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Sábado, 2 de enero de 2016
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A los 89 años, murió ayer el locutor y animador Antonio Carrizo

El símbolo de un modo de entender la comunicación

Trabajó mucho en televisión y hasta probó la actuación, pero fue en la radio donde se constituyó en un referente notable. En 1949 ingresó a Radio El Mundo, a la que consideraba su casa, aunque su programa más famoso fue La vida y el canto, por Rivadavia.

Por María Daniela Yaccar
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El estado de salud de Carrizo era delicado desde hacía años. Había padecido un ACV en 2008.

Falleció Antonio Carrizo y, con él, un modo de hacer radio, una parte de su historia. En este sentido, sus comienzos dejan ver un antes y un después en el medio. Nació en General Villegas (noroeste de la provincia de Buenos Aires), el 15 de septiembre de 1926, y dio sus primeros pasos en transmisiones de dos horas en pueblos, en la propaladora, algo con lo que “terminaron las FM”, entendía él, definido por su hijo como un gótico, dueño de una pasión “medieval y melancólica”. “La radio me dio absolutamente todo. Me dio la vida y una forma de vida”, ha dicho. Consideraba a Radio El Mundo –donde comenzó a trabajar en 1949– como su casa y sus definiciones son múltiples: periodista, locutor, animador, escritor y árbitro de fútbol, actividad a la que se dedicaba en sus ratos libres. También probó la actuación, en películas y en televisión: es recordado su personaje en “El contra”, el sketch de Juan Carlos Calabró.

Carrizo, cuyo nombre real era Antonio Carrozzi, murió ayer a los 89 años en el Sanatorio de la Trinidad, en la ciudad de Buenos Aires, donde se encontraba internado. Hace años que su estado de salud era delicado, porque había padecido un ACV en 2008. De todas sus labores, sin dudas la radial es la que revistió mayor importancia, y es allí donde Carrizo deja un vacío. Para quienes la siguen haciendo, ha sido un gran referente y un pionero que la revolucionó en varios aspectos. “La radio que se oye hoy no es la radio de Antonio. No solamente por haber renunciado la radio a ciertos rigores. Renunciar a los rigores a veces es bueno, a veces puede ser un paso adelante, pero creo que se ha renunciado antes que nada a la complejidad y al pensamiento”, lo elogió Alejandro Dolina en un homenaje que le hizo la AM 750 en diciembre de 2014. No por nada el estudio mayor de esta emisora comenzó a llevar desde ese día su nombre y apellido, grabados en una placa. Otras personalidades también le reconocen eso: el hecho de ser un símbolo de un modo de hacer radio, en la actualidad al borde de la extinción.

Por ejemplo, Héctor Larrea, quien lo definió en el marco de ese homenaje, como “una figura demasiado grande” que “marcó todos los rumbos”. Y esto iba más allá de la complejidad y el pensamiento que le reconocía Dolina. “Los tonos de emisión” que manejaba eran “todos los que se podían concebir”, apuntaba Larrea. “Los altos, los bajos... nunca una melosidad. Nada sobrecargado. Los énfasis siempre tenían sentido”, remarcaba, admirándolo. Su aporte, evidentemente, fue fuerte. “Letra propia, improvisación, animación”, enumeró Fernando Bravo (para Días de radio). Ya en sus comienzos, con los parlantes desplegando su voz en las cornisas de los autos, el mismo Tony, como le decían cariñosamente, iba reconociendo sus atributos. En un documental de Canal Encuentro (Encuentro con Argentores) contó que en esa instancia iba advirtiendo que era un “buen locutor” y que había sido favorecido con el don del ingenio. No tenía ni veinte años cuando comenzó a moverse de pueblo en pueblo. “Les gustó cómo trabajaba. Yo tenía diecinueve años. Entonces, mamá me cargó una valijita de cartón, vieja, con una soguita, un calzoncillo y una camiseta... y a correr los caminos.”. A los doce años había empezado a trabajar, y se jactaba de no haberse detenido nunca.

Un inspector de la radio lo descubrió como para que fuera a trabajar a la ciudad de Buenos Aires. Terminó el servicio militar y arrancó como frasero para la agencia Lintas, para vender marcas como Lux, Rinso y Olavina. En 1949 ingresó a Radio El Mundo. Al poco tiempo de su ingreso se convirtió en jefe de programación y trabajó allí durante muchos años. Para él era su casa y solía visitarla sin ya formar parte del equipo. Por décadas condujo el programa periodístico-musical La vida y el canto, en radio Rivadavia. También trabajó en Radio Nacional. Durante 2010 condujo Tangos y libros, en la radio 2x4, de la FM 92.7. De todos sus trabajos, el más emblemático, coinciden muchos, es La vida y el canto.

