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Sábado, 9 de julio de 2011
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Max Aguirre en el nuevo número de la revista Fierro

“Trato de escaparle a la solemnidad”

Bajo el título “Veinte verdades”, el dibujante va estableciendo reflexiones del mundo político de los años ’90 en busca de una explicación sobre el “ser peronista”. Con humor y lenguaje barrial, Aguirre “juega” con los personajes del pasado reciente argentino.

Por Lautaro Ortiz
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Aguirre es el responsable de la portada de Fierro que sale hoy.

Con la impronta de aquellos inolvidables afiches cinematográficos del mejor Hitchcock (Vértigo, Psicosis) y el desenfado de las famosas portadas de los discos de jazz del sello Columba Records (evidente homenaje al diseñador Saúl Blass primero y admiración total por Jim Flora, el segundo), el astuto dibujante argentino Max Aguirre construyó –en clima policial negro– la nueva portada de la revista Fierro que hoy llegará a los kioscos a través de este diario. Es que la Colt 45 que amenaza desde la tapa está cargada con el acero de la imaginación que desde hace casi cinco años viene disparando la publicación comandada por Juan Sasturain.

Y en esta edición de duro invierno, las 72 páginas de la revista acercan al lector historias que ya son fuego sagrado: el penúltimo capítulo de “Bolita”, de Eduardo Risso y Carlos Trillo, que retrata una intriga nazi en Argentina, a través de la mirada de una empleada doméstica. “Bolita” es el último relato escrito por Trillo y sin duda quedará entre los clásicos del guionista. Junto a esa joya reaparece, de las manos de Pablo Santis y Frank Arbelo, “Justicia poética”, donde un escritor busca a sus víctimas para terminar su libro de epitafios a la manera del Spoon River de Edgar Lee Master; anticipa su final la futurista “Tristeza” de Mosquito-Reggiani, se profundiza el dolor de las mujeres de Minaverry en “El año próximo en Bobigny” y se despide en tono mayor “La Gran Orquesta” de Juan Soto.

Pero hay más: vuelve el rosarino Max Cachimba, que asoma un pie (casi vergonzoso) con su “Humor Idiota”, junto a las tiras de El Niño Rodríguez, Iñaki, Ariel López V y las humoradas de Lucas Nine. El número se completa con “El maquinista del General” (Fernando Calvi), un nuevo capítulo de “Cieloalto” (Pietro-Agrimbau) y la historia de discusión política de Max Aguirre. Precisamente es con este dibujante –nacido en Hurlingham en 1971– con quien se conversó en La Paz, uno de los tantos bares de Buenos Aires que padecieron las políticas de los años ’90, tema central de la historia de Aguirre.

Bajo el título “Veinte verdades”, el autor va estableciendo reflexiones del mundo político de aquellos años en busca de una explicación sobre el ser peronista. Distinto a todo lo hecho hasta ahora –tiras de humor en diarios (“Jim, Jam & el Otro”) y relatos breves de perfume autobiográfico (“Los resortes simbólicos”)–, Aguirre parece haber encontrado un tono a través de una pincelada suelta, de gestualidad pictórica, para presentar personajes que rondan en una zona del conurbano bonaerense y una Unidad Básica. A través del humor y del lenguaje barrial, deambulan, tal como explica el propio Aguirre: “El joven militante peronista que se debate entre su idealismo y la realidad (Orteguita); el político corrupto que pasó de la Democracia Cristiana al menemismo sin escalas (El Mercho), el concejal radical (Tamborini) mediocre y acomodaticio, el dirigente popular de izquierda que en verdad vive del chiquitaje político del aparato partidario de turno (Benítez), el viejo puntero peronista desplazado (Binetti) y el policía que suele hacer el trabajo sucio (Castro). Todos ellos y algunos otros forman la trama que sirve como excusa para ir mostrando el camino de Orteguita, el personaje central. El es la encarnación del idealismo más romántico confrontado al pragmatismo más áspero”. Y otra vez, al igual que en otras historietas de Fierro, Aguirre juega con las “caripelas” del pasado político argentino: Mercho, el corrupto, tiene toda la pinta de Videla.

–¿Por qué?

–El personaje surgió físicamente por dos razones: la primera es anecdótica y fue cuando empecé a pensar esta historia que sabía iba a desarrollarse en los ’90, en el conurbano. Casi por sentido común fui a documentar con el hito de ese mundo en la historieta: “Morón Suburbio”, de Angel Mosquito. Allí aparecían personajes con bigotes y traje negros, muy malos, así que me dije, El Mercho va a ser uno de esos cosos con bigotes que andaban por Morón y dibujaba Mosquito. Luego, cuando lo estaba dibujando, apareció la idea de que remita a Videla, como fisonomía del mal, es como ponerle la cara del diablo a uno de tus personajes, medio que sabés que condicionás la lectura, pero es a propósito.

