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Viernes, 26 de septiembre de 2014
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MURIO ALASTAIR REID, POETA, ENSAYISTA Y TRADUCTOR ESCOCES

El adiós a un viajero esencial

Por Andrés Valenzuela
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Reid tenía 88 años.

“... sus ancestros enfurecieron en sus tumbas mientras ella habló con su antigua miseria: / ¡pagaremos por ello!, ¡pagaremos por ello!, ¡pagaremos por ello!”, escribió el poeta, ensayista, traductor y viajero escocés Alastair Reid en su poema “Escocia”, la más célebre de sus composiciones, que le garantizará –coinciden los críticos de su país– un lugar en las antologías poéticas de su patria. En esos trece versos, Reid sintetizó los paisajes que lo vieron nacer con la idiosincrasia de sus compatriotas. Además, Reid escribió centenares de artículos para The New Yorker y tradujo al inglés a Jorge Luis Borges y a Pablo Neruda. Tras una extensa y prolífica carrera, Reid murió anteayer en su país, a los 88 años, víctima de una neumonía, dejando atrás dos hijos, dos nietos y a su última esposa, la cineasta Leslie Clark.

El poeta trabajó durante más de sesenta años. “Lo que me llevó a escribir fue su portabilidad –afirmó alguna vez Reid–, alcanza con un anotador y un lápiz y me permite poseer mi propio tiempo, viajar ligero y descansar en cualquier lado.” Los viajes fueron clave en el desa-rrollo de su obra. Desde el pequeño pueblo de su infancia, pasando por su servicio en la Armada Real servir en el océano Indico durante la Segunda Guerra Mundial, hasta sus viajes por Latinoamérica y España. En unas vacaciones en Mallorca, por ejemplo, conoció a Robert Graves, con quien tuvo una extensa amistad, hasta que su segundo matrimonio, con Margot Callas, se rompió cuando ella se convirtió en la musa de Graves. Pese a ello, el escocés continuó pasando los veranos en un pequeño pueblo de las montañas españolas.

De todos sus viajes, sin embargo, el que más lo impactó fue el que los llevó a tierras hispanoparlantes. El contacto con el idioma español lo deslumbró. “Me sentí alterado por él, entrar en un lenguaje es mucho más que asumir un vocabulario, supone todo un modo de ser”, escribió en Digging up Scotland. Fruto de ello llegó su pasión por la traducción, que incluso lo alejó de su propio trabajo poético por más de una década. Se dedicó con especial empeño a la obra de Borges y Neruda, aunque también se acercó al mexicano José Emilio Pacheco y al cubano Herberto Padilla.

Sobre el argentino y el chileno, en alguna ocasión Reid afirmó que cuando dudaba sobre cómo traducirlos, recordaba sus encuentros con ellos, la cadencia de sus voces. A Borges lo había encontrado durante su estadía en St. Andrews y al chileno durante una fiesta de cumpleaños. “El trabajo de Borges es tan sobrio como bullicioso el de Neruda, tan equívoco e irónico el de uno como pasionalmente afirmativo el del otro, tan reticente como voluble el de Neruda”, reflexionó en su ensayo Borges y Neruda, de 1996.

Mucho del prestigio del poeta reside, paradójicamente, en su prosa. Al final de su carrera había dejado los versos, encontrándolos “un gesto artificial”, pero lo que afirmaba de la poesía revela su pensamiento. Lo interesaba el “acto esencial del buen escribir” y sentía que “la fina atención dada a las palabras en los poemas puede también aplicarse a la prosa, pero es en la poesía más que en ninguna otra disciplina donde uno aprende a decir bien”.

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