“La profesión del locutor y del animador es histriónica. Desde el primer día que leés un verso en voz alta en la escuela, sos histriónico. Toda mi vida me he sentido histriónico. Si no... dedicate a otra cosa”, sentenció, también en aquel formidable documental de Encuentro. De pequeño hacía eso: era el encargado de leer los versos en los actos patrios de la escuela, a pedido de las autoridades. Su histrionismo era tal que decía que Antonio Carrizo era, en realidad, un personaje. Desparramó esa cualidad en numerosos festivales, como animador. Y también se atrevió a la actuación. En 1955 trabajó en la película El barro humano, dirigida por Luis César Amadori. En 1963 lo hizo en la coproducción hispano-argentina El noveno mandamiento y en 1966 en Muchachos impacientes. Otra de sus facetas fue la conducción, y la televisión también fue un área en la que fue pionero: inauguró la transmisión de Canal 13. Asimismo, participó en los programas Polémica en el fútbol y Sábados continuados. Fue director de ciclos periodísticos, como La primera de la noche (Canal 7, años setenta), y conductor de Juntos, con Liliana López Foresi. Durante años fue el compañero de Juan Carlos Calabró en su sketch y programa El contra. Antes había sido partenaire de Luis Sandrini y de Niní Marshall.

Le gustaba la música, particularmente el tango (era admirador de Floreal Ruiz, del Polaco Goyeneche y Alberto Castillo), y era fanático de Boca Juniors. También era aficionado, y da la sensación de que especialmente, de los libros. Sobre eso dijo algo muy poético: que la lectura le permitió ponerle “florcitas en las esquinas del pañuelo” a su profesión. Contaba con una biblioteca nutrida, fundamentalmente de autores argentinos. Entre los títulos, sus orgullos eran la primera edición del Facundo y las 50 que tenía del Martín Fierro. Quería mucho a Neruda, tenía todas las primeras ediciones de sus libros. El placer del texto le llegó temprano, a los cinco años, en la casa que tenían sus abuelos en las afueras de Villegas, adonde fue a vivir con sus padres tras el golpe a Yrigoyen en 1930. “Es humillante: si sos un buen lector siempre estás ante la grandeza”, definió. Volcó sus conversaciones con Jorge Luis Borges en el libro Borges, el memorioso (1979). Fue considerado uno de los mayores conocedores de la obra de este autor, junto a expertos como Alejandro Vaccaro y Horacio Becco. Otro de sus gustos era el ajedrez. Era practicante y se vinculó con grandes exponentes del juego como el campeón mundial Bobby Fischer.

Por su afición a la lectura fue encasillado como “el locutor culto”, pero esto a él lo “enfermaba” bastante. “Soy tan buen locutor como otros. Como Lalo Mir, Pergolini, Aliverti o Guasardi. Pero no, te dicen: ‘¡Qué locutor culto!’. Si soy medianamente culto es porque me gustó leer. Pero no me gusta que mezclen las dos cosas. No me gusta ser de una profesión que algunos tratan como si fuese de gente no culta. Los locutores son bastante más cultos que otros profesionales”, dijo, en una entrevista a este diario, en los tiempos de El locutorio.

Un punto a destacar es su versatilidad: porque el gran conocedor de Borges también trabajó al lado de Marcelo Tinelli en El show de Videomatch, en 1998. Otro dato curioso es que llegó a comprarle a la FIFA los derechos de transmisión del mundial de Inglaterra. Fue titular de la Federación Argentina de Ajedrez y agregado cultural de la embajada de España. Entre sus últimos trabajos radiales se encuentran El locutorio y Sábado radio, dos programas de Rivadavia.

A lo largo de su trayectoria recibió distinciones y fue homenajeado. Uno de los reconocimientos fundamentales fue el Premio Konex a la defensa de la cultura, que recibió en 1981. Junto a Borges y René Favaloro, lo reconocieron en Adrogué como ciudadano honorario. Uno de los últimos homenajes fue el que le rindió en diciembre de 2014 la AM 750, del que participaron, además de Larrea y Dolina, Eduardo Aliverti, Carlos Ulanovsky y Alberto Cormillot. Se mostraba contento con lo que generaba en los demás. También en diálogo con este diario, a mediados de 2006, expresó: “Una cosa que podés agradecerle a Dios es haber sido popular a los 22 años y que a los 80 sigas siéndolo. Eso es una bendición. No es común”.

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