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Jueves, 3 de octubre de 2013
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En Tecnópolis se inauguró una nueva colección de obras de arte

El arte como objeto para intervenir

Desde hoy, los visitantes del predio de General Paz y Constituyentes podrán tomar contacto con obras de gran tamaño que no invitan a la mera contemplación sino a la acción. “No llega a ser Artépolis, pero este proceso va abriendo caminos”, dijo Jorge Coscia.

Por María Daniela Yaccar
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Ornella y Samo, escultura de Martín di Girolamo.

La noche cae sobre Tecnópolis. Como es martes –día en que no abre para el público– hay poco movimiento, las atracciones están inhabilitadas y músicos y DJ acompañan a la prensa en una recorrida para descubrir las nuevas obras de arte que el público podrá disfrutar de ahora en adelante. En esta tercera edición, la megamuestra amplió su colección, porque estas obras se suman a otras que se instalaron allí en 2012. La oscuridad favorece a algunas, como al enorme robot del Grupo Doma, ya que se resaltan sus luces de led. Las criaturas de prestigiosos artistas en su mayoría nacionales comparten ciertas características: en principio, su gran tamaño, por lo que es imposible no verlas. Son tan grandes como los dinosaurios que se alzan en las alturas. En muchos casos, en relación con los temas de los trabajos, hay una pregunta por lo popular. Y se adivina una intención muy clara en los artistas, que han hecho estas obras especialmente para Tecnópolis: encontrarse con un público heterogéneo.

Es que a Tecnópolis llega gente de todas las edades y de intereses variados: está más que claro que el público que recorre el predio de 50 hectáreas no es el mismo que va a una galería. Entonces, el desafío para los artistas era especial. Es un acierto que muchos de ellos hayan pensado en instalaciones que apuestan a la interacción. El fotógrafo Marcos López, por ejemplo, ha hecho un mural para el foyer del predio ferial del Pabellón Bicentenario, con imágenes de personajes populares (como Evita, el Gauchito Gil o la Madre Teresa de Calcuta). Pero, además, instaló en el mismo sitio un altar al que se puede ingresar, donde además de fotos hay esculturas, dibujos, acrílicos y posters. Es fascinante, también, la obra de Leandro Erlich: el artista hizo una tormenta. No una pintura o un dibujo de una tormenta, sino una tormenta ficticia: una instalación en la que se puede ver llover a través de ventanas. Se oye el ruido de los truenos y el espacio se ilumina como si afuera hubiera relámpagos.

Penetrable Itinerante, del maestro fallecido Jesús Soto, también invita a la participación. Se trata de una estructura de hierro, aluminio y mangueras naranja en la que se puede, como el título lo indica, penetrar. Así, el espectador, más que contemplar, hace la obra. Gabriela Sacco, autora de Cualquier salida puede ser un encierro, una instalación que permite jugar con espejos y sombras, le dijo a Página/12: “Cuando hay respuesta del público empieza a jugar otra cosa, realmente te copa como artista. Trabajo mucho en instituciones y en la calle, así que la participación en un espacio que no es el previsto para el arte es una forma de pensamiento habitual para mí. Me interesa mucho la relación entre arte y vida cotidiana y pienso que estos espacios son mucho más enriquecedores. Me gusta lo que la gente me devuelve”. Palabras similares había dicho López cuando Tecnópolis volvió a abrir sus puertas en julio: “Tecnópolis tiene algo de feria agrícolo-ganadera de Rafaela. Me interesa que mi obra llegue a los niños que van de las escuelas. Esta muestra es un lugar más interesante que una galería”.

Desperdigadas por distintas zonas, compitiendo con todo lo que Tecnópolis tiene para ofrecer, hay muchas más obras de arte. Entre las nuevas está, también, una escultura de Martín di Girolamo titulada Ornella y Samo, que es, en palabras del artista, “un monumento al público”. Mide cuatro metros y representa a un hombre y a una mujer comunes. Hernán Marina, por su parte, elaboró la serie Gestos y posturas para una nueva economía, que consiste en imágenes monumentales con luces de neón, en las que se ven obreros del petróleo, sembradores y talleristas. Las flamantes incorporaciones a la colección de Tecnópolis son, por último, Guardrail, de Andrés Sobrino, una intervención a uno de los edificios de la feria –en el que Erlich hizo su tormenta y Sacco su intervención– con cintas adhesivas y pintura sintética, y Caleidoscopio, del venezolano Carlos Cruz Diez, un caleidoscopio gigantesco que está en el foyer del Pabellón Bicentenario.

Se han sumado también fotografías gigantes que conforman una muestra de retratos. Los autores son fotógrafos de distintos puntos del país, como Marcela Magno, Sebastián Ingrassia, Guadalupe Miles y Julio Pantoja. Otra novedad interesante es la apertura de una sede de Muntref, el Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, un espacio permanente en el que trabajarán en conjunto artistas y científicos. Allí está la muestra Morfologías de la mirada, de Mariano Sardón y Mariano Sigman. Finalmente, en el pabellón de la Secretaría de Cultura funciona Espacio taller, donde diez artistas trabajan sus murales a la vista del público.

El secretario de Cultura, Jorge Coscia, quien se encontraba el martes en Tecnópolis, definió esta muestra artística como una parte más del “cambio de paradigma” que se instauró en los últimos años, y que tuvo su punto más fuerte en la mudanza de su despacho a la Villa 21. “En general, las exposiciones y los museos están en ciertos lugares y se construyen en base a determinados criterios, como ‘pasen y vean’ o ‘nosotros hacemos y ustedes aplauden’. Tecnópolis es un espacio de acceso al conocimiento. El espectador pasa a ser un individuo activo. No digo que ir al Louvre no enseñe, pero todo Tecnópolis pone el acento en la participación. No hay una tradición en la Argentina de un espacio que está entre un museo y una bienal. Tecnópolis es una gran invención. Es la antítesis de La Rural: La Rural es ‘vengan a ver nuestro éxito’, ‘vengan a ver nuestros tractores’, ‘vean que la Argentina es el granero del mundo y ustedes sigan participando’. Tecnópolis es la sociedad de la creatividad. Y el proceso más sublime de la creatividad es el que está para el alma, el que no tiene una finalidad. El arte es casi el fin último de la existencia”, deslizó.

“Esta muestra es la primera en esta línea –continuó el funcionario–. No llega a ser Artépolis, pero este proceso va abriendo caminos. Me pellizco ante estos metros cuadrados”, concluyó, sin poder evitar la referencia a la campaña disparada por Miguel Rep en Página/12. La colección de obras de Tecnópolis se completa con las que están desde 2012: Mini-Atlas, de Dolores Cáceres; Industria Argentina, de Nushi Muntaabski; y 1116, mural de Pablo Siquier en las afueras del pabellón de la Secretaría de Cultura.

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