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Jueves, 31 de enero de 2013
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RONDA DE DEBATES Y LECTURAS EN CASA DE LAS AMERICAS

Contra el discurso hegemónico

En una de las mesas organizadas en el marco del concurso literario –cuyos ganadores se conocerán hoy– se destacaron el argentino Juan Carlos Volnovich y la uruguaya Edda Fabbri. El escritor y psicoanalista abogó por la “resistencia al desmantelamiento simbólico”.

Por Silvina Friera
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El multiculturalismo es el “nuevo ropaje que adopta el racismo”, dijo Volnovich.

Desde La Habana

“Fabular un país, testimoniar una literatura” es una invitación a resistir el arrasamiento subjetivo, un modo de escribir para escapar y lanzar al mismo tiempo mensajes al mar. La ronda de debates y lecturas continúa en la 54 edición del Premio Literario Casa de las Américas, cuyos ganadores se anunciarán hoy. Juan Carlos Volnovich (Argentina), Edda Fabbri (Uruguay), Félix Julio Alfonso (Cuba) y los brasileños Marcelino Freire, Carola Saavedra y Suzana Vargas se encargaron de encender un par de chispas tan necesarias como ineludibles. El escritor y psicoanalista ofreció una clase magistral. “La reconversión monetarista de la economía ha llevado al sistema capitalista mundial al borde del abismo al tiempo que las nuevas tecnologías de la información y de las comunicaciones tienden a imponer el concepto de cibercultura. Nuestra enfermedad actual reclama un remedio y la receta que se nos ofrece es la del multiculturalismo con su fórmula magistral: el respeto de las diferencias, la tolerancia, el reinado de una diversidad libre de conflictos.”

Volnovich aseguró que aunque no haya cesado el modelo clásico de la colonización, hay un nuevo esquema en el que las empresas multinacionales, con los residuos del poder de los Estados, explotan por igual a la población global. “Se da la paradoja de una colonización donde sólo hay colonias sin países colonizadores; se impone la evidencia de un poder colonizador que no proviene sólo del Estado-Nación, sino que surge directamente de las empresas globales”, advirtió. Luego de la caída del Muro de Berlín, las concepciones marxistas acerca de la lucha de clases quedaron cuestionadas para que triunfara la subjetividad imaginaria característica del capitalismo. “El multiculturalismo tiene escasas posibilidades de reemplazar la categoría ‘lucha de clases’ porque aún no ha sido posible eludir la evidencia marxista de que hay algo en la realidad del capitalismo que no cierra; algo que pone en evidencia una falla en el sistema de equivalencias universales; algo que se ha dado en llamar plusvalía... La misma plusvalía que Lacan asimila al plus de goce cuando sostiene la teoría psicoanalítica del síntoma”, comparó el escritor y médico argentino, que estuvo exiliado en La Habana durante la última dictadura cívico-militar.

El cuadro trazado conduce a pensar que el multiculturalismo ha devenido ideología perfecta de la globalización. El multiculturalismo es el “nuevo ropaje que adopta el racismo”, gatilló un Volnovich esmeradísimo en demoler un puñado de correcciones políticas. “El reemplazo de la lucha de clases por el multiculturalismo es la operación para mantener la ilusión de un sistema que, de haber funcionado bien, hubiera evitado las catástrofes que protagonizamos. Así como Marx sostenía que todo sistema lleva en su seno las fuerzas que le son antagónicas, el capitalismo triunfa cada vez que logra reforzar la idea de que lleva en su seno las fuerzas que se encargarán de salvarlo”, planteó el autor de Claves de infancia.

“Más bien parecería que los nuevos tipos de dominación remiten a una ‘tiranía sin tirano’, donde triunfa el levantamiento de las prohibiciones para dar paso a la pura impetuosidad de los apetitos. El capitalismo descubrió una manera barata y eficaz de asegurar su expansión. Ya no sólo intenta controlar, someter, sujetar, reprimir, amenazar a los ciudadanos para que obedezcan a las instituciones dominantes. Ahora, simplemente destruye, disuelve las instituciones de modo tal que las nuevas generaciones, las muchachas y los muchachos, por ejemplo, quedan sueltos, caen blandos, precarios, móviles, livianos, bien dispuestos para ser arrastrados por la catarata del mercado; listos para circular a toda prisa, para ser consumidos a toda prisa y para ser descartados de prisa. Paradójicamente la cultura actual, la ‘cultura represora’ produce sujetos flotantes, libres de toda atadura simbólica”, fundamentó Volnovich y estimó que si no hay Otro en la cultura actual el desafío para el psicoanálisis reside en “la posibilidad de sostener un espacio de resistencia al desmantelamiento simbólico”.

La dulzura de Edda Fabbri, jurado en Literatura Testimonial junto con Volnovich, no parece de este mundo. Es la única de la delegación que anda con el termo y el mate, tentando con unos amargos que minuciosamente explica cómo servir a latinoamericanos con escasa cultura matera. “Estoy aquí en tanto agonista de algunos hechos”, se presentó la escritora uruguaya, ganadora del Premio Casa de las Américas 2007 en Literatura Testimonial con Oblivion, libro de poco más de cien páginas en el que reconstruye la vida de un grupo de presas políticas en una cárcel de mujeres de Punta de Rieles. “A veces he deseado mirar el pasado con los ojos del historiador. Su mirada me recuerda aquella del Superman de mi infancia, que podía ver a través de las paredes. La pared en este caso es el tiempo, que nos aleja de lo que pasó, lo disfraza, lo transforma. No sé si los historiadores pueden ver así, a través de esa pared, creo que no. Acaso logren componer una imagen mejor, no menos borrosa pero más amplia, y por eso me gustaría a veces poder mirar así. Pero no puedo hacerlo y la razón es simple: no estudié como ellos, no investigué”, señaló la narradora, ex militante del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros que estuvo encarcelada durante la dictadura militar uruguaya.

“Desde siempre inventamos, desde siempre aceptamos aquel antiguo encanto: contar, escuchar que nos cuenten, escribir y leer, confiar. La fábula es mentira, eso lo aprendemos temprano o tarde pero no importa. Confiamos porque sabemos que ella habla, ella dice siempre, y hay que esperar a veces al final para que nos golpee o bendiga su verdad, o cerrar los ojos y creer para oírla mejor. Escribimos para escapar, lanzamos nuestro mensaje al mar, nuestro sos, un grito o un susurro que pretende decirnos y que siempre nos dice”, sugirió. Si toda literatura es testimonio, hay que preguntarse por la diferencia, por lo que hace que sea nombrada como literatura testimonial. “Podría pensarse que es la voluntad, el deseo del escritor, consciente o no, de referir a una experiencia que es suya y seguramente también colectiva, inevitablemente colectiva –postuló Fabbri–. Creo que sería mejor hablar de necesidad, antes que de deseo. Hay una diferencia grande entre esos dos términos. Quiero pensar que la literatura arranca, dentro del individuo, de una zona bastante desconocida por él mismo, no vacía sino, al contrario, demasiado llena. Esa es la zona de su testimonio, ahí está todo escrito, aunque él no lo sepa, en otras letras, un alfabeto indescifrable casi desconocido”. En el itinerario trazado por la escritora uruguaya surgió otra palabra clave: verdad. “Sólo cuando el escritor puede traducir aquellos oscuros caracteres que lo asedian, puede, como otros artífices, construir un puente. No para salvar a nadie, sino para salvarse. Hay un solo deber, parafraseando a Onetti: buscar la verdad propia, que es decir la llaga, que es decir la falta, y escribirla. Hablamos porque no podemos decir, explicó alguien, por eso escribimos.”

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