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Miércoles, 22 de febrero de 2012
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Publican una selección del Kanginshu, una gema de la literatura japonesa

Voces de una cultura milenaria

Hasta ahora inédita en español, la recopilación se editacon el título de Los cantos en el pequeño paraíso. Son textos que dan cuenta de alegrías y tristezas de las clases populares japonesas en un período de transición entre la Edad Media y la Moderna.

Por Silvina Friera
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Kodama, autora del prólogo, dice que los cantos reflejan “la voluntad firme de sonreír y hallar placer”.

Susurro/nuestro mundo todo es/
susurro/
como la caída de granizo/
susurro/
sobre la hoja de bambú.

El misterio de los siglos esculpe un lenguaje análogo al secreto, un código escrito con tinta incandescente. Un torbellino de sensualidad, de añejos dolores amorosos y desamparos de las clases populares japonesas, se almacena en torno de las cuatro estaciones del año. He aquí –para siempre– un ermitaño. En una noche de otoño de 1518 –el octavo mes del decimoquinto año de Eisho–, en una cabaña donde se divisa el monte Fuji, un solitario canta canciones para “dar aliento a mi alma”. Ha vivido unos diez años contemplando cómo se acumula la nieve, cada invierno, en su ventana. Anota “los festines de cantos”, uno por uno, tal como los va evocando en su pequeño cuaderno de memorias. El porvenir no es nada más que mirar hacia atrás. “Así cantando/ pude desechar/ todas las cavilaciones/ de este mundo flotante”, anuncia el ermitaño, en el prólogo en el que recopila el Kanginshu, una joya de la literatura japonesa hasta ahora inédita en español, que se publica con el título de Los cantos en el pequeño paraíso (Emecé), traducida por Masateru Ito con prólogo de María Kodama.

“Todos los poemas se cantan de un tirón, a un ritmo poderoso de mucha fuerza, expresan la exaltación emocional por una repetición sencilla y dan la sensación de que estamos escuchando sus voces en vivo”, subraya Ito en la introducción. “Se cantan aquí las alabanzas del sexo o el retorcimiento por los placeres sensuales, algo apremiante y angustioso, más allá de un simple sentimiento de amor o de lo que se define como ‘hedonismo’.” Ito plantea que parecen “erupciones de las aguas subterráneas de la tradición del pueblo que salieron por la grieta del período de transición entre la Edad Media y la Moderna”, y agrega que puede afirmarse que “la clase popular emergía a la superficie de la historia”. En el canto 18 de la primavera, por ejemplo, se lee: “En nuestra capital resplandeciente/ donde las calles son / como hilos entrelazados, / si no conoces el camino/ sólo preguntas/ y nunca te perderás/ mas, ¿por qué con el amor/ aun cuando/ conocemos el camino/ siempre,/ siempre nos perdemos?”. Si esas voces resuenan en un elástico “nosotros” –tan amplio como lectores se sumarán a la dicha que suministran estos cantos–, si esas voces ahora están dentro de nosotros después de haber esperado tanto tiempo para hacerse oír, se podría pregonar que todos los caminos conducen al Kanginshu. La frase kangin deriva de una expresión poética china que significa “cantos de ocio” o “cantar de una manera tranquila, ociosa”.

Como corresponde a toda obra antigua y anónima, el enigma de la “autoría” extiende su reino de indescifrable oscuridad, como sombras incrustadas en el tiempo. La única certeza es que fue un ermitaño quien recopiló los cantos. Se cree que era el poeta de la renga –canción encadenada– Saiokuken Socho (1448-1532). Ito añade que además sería un monje budista intelectual que estaba versado en literatura china, así como también en waka, poesía tradicional japonesa. En cuanto a la frágil envoltura de las apariencias, sorprende que un ermitaño llevara una vida tan activa cuando revela que trae a la memoria “los festines de cantos en la ciudad, en el campo y otros parajes lejanos, allí debajo de las flores o ante la luna con compañeros jóvenes y ancianos, muchos de ellos ya difuntos”. Ito conjetura que en el fondo de una afectación aparentemente negativa de la vida como ermitaño a finales de la Edad Media, “tomaba en realidad la posición de libertino para fugarse del sistema feudal de clases sociales con el propósito de vivir una vida libre”.

