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Sábado, 13 de diciembre de 2014
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SE CELEBRA, TAMBIEN EN BUENOS AIRES, EL DIA INTERNACIONAL DE CLARICE LISPECTOR

La escritora que veía lo imposible

“La hora de Clarice”, hoy en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional, será una jornada multidisciplinaria con música, danza, teatro, artes plásticas, fotografía, lecturas y performances, en honor a la autora de Revelación de un mundo.

Por Silvina Friera
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El lema de esta segunda edición es “Pan y amor entre desconocidos”.

¿Qué misterios tiene Clarice? La pregunta de Caetano Veloso acaso no tenga una respuesta certera. Tal vez, a la hora de barajar textos y lecturas que puedan al menos “ilustrar” las vibraciones de una pasión, se podría citar una bellísima miscelánea, “La sorpresa”, incluida en las crónicas Revelación de un mundo. “Mirarse en el espejo y decirse deslumbrada: qué misteriosa soy. Soy tan delicada y fuerte. Y la curva de los labios conservó la inocencia. No hay hombre ni mujer que se haya mirado en el espejo y no se haya sorprendido consigo mismo. Por una fracción de segundo nos vemos como un objeto a observar. A esto lo llamarían tal vez narcisismo, pero yo lo llamaría alegría de ser. Alegría de encontrar en la figura exterior los ecos de la figura interna: ah, entonces es cierto que no me imaginé, yo existo.” Cómo no celebrar que una vez más, por segundo año consecutivo, se festeje el Día Internacional de Clarice Lispector en Buenos Aires, varias ciudades de Brasil y España, un homenaje que le rinden sus lectores a la manera del Bloomsday dedicado a James Joyce, que se realiza todos los 16 de junio por las calles de Dublín. Vuelve “La hora de Clarice”, una jornada multidisciplinaria con música, danza, teatro, artes plásticas, fotografía, narración para niños, lecturas y performances, organizada por Gonzalo Aguilar, Constanza Penacini y Carmen Güiraldes en el Museo del Libro y de la Lengua de la Biblioteca Nacional (Las Heras 2555), de 17.30 a 21 horas, con entrada libre y gratuita.

El lema de esta edición es “Pan y amor entre desconocidos”, frase extraída del cuento “El reparto de los panes” de La legión extranjera (1964). Esta fiesta multidisciplinaria desplegará música con Gaby Comte, María Ezquiaga y Verónica Bonafina; una mesa-debate, “¿Qué misterio tiene Clarice?”, con Mario Cámara, Gabriel Giorgi y Florencia Fragasso; la performance audiovisual La sombra de Clarice. Crónicas y proyecciones, de Lorena Croceri, Juliana Corbelli y Julia Vallejo

Puszkin; una instalación de Marina de Caro con curaduría de Mariela Scafati; El gabinete de las maravillas según GH, instalación tríptica de Lorena Croceri, Lucía Galli, Cecilia Gil Mariño, Julia Vallejo Puszkin, Fabiana Barreda y otros artistas invitados. También habrá narración para niños a cargo de Marisa Lorda; Hacé de cuenta, un espectáculo de danza con dirección de Fabiana Capriotti y Alina Marinelli como performer; teatro con Julieta Eskenazi, un fragmento de No todo lo que Lucy es oro; y lecturas y performances de Vanesa Guerra, Mónica Herrero, Mariana Docampo, Mario Cámara, Adriana Kogan y Laura Cabezas, entre otros. No podía faltar una miniferia del libro con todos sus títulos publicados por tres editoriales argentinas: Corregidor, Adriana Hidalgo y El Cuenco de Plata.

Penacini, una de las organizadoras, intenta responder el interrogante de Caetano, que es la pregunta que interpela a todos los lectores de Lispector, una de las escritoras fundamentales de la literatura del siglo XX, “una extranjera en la Tierra” –se ha dicho– por haber nacido en Ucrania (el 10 de diciembre de 1920), en una pequeña aldea llamada Tchechelnik, que murió hace 37 años, el 9 de diciembre de 1977 en Río de Janeiro. “Hay una potencia vital en su escritura, una búsqueda consciente y programática que pretende trascender la literatura. Cualquiera que la lea experimenta una cosa muy fuerte, afectiva, existencial. No tiene que ver con la identificación directa; hay una empatía que toca el nervio de la pulsión de vida, que me parece que interpela a cualquiera. Es apenas una hipótesis, creo que Clarice inspira muchos trabajos con otras disciplinas como la danza, cosas que son físicas, que pegan en el cuerpo. No sé si con otros autores sucede algo parecido”, plantea Penacini, licenciada en Letras y docente de la Universidad de Buenos Aires. “En los textos de Clarice nunca se llega a situaciones extremas. Lo que se vive es un estado de pasaje. Ese estado de tránsito, de transformación, de cambio, de movimiento, hace que sus palabras estén muy vivas. Recuerdo la foto en la que está con la máquina de escribir sobre las piernas porque siempre escribía así, para ser además de escritora una madre ‘normal’. Clarice es la máquina de escribir y da la sensación de que no termina nunca, en el sentido no sólo de fin, sino de pausa, de quietud.”

En “El fondo del cajón”, la segunda parte de La legión extranjera, la escritora explica su poética en un pequeño texto. “Lo que no sirve siempre me interesó mucho. Me gusta un cierto modo cariñoso de lo inacabado, de lo mal hecho, de aquello que con poca gracia intenta remontar un pequeño vuelo y casi siempre cae sin gracia al suelo”, confiesa Lispector. “En los talleres literarios se habla mucho de las escrituras estimulantes que invitan a escribir; hay otras con las que sucede todo lo contrario. En el caso de Clarice, no sé si estimula a escribir, pero invita a sumarse a su búsqueda”, subraya Penacini y recomienda para quienes quieran empezar a leerla los relatos de Lazos de familia y la novela La pasión según G.H. “Clarice escribe con el lector. Hay textos en los que se imagina a alguien que la agarra de la mano y que la está acompañando, porque la soledad es muy fuerte. No es que se imagina a un lector ideal, sino que imagina al lector que la acompaña. Cuando uno lee, tiene esa misma sensación, ¿no? Entonces es impresionante porque aparece esa reciprocidad y provoca mucha lealtad. Ella no se olvida nunca del lector.” En Una vida que se cuenta, la biografía literaria de Lispector que escribió Nádia Battella Gotlib, esboza otra respuesta posible al “misterio” clariciano: “Miraba al mundo ‘con mirada sesgada’, desenfocaba la realidad, eludiendo una mirada limpia, definida, estable. Transformó esa manera de ver en una práctica constante: ver lo imposible”.

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