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Miércoles, 8 de junio de 2016
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Soledad Quereilhac publicó Cuando la ciencia despertaba fantasías

Pasteur y telepatía en la misma página

Una tesis doctoral cuyo campo de investigación se amplió hasta mostrar como libro los cruces entre la literatura y la prensa de finales del siglo XIX, época en la que según la autora “había muchas fantasías sobre la ciencia, una mirada a futuro, utópica”.

Por Andrés Valenzuela
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El libro de Quereilhac se presentará hoy a las 19 en la Casa-Museo Ricardo Rojas, Charcas 2837.

La coincidencia llamó la atención de Soledad Quereilhac: el relato de “El almohadón de plumas”, de Horacio Quiroga, coincidía prácticamente en todo con una noticia publicada con casi tres décadas de diferencia. El reflejo de salir a buscar más “coincidencias” y cruces entre la literatura y la prensa escrita de finales del siglo XIX y comienzos del XX devino en una tesis doctoral, y en una ampliación del campo de investigación que se proponía originalmente. Además de la prensa tradicional, saltó a las publicaciones espiritistas y teosóficas de la época. El resultado de su doctorado ahora es un libro publicado por Siglo XXI Editores bajo el título Cuando la ciencia despertaba fantasías, que se presentará hoy a las 19 en la Casa–Museo Ricardo Rojas (Charcas 2837) con la participación del divulgador, científico y editor Diego Golombek, y el escritor Marcelo Figueras.

En la prensa escrita de la época, advierte Quereilhac, los descubrimientos de Pasteur podían ir a renglón seguido de los últimos estudios sobre telepatía, y Rubén Darío y José Ingenieros podían cruzarse en la “tribuna de opinión” de La Nación por las fotografías de un “fantasma” presentado por un futuro premio Nobel. “Todas estas disciplinas espiritualistas del último tercio del siglo XIX ambicionaban ocupar un lugar entre las ciencias, y me di cuenta de que ahí también ahí había muchas fantasías sobre la ciencia, una mirada a futuro, utópica”. El problema de estudio, pues, ya no era literario para ella, sino cultural. “El problema es qué era la ciencia para los legos, para quienes no producían ciencia pero estaban muy atentos a ella”.

– Por el libro desfilan nombres de espiritistas que llaman la atención: Cané, Senillosa, Lugones, Ingenieros...

– Hay que hacer una distinción. Entre los espiritistas había gente de la Sociedad Rural y gente que vivía en la indigencia sobre quienes se aplicaba la caridad. El espiritismo tiene una pata cristiana muy fuerte. Sobre todo en la década del ‘80, había mucho contacto con la elite. Miguel Cané era un asiduo y hay registro de sesiones en las que él cuenta con qué médium se reunía y sus apreciaciones: “he visto cosas en las que no creo”, aseguraba. En la teosofía, en cambio, había un grupo más selecto. Ahí estaba Alfredo Palacios, que era un temprano miembro de la teosofía. El sostuvo el ideario toda su vida, pero el que más lo sostuvo fue Lugones.

–Usted dedica un capítulo entero del libro a Lugones.

–Se lo estudió sobre todo desde sus vaivenes políticos: empezar en el anarquismo, coquetear con el socialismo, ser expulsado de esos círculos, transitar por el liberalismo nacionalista y derivar en un craso fascismo con su apoyo al golpe de Uriburu. Pero mantuvo siempre el ideario teosófico que volcó en muchos de sus ensayos. El payador es un ensayo con imágenes y metáforas tomadas de la teosofía. Y lo mismo su Elogio de Ameghino. El de Einstein es un delirio teosófico que él quiere hacer pasar por ciencia.

– Menciona que la Sociedad Constancia tenía vínculos con el socialismo. ¿Tenían una acción política?

– Ellos armaron con Palacios la Liga de Obreros Liberales, que era un socialismo liberaloide, reformista, que se formó en clara oposición a la Liga de Obreros Católicos. Acá los espiritistas le disputaban un público a la Iglesia Católica. Era una guerra tremenda porque la Iglesia los llamaba “satánicos” y la psiquiatría positivista, “dementes”. Pero había miembros que eran socialistas y desde algunos de sus periódicos se defendían sus causas.

–Lo que se desprende del libro es que las atravesaba una idea de acción social, ¿verdad?