La arquitectura del Kanginshu, que abarca 311 cantos, es deliciosamente ecléctica; consta de una variedad de géneros de cantos como el kouta, o “cantos cortos”, cantos de varias fuentes del Noh, cantos basados en poemas de estilo chino, cantos folklóricos, cantos con fuentes de waka. Algo similar, por la diversidad de registros, ocurre con los autores. Son de todas las clases sociales: aristócratas, monjes, guerreros (samurais), habitantes urbanos. Sin embargo, conviene aclarar que no sería correcto entender estos poemas como obras representativas de sus respectivas clases sociales. “El kouta tenía una popularidad tal que se practicaba de una manera fluida entre la clase aristocrática y la clase plebeya”, explica Ito. En esa época en transición, el traductor rastrea que se canta con un “realismo crudo” por la inyección de la energía de la clase plebeya. El resultado es una postura que manifiesta, en algunos poemas, una repulsión contra la realidad –contra las mentiras y los engaños– y una especie de resistencia, aunque sea de carácter pasivo: “El caballero parecía tan gallardo, / con una aljaba llena de flores/ a su espalda,/ mas ahora veo/ la aljaba fue/ una piel de mentiras”. Los versos agrupados en “El mundo flotante” también ilustran este tópico: “Nuestro mundo/ pasa ¡zas!/ en volandas/ ¡zas!/ ¿qué remedio hay?/ no hay otro remedio/ este mundo no es/ sino una hoja/ soplada por el viento/ encima de las olas”.

Kodama observa que hay una tensión entre la aceptación de lo evanescente de la vida y el enojo contra esa brevedad, que deja como saldo “la voluntad firme de sonreír y hallar placer en el aquí y ahora”. Una prueba significativa, de las tantas que abundan en el Kanginshu, se despliega en “El amor sensual”, que pertenece al verano: “¿Quién eres/ (¡hombre travieso!)/ el que me abraza tan fuerte/ y me muerde, / a una mujer casada?/ aunque sea un retozo,/ estoy en plena floración/ a diecisiete años de edad/ estoy en plena floración/ a diecisiete años de edad/ muérdeme suavecito / si tus dientes me dejan huellas,/ se enterará él”.

Una lúcida y desencantada lectura formula Ito cuando reflexiona sobre uno de los poemas que están casi al final de la primavera: “Es penoso/ ver a un hombre/ serio y solemne/ este mundo es/ un sueño dentro de/ un sueño dentro de/ un sueño/ y lleva una cara/ tan juiciosa/ ¿de qué sirve/ ponerte tan serio?/ Nuestra vida/ es un sueño/ ¿por qué/ no te vuelves loco?”. A través de estos kouta, según Ito, se puede explorar el nacimiento de la conciencia de una clase popular que hubiera podido proponer una nueva visión del mundo que rechazara y resistiera la realidad establecida. “La conciencia de la ‘mentira’ no se ha extendido de una manera perspicaz a la realidad de la sociedad, sino que se ha dirigido a la intimidad individual de la vida amorosa. La demanda de liberación humana no logró, en fin, más que la liberación sensual a nivel individual bajo la forma de la ‘locura’”, postula Ito. “La literatura, como Borges decía, perdurará, como alma y catalizador de lo que tiene de más rico el hombre: la inteligencia y la sensibilidad puestas al servicio de dar a todos la posibilidad de ser libres a través de la palabra y la imaginación”, concluye Kodama en el prólogo.

Voces vivas de la alegría y la tristeza de la clase popular japonesa se erigen como balbuceos del mañana. De cantos como los del Kanginshu está hecho nuestro pequeño paraíso terrestre.

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