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Viernes, 12 de septiembre de 2014
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CIERRA LA LEGENDARIA VIDEOTECA LIBERARTE

Todo un signo de los tiempos

Veintisiete años después de su apertura, baja la cortina un espacio emblemático de la cinefilia porteña, cercado por las descargas de Internet y el alza de los costos de alquiler. “Fue un lugar de encuentro”, resume Felipe Bonacina, uno de sus dueños.

Por María Daniela Yaccar
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Más de 11.500 películas catalogadas –ocho mil en DVD, tres mil en VHS– ocuparon esas bateas.

Durante dieciséis años, Felipe Bonacina continuó con la labor de su padre, Diego: atendió el mostrador, respondió consultas de clientes –“aprendiendo de ellos”– y catalogó un sinfín de películas en Liberarte, videoteca que cierra sus puertas luego de veintisiete años de funcionamiento, para el lamento de cinéfilos, estudiantes de cine y público en general. Bonacina, que es músico, y que nació “con un proyector al lado”, siente que éste es el fin de una etapa. Pero no está de duelo. “Pensé que iba a estar deprimido, tirado, con poco oxígeno. Pero no. Esto es nostálgico y emocionante. Pusimos todo lo que teníamos, por eso no hay lugar para la tristeza. Tal vez esto siga sin uno mismo”, desliza. El servicio de alquiler ya está cerrado, pero hay algunas películas todavía a la venta en el espacio de Corrientes al 1500.

Liberarte fue un centro cultural que fundó el Partido Comunista en 1987. “Lo que cierra es solamente la videoteca”, aclara Bonacina, que trabaja junto a dos socios: Oscar Echeverría y Ricardo Richter. Así, despeja algunas dudas: la sala de teatro que está en el mismo edificio se mantiene. La librería ya se mudó, al igual que la disquería. Cada sector funcionaba independientemente. “Cierra lo nuestro, que es lo más viejo”, cuenta el hombre, de cuarenta años. “En un principio esto era un videoclub para público militante, del PC. La película número trece es La hora de los hornos. La primera, un documental sobre Malvinas. A medida que pasó el tiempo la colección se fue desideologizando: es una colección de cine universal.” En sus primeros años la videoteca fue manejada por Daniel Raichijk. Luego se sumaron Jorge Giannoni, Diego Bonacina, Gabriel Wainstein, Richter y Echeverría.

Más de 11.500 películas catalogadas –ocho mil en DVD, tres mil en VHS– y cuatro mil sin catalogar conforman esta colección envidiada, codiciada por cinéfilos de otros países del mundo. “Las películas son simplemente una excusa”, define Bonacina. Para él, lo importante de Liberarte fue siempre su condición de punto de encuentro, de lugar de reunión. Y, también, el hecho de que la colección sea “una creación colectiva”, alimentada por los mismos clientes, que sugerían materiales para incorporar. “Este fue un oficio del que fui aprendiendo, a partir de lo que la gente me contaba. Fuimos aprendiendo a respetar los gustos del otro. Porque lo que le pasa a la gente con una película supera todo. Siempre me queda la duda de si la gente venía a buscar películas o a charlar. Liberarte tuvo algo de ‘barcete’: la gente venía con su carpeta, con sus apuntes, a anotar cosas, a consultarnos. Estos son lugares que se van perdiendo”, cuenta. Se juntaban, entonces, los que se quedaban por tres horas sin llevarse nada, los que iban a buscar algo puntual, los que iban a “levantarse a una mina”. “Se pierden estos espacios”, insiste el músico.

Se pierden porque han dejado de “ser parte del uso de la gente”. El motivo del cierre de la videoteca es el imaginable: si la posibilidad de bajar una película en una hora en buena calidad golpeó a los videoclubes, por qué no los iba a golpear a ellos. Pero éste no fue el único motivo. “La videoteca precisa un espacio muy grande y los alquileres se han encarecido muchísimo”, apunta el “videotecario”, para usar una palabra que no existe pero que podría existir. “Otro tema importante fue la desaparición de las editoras en la Argentina, que editaban el cine que nos gustaba conseguir, lo cual nos ponía al frente la disyuntiva de utilizar la piratería. Pero nunca tuvimos un problema legal, nos cuidamos muchísimo de eso. Nos valíamos de material importado y los precios se hicieron muy caros.”

Tantas, tantísimas anécdotas acumula Bonacina en su mente. Tantas como para hacer una película. La visita de Kusturica, por ejemplo, que se quería comprar películas que no estaban a la venta. O la sorpresa del director Fernando Trueba cuando encontró que en Liberarte tenían películas que en España no tenía nadie. Las filas que se armaban, los famosos que hacían la fila como correspondía, sin privilegios, como China Zorrilla. Los intercambios con la clientela fiel, que sugería títulos o directores.

Israel Adrián Caetano, Ezequiel Acuña, Bruno Stagnaro, Luis Ortega, Pablo Trapero y Lucrecia Martel, entre otras personas, pasaron por ahí. “Es un espacio extrañísimo. Patricio Contreras nos compraba los termos para tomar mate. Cuando vino Kusturica no podía creer que teníamos una peli suya en VHS, en mala calidad. Dijo que era imposible que un videoclub tuviera esas películas. Acá pasó de todo. ¡Hasta quisieron filmar un reality!”, se ríe el videotecario.

“Cuando vas a un bar y tiene algo distinto, llevás la receta de panqueques de tu abuela. Bueno, acá pasaba eso: es reloco. A partir de 2001 empezó a venir gente europea que estudiaba cine. Un ruso estaba ofendido porque no teníamos películas no me acuerdo de qué director... Y te armaba una colección de cine alemán, la que a él le gustaba. Un noruego me trajo películas mudas de noruegos. En muchos casos eran actos generosos; en otros, de altanería”, se explaya Bonacino. Por eso pone el énfasis en la “creación colectiva”: así es como creció Liberarte, con las colaboraciones del público, no a partir de sus conocimientos sobre cine. “Uno no sabe un sorongo, se aprende en el camino”, sostiene.

¿Y ahora? ¿Cómo sigue esta historia? No es que Bonacina va a poner en liquidación la hermosa y cuasi infinita colección, en una caja, como hacen los locales de ropa cuando cierran definitivamente. Cómo seguir con esto: en eso viene pensado Bonacina ahora que tiene “quince años de su vida encima”. Tiene una certeza: no quiere que la colección termine en su casa o en un sótano. “Venimos buscando poder incorporarla dentro de una universidad o de una fundación”, anhela Bonacina, que trabaja desde 1998 –año en que murió su papá– durante diez horas detrás del mostrador, y que posiblemente ahora se reencuentre con su otro amor, la música. Además, suele escribir notas para Télam.

“Mis socios están hace 27 años, dejaron su vida acá. Es doloroso por un lado. En realidad, lo más doloroso fue verlo caer... el de-senlace es un alivio. Lo triste es ver que está todo este material catalogado, armadito. Y que nadie lo requiere ni lo busca. Muy poca gente viene a buscarlo”, concluye Bonacina. Así y todo, los que quieren al lugar se están acercando para llevarse su última foto y comparten en Facebook la sensación de duelo. Bonacina supone que las ventas de films continuarán durante un mes, hasta que culmine el contrato que tienen de alquiler.

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