–Totalmente, porque lo que sostenían era que una ciencia exclusivamente positivista, que no pueda emitir enunciados de valor, deja afuera la posibilidad de formular una ética social. Tanto espiritismo como teosofía se preocupan por formar una filosofía de la filantropía, de la solidaridad humana, mucho más comunitaria que lo que bajan habitualmente las iglesias tradicionales, que es la obediencia a un dios todopoderoso. Estas corrientes ponen al humano más en el centro; es el hombre el que puede armar vínculos y ayudarse. La segunda líder de la teosofía venía del socialismo inglés y también defendía esos ideales filantrópicos.

–Hay una pregunta muy de moda en los últimos años que surge al ver los primeros capítulos: ¿cuál fue el rol de los medios?

–(Se ríe) ¿Hoy es más difícil, no? Bueno, en esa época el medio masivo era la prensa gráfica, la radio se consolidó avanzada la década del ’20. Los medios eran grandes divulgadores. Los descubrimientos se reseñaban como noticia y yo cito el caso de los rayos X, que un investigador detectó que apareció con un mes de diferencia o menos en todos los periódicos destinados al gran público, mientras que las revistas académicas tardaron mucho en reconocerlo. Acá rápidamente se ensayó y apareció en La Nación. Durante quince días, diría que cada dos aparecía una noticia sobre el avance. Los medios les daban espacio a los científicos e incluso polemizaban. Había una mirada muy maravillada de los cambios y los avances, y por otro lado los temas eran muy heterogéneos. Se incluía dentro de la ciencia tanto los nuevos avances de la psiquiatría o la licuación de gases, como los poderes de una médium que era analfabeta pero lograba escribir en varios idiomas. Todo eso armaba el gran mosaico de qué era la ciencia para los lectores de entresiglos, que seguramente no era la misma que se hacía en los laboratorios, en la Universidad. Aunque esta tampoco era homogénea, porque uno encuentra científicos renombrados cruzando la frontera al más allá.

– ¿Se ven resabios de eso en la prensa de hoy?

– Creo que no. La ciencia hoy es diferente, los lectores y los medios somos otros. La ciencia se comunica de otra manera. Es más complejo también lo que se hace en ciencia hoy y se requiere de muy buenos divulgadores que tengan un saber muy específico y logren mediar. Uno lee a Darwin y lo entiende, mientras que hoy yo leo sobre la Máquina de Dios (ndr: el colisionador de hadrones) y aunque hago grandes esfuerzos para llevarlo a un plano de lo que conozco... Incluso, lo que aparece en los periódicos es información muy magra. No sé ni si el periodista realmente lo entiende. Por otro lado, se multiplicaron los medios. Uno se entera de la realidad por muchos canales.

– ¿Y la literatura?

– Tenía otro lugar, porque se publicaba en los diarios. Sobre todo lo que a mí me interesa que son los cuentos. No es casual que estas fantasías tengan tanto en común: no sólo aparecían en el mismo lugar, los escritores trataban de captar a sus lectores con temas de mucha vigencia en su contemporaneidad. Es una temprana ciencia ficción que no se iba hacia el futuro, sino que estaba inserta en el aquí y ahora.

–Llama la atención que sea literatura explicada.

–Sí, en esto voy en contra de cierta mirada en la crítica literaria que dice que lo fantástico siempre transmite la duda en torno a lo que se narra. Esta era una época en la que lo fantástico no pasaba por la duda, sino por inventar explicaciones sobre el fenómeno natural o el prodigio. Era una época en la que todavía en el campo científico había dudas sobre si se iba a poder avanzar sobre el conocimiento de lo espiritual, las fuerzas de la mente... ¡Se comparaba el telégrafo sin hilos con la telepatía! Entonces, ¿qué más fantástico que explicar en el relato que eso sí existe, que eso ha sido corroborado por la ciencia? Uno de los ejemplos es Nelly, de Holmberg, un clásico relato de fantasmas, en una estancia y con un clima gótico criollo, en que un inglés cuenta que su mujer sufría “histerismo telepático” y se le aparece como fantasma. ¿Qué dicen los jóvenes? ¡Le tomamos la temperatura! Corroboremos. Y le ponen un termómetro y mide 8 grados. Lo que perturba es la aparición material del fantasma. “El almohadón de plumas” es otro ejemplo: ya estaba contado. Era un cuento de vampirismo, de erotismo desviado. Pero no, Quiroga te lo explica: es un parásito que gusta de la sangre humana y habita en los almohadones de pluma, como ése en el que estás vos leyendo el cuento.

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