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Sábado, 20 de septiembre de 2014
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OPINION

Una contraseña hecha de arte

Por Eduardo Fabregat

Empezó con una noticia y una pregunta: en julio de 2013, en Rebeldes, Soñadores y Fugitivos conté que el Servicio Postal de Estados Unidos lanzaría una serie de estampillas de personajes esenciales –y en su momento discutidos– de la música, como Janis Joplin, Jimi Hendrix y Jim Morrison. En Argentina ya existen sellos de Federico Moura, de Miguel Abuelo y de Luca Prodan, con lo que la pregunta cayó de madura: ¿qué hay que hacer para que Spinetta tenga su propio sello? Hablamos al aire con Carolina Kot, encargada de prensa del Correo, y bastó que dijera que el público en general podía mandar cartas y mails y proponer un personaje para la evaluación de diciembre. “Prepárense –dijimos—, la caterva de impresentables que sigue este programa los va a inundar.”

La radio es una fuente inagotable de pasiones y pequeños placeres y éste es uno de los más reconfortantes. En ese espacio, la palabra Spinetta fue siempre una contraseña, una identificación para una legión de personas que no se conocían entre sí, pero fueron descubriendo que en todos estos años de gente estuvieron en los mismos lugares, disfrutando la belleza de la obra de Luis. De algún modo, el programa permitió rearmar un clan, tomar conciencia de lo juntos que estuvimos todo este tiempo, gracias a la obra de un artista único. Desde el debut, en junio de 2010, en casi todos los programas hubo lugar para una canción. En febrero de 2012 tratamos de aguantar el mazazo entre todos. Y aún hoy hay noches en las que suena algún tema que produce nudos en el alma.

Al cabo, un microclima de lo que se reproduce entre decenas de miles de personas en la Argentina: Luis Alberto Spinetta se fue, pero su obra lo vuelve puro presente. Que el Correo Argentino haya decidido honrar su figura, reconocer su estatura cultural más allá de la música, es uno de esos gestos necesarios en un medio donde muchos han sufrido olvidos y maltratos. Una estampilla no podrá devolvernos a un artista enorme. Pero quizá produzca el pequeño milagro de que, en plena era de la comunicación virtual, nos den ganas de volver a mandar cartas.

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