistema que sea irreprochable en sus mediciones.

–¿Y de qué modo se podría organizar este nuevo sistema?

–Yo llamaría a menos economistas y a más técnicos del Ministerio de Ciencia y Tecnología. Aunque no soy un experto en la materia, sacaría al Indec del único rumbo que parece tener, que es tratar de convencer a los economistas que no quieren ser convencidos del porcentaje de inflación. Todo el Indec parece discutir si es cierto que la cifra de inflación es del 7 por ciento anual, lo cual nadie cree. O si es del 25 o 30 por ciento, como postulan los economistas privados, a quienes tampoco les creo. Yo no sé cuánto es la inflación en el país. Nadie lo sabe y es importante saberlo. Y para saber cuánto es la inflación se necesita un organismo que no te diga maniáticamente todos los meses que la inflación es del 0,7, ni tampoco estar sometidos al coro de privados que dicen que es del 3, 4 o 5 por ciento. La Presidenta tiene que hacer algo con el Indec; no se puede seguir emperrados en lo que está. Son cuestiones del sentido común de alguien que está apoyando.

–Un apoyo que puede sonar para algunos oídos kirchneristas un tanto crítico...

–Toda línea política siempre necesita un sector crítico. No pretendo ser el inventor del kirchnerismo crítico, pero creo que hacen falta críticas. Algunos documentos de Carta Abierta han sido más cuestionadores y eso es saludable. Todo movimiento necesita una mirada crítica, porque si la mayoría que apoya se va a dedicar simplemente a aplaudir por lo bien que está todo, no le va a servir ni a la Presidenta ni al país.

–El talón de Aquiles del “modelo kirchnerista”, según lo plantea en su libro, es la gestión en torno del medio ambiente. Ante un gobierno que ha tenido muchos aciertos en frentes problemáticos, ¿a qué atribuye esta debilidad?

–No hay una política coherente en materia de medio ambiente. La política ambiental del kirchnerismo, en general, no ha sido su mejor característica, más allá de que pueda haber tenido aciertos, como fue el manejo del conflicto con Botnia y el apoyo al Parque Nacional La Fidelidad. En Página/12 debo haber escrito por lo menos media docena de artículos cuestionando la minería a cielo abierto. Y hasta cuestiono el llamado Rally París-Dakar, que será un gran negocio para algunos pero en términos ambientales es un horror. La conciencia ambiental del kirchnerismo no es muy saludable.

–Al final del libro desliza que tal vez un error que el Gobierno pague caro sea la equivocación en las candidaturas y en la relación con la CGT porque “casi no hay legisladores obreros”. ¿Qué reflexión le suscita las recientes tensiones entre la Presidenta y Hugo Moyano?

–La relación con Moyano es dificilísima... La puedo comprender a la Presidenta y si estuviera a su lado habría que pensar de qué manera se puede contener a Moyano y a todo el movimiento obrero, que sigue creyendo que es la columna vertebral de la patria. Y ya no lo es; el mundo ha cambiado y parece que no lo ven. Se necesita mucha muñeca política, serenidad, diálogo y hacer también concesiones. Me parece que el Gobierno se ha manejado muy bien en la respuesta: se mantuvo cauto y no lo convirtió a Moyano en el enemigo. Las relaciones, aunque difíciles, no están rotas. Enhorabuena.

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