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Viernes, 14 de junio de 2013
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UN MONUMENTO A JORGE LUIS BORGES EN LA BIBLIOTECA NACIONAL

El escritor regresa a su casa

El autor de Ficciones “vuelve”, desde hoy, a la BN que dirigió entre 1955 y 1973. La pieza es obra de Antonio Oriana y el tributo coincide con el 27º aniversario de la muerte de Borges. La inauguración será a las 13, con la presencia de María Kodama y autoridades oficiales.

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Antonio Oriana con el gigante que modeló en su taller.

“Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es.” Todos los caminos de la literatura argentina conducen al autor de El Aleph. El escultor Antonio Oriana posa con el gigante que modeló en su taller de Parque Patricios: Borges, sentado en un banco de plaza junto a unos libros, aferrado a su emblemático bastón. Esta pieza patinada en símil bronce, de casi 800 kilos y 1,60 metro de altura, será inaugurada hoy a las 13 en la explanada de la calle Austria de la Biblioteca Nacional –coincidiendo con el 27° aniversario de la muerte del escritor– por el director Horacio González, María Kodama y autoridades de la Secretaría de Cultura de la Nación. Ahora contempla a su criatura con la satisfacción de la misión cumplida. Pero hubo un tiempo en que observó con rabia y una honda tristeza un puñado de ruinas, un tesoro perdido. Los pedazos de una estatua de Borges de tamaño real que, accidentalmente, él mismo destrozó. Qué magnífica ironía escuchar el relato, aunque vuelva la inflexión de amargura, el reproche por el traspié y la mala suerte, como un dardo enquistado en la invocación. “En el año ‘70 estaba realizando la cabeza de Perón. Cuando la quise girar, se me vino encima y yo me caí para atrás, justo sobre la escultura de Borges de arcilla, que se hizo pedazos”, recuerda Oriana a Página/12. Dos símbolos culturales no pudieron evitar cruzarse –“el vago azar o las precisas leyes” del mundo– en el taller del escultor, en un pasado no tan lejano, en una escaramuza material y verbal: la piedra y la palabra.

El monumento homenaje a Borges, donado por la Fundación Industrias Culturales Argentinas, está realizado en molde de yeso relleno de cemento, arena y estructura de hierro. “Estuve trabajando cinco meses, ocho o nueve horas por día. En un principio hice un boceto chiquito”, repasa el escultor, considerado uno de los mejores retratistas del país, con obras que se exhiben en museos, instituciones, colecciones nacionales y extranjeras en Estados Unidos, Holanda, Francia, España, Brasil, Uruguay y Venezuela, entre otros países. “Tengo infinidad de fotos de Borges, incluso una secuencia de cuando él era director de la Biblioteca Nacional. Son seis o siete fotos, una detrás de la otra, y hay una diferencia notable en la expresión de los ojos y de la boca. En un momento tuve que definir si lo hacía más joven, más viejo o intermedio. Yo no lo hice ni tan viejo ni tan joven. El hecho de mirar tantas fotos en blanco y negro hizo que me resultara muy familiar su rostro. Me gustó observar detalladamente los gestos para poder lograrlo. Lo principal es que se parece a Borges, ¿no? Sé que (María) Kodama vio una foto y le gustó”, comenta Oriana a Página/12. Aunque el parecido es asombroso, hay un halo enigmático en el gesto. No ríe el escritor. Está serio, con la mirada extraviada de quien tantea atisbos de luz en las sombras; pero con una mueca quizá levemente burlona o con un énfasis altivo y esquivo en un primer golpe de vista.

“Borges significa mucho para mí”, subraya el escultor que urdió el monumento a Benito Quinquela Martin, además de otras estatuas de destacadas personalidades de la cultura, la política y el deporte, como Homero Manzi, Astor Piazzolla, Alicia Moreau de Justo, Raúl Alfonsín y Ringo Bonavena, entre otros. “Su cara siempre me impresionó mucho, tiene algo muy especial que no sabría cómo definir. Yo trabajaba en el diario Crónica como fotocromista y un compañero del archivo me facilitó muchas fotos de Borges. Tenía ganas de hacer un busto. Todavía recuerdo esa cabeza del año ’70... Lamento que se haya caído y roto completamente”, repite Oriana. “Primero preparé la maqueta y después la llevé a la dimensión real con toda una estructura de hierro, forrada con material desplegable. Y le fui agregando arcilla y modelando. Luego hice un negativo en yeso por partes, porque Borges está sentado en un banco con el bastón. Entonces tenía que ver bien dónde hacía los cortes. Cuando tuve los moldes, pasé al material definitivo. Una vez terminado hice el picado del molde, se dice ‘molde perdido’ porque se hace uno solo; después la retoqué y le di una pátina que en este caso es imitación bronce.”

El autor de Ficciones regresa al paraíso imaginado o al “hogar”, la Biblioteca Nacional (BN) que dirigió entre 1955 y 1973, bajo la forma modesta y aceptable de la eternidad iconográfica. “Hay muchos que quieren estatuas para estabilizar el pasado, para establecer una suerte de justicia en las tribunas de los dioses de roca pulida –plantea Horacio González–. Otros las ven un desafío inútil que atrae a los vándalos y luego a los reconstructores. Entre el raro deseo de poner el pasado en orden y el duelo que se entabla con los que ven en la piedra la verdadera imagen de la vida, se pone este Borges, efigie magna del recuerdo que se invoca y se pierde a sí mismo.” Cuando se camina sin rumbo y sin prisa por la BN, la extrañeza puede brotar con zarpazos lentos pero reveladores. Hay muchos bustos y monumentos en sus plazas y en su interior. El caminante, el visitante, el lector, se encontrarán con la estatua de Eva Perón realizada por el artista Ricardo Gianetti. No son vanas ilusiones si la memoria las corrobora a cada paso. Imposible negar al uno sin negar al otro. En el heterogéneo jardín de la cultura argentina, Borges fatiga los confines de esta honda biblioteca.

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