–Su historia, entre el humor y la descripción casi costumbrista de los políticos de aquellos años, parece tender a establecer una mirada hacia una vieja forma de hacer política.

–En verdad, el título de la historia remite a aquella suerte de dogma que intenta discernir entre qué es ser peronista y qué no. Siempre me interesó eso, primero por ser yo peronista y, segundo, porque veo a los no peronistas suponer que el peronismo es un todo abarcativo que puede llegar a justificar y encarnar lo que sea, casi una idea hegeliana, diría. Me interesó acercarme a ese punto: no puedo dejar de ser crítico, ya que en nombre del peronismo se han llevado adelante cosas espantosas, pero no es monopolio del peronismo. Lo que sí es un rasgo particular es haber llevado adelante, como ningún otro, políticas a favor de lograr un país socialmente justo, económicamente libre y políticamente soberano. Mi propuesta es ésa, hablar de política poniendo en tela de juicio lo propio y cercano para luego poder hacerlo con todo el conjunto de la sociedad, me parece que si no aceptamos que la política es la mejor forma de vivir y crecer como sociedad estamos al horno.

–En estos cuatro episodios de su historieta, siempre hay una suerte de lucha entre el discurso de la culpa y el de la inmoralidad. ¿Lo ve así?

–En un punto sí, me interesa que los personajes sean complejos, no hay buenos buenos ni malos malos, el inescrupuloso se enfrenta a otro también inescrupuloso, pero a su vez ambos no son simplemente un cúmulo de maldades, también hacen cosas buenas para la gente que representan y los que intentan no participar de la corrupción tampoco son héroes que la enfrentan, porque no pueden, porque no se animan o porque en menor medida ellos también son o han sido parte al menos haciendo la vista gorda o simplemente no haciendo nada. Somos un país que eligió soportar el menemismo por 10 años y que aún hoy al tratar el tema lo cita como el advenimiento de un desastre natural o una invasión alienígena, nadie lo votó, incluso el peronismo, aún hoy se niega a hacer una revisión de por qué fue el Caballo de Troya óptimo del más oscuro neoliberalismo... Inmoralidad, culpa, negación, cinismo, trato de hacer mi historieta con esos ingredientes y, sobre todo, intento ponerle humor, creo que es sanador también reírse; mirarse y reírse; a veces la historieta confunde seriedad con solemnidad y a esa trampa también trato de escaparle.

–¿Plantea entonces que llegó la hora de revisar esos años?

–Vuelvo al tema de la necesidad de revisar ese pasado cercano para realmente salir hacia adelante. El menemismo fue un espanto, pero las ideas socioeconómicas que surgían de los demás espacios políticos de la época eran casi las mismas, entonces, todos estuvimos sumergidos en eso y debe ser por algo, algo nos pasó como sociedad, a los que estábamos en contra y a los que apoyaban tales políticas. Algo nos pasó y hace falta mirar, para no volver a vivirlo, porque aquello está ahí, acechando, esperando su nueva oportunidad y hay que intentar no dársela nunca más. De eso trata mi trabajo, esta trama en 20 episodios, uno por cada verdad y haciendo referencia a ella.

–Con respecto a la gráfica elegida para esta portada de Fierro, ¿por dónde pasa la elección de ese mundo entre afiches del cine y tapas de discos?

–Hace muchos años que trabajo de ilustrador, para libros, para publicidad y sobre todo para medios. Esa continuidad laboral me ha permitido experimentar y a la vez afianzar los elementos que hoy son parte estructural de mi estilo como ilustrador. Dicho fácil sería que aprendí a mostrar lo que me sale bien y a disimular lo que no me sale. Mis influencias en ese campo, el de la ilustración, vienen de muchos autores, pero si tengo que citar los fundamentales diría que son Jim Flora y Saúl Bass, dos grandes de la gráfica estadounidense. Flora tiene muchas de las mejores tapas de jazz de la primera mitad del siglo XX y Bass es el responsable de muchos de los más logrados afiches del cine clásico americano. De esas ideas gráficas tomo mi manera de abordar una tapa, como ésta de Fierro. Intento que la imagen sea como un afiche, que impacte, que invite a mirar su contenido, siempre intentando contactar con el que mira, apelarlo de algún modo, lograr su atención.

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