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Sábado, 26 de enero de 2013
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CIELOALTO, NOTABLE TRABAJO DE PIETRO Y DIEGO AGRIMBAU

Hay río revuelto en la ciudad

En una suerte de ciudad-puente suspendida quién sabe dónde, los habitantes se dividen en “viajantes” y “permanentes”. El conflicto entre ambas castas anima esta historia brillante en la que no hay héroes, pero sí unas cuantas preguntas existenciales.

Por Andrés Valenzuela
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A Cieloalto se le pueden quitar los elementos de ciencia ficción, sus dos revoluciones, su división por castas, el dibujo brillante de Pietro e incluso los devaneos sociales del protagonista. Y si se le quita todo eso, a Cieloalto le quedan un puñado de preguntas fundamentales que constituyen la escena de su relato: ¿qué hacemos cuando la mente está demasiado llena de recuerdos? ¿Cómo tolera el cerebro una vida demasiado vivida (y vívida)? ¿Hasta qué punto se puede empezar de nuevo con el recuerdo de un pasado que se dejó ir? ¿Cuánto tiempo podemos escondernos de lo que se hizo y –peor aún– de lo que se dejó (de) hacer?

Esa serie de preguntas parecen propias de alguien que vivió ya demasiadas décadas y que observa con ciertas aprehensiones los años transcurridos. Pero el dibujante de esta historia apenas supera los 32 años y su guionista, Diego Agrimbau, aún no cumple los 40. Es más, cuando la historia fue pergeñada, el discípulo de Carlos Trillo andaría en los 35 y acababa de ser reconocido con el Primer Premio Planeta D’Agostini de historieta. Página/12 lo entrevistó entonces y, fuera de grabador, anticipó al cronista una serie de muestras que llevaría a editores franceses. Entre ellas estaba esta historia y ya por entonces se anticipaba candidata a las páginas de la revista Fierro, donde finalmente fue publicada.

Cieloalto parte de una premisa narrativa original, pero difícil de asimilar. Es una suerte de ciudad-puente suspendida vaya el lector a saber cómo, donde sus habitantes se dividen en “viajantes” y “permanentes”. Los primeros son lo más similar al ser humano que cualquier lector conoce: nacen, viven, envejecen y mueren, y son conscientes de su finitud (quizá más que cualquiera). Los “permanentes”, por otro lado, ven cambiar su cuerpo según la sección de la ciudad en la que se encuentren. En tanto y en cuanto no viajen más allá de los confines geográficos que impone la ciudad, pueden extender su vida eternamente. Eso, claro, siempre que no medie la enfermedad, la violencia o la senilidad, aspectos que tarde o temprano aparecen en la conflictiva vida social cieloaltense. Porque –algo debía pasar– hay río revuelto entre ambas castas y también aquí eso es el motor de la historia (o de la historieta).

Lo que hace Agrimbau es correrse de su habitual tendencia al costumbrismo y quedarse con los elementos de ciencia ficción y relato fantástico para los que tiene buena muñeca (Fergus detective publicitario, Planeta Extra) y hacer hincapié en el conflicto social (como en la premiada La burbuja de Bertold). A esto le agrega esas preguntas en torno de la memoria y el acuerdo con el propio pasado, y lo tamiza a través de la experiencia de Javier Dosaires, un “permanente” que se deja llevar por el torrente de la Historia (la grande, la de su ciudad) y que calla más de lo que actúa, ya sea por cobardía o por conformismo. Dosaires conoce el amor (del prohibido y del otro), las crisis de sus padres y la suya propia. Y puede parecer un pusilánime, pero es el protagonista que necesita esta historia. Cieloalto no funcionaría con un héroe. No habilitaría reflexiones ni cuestionamientos, y es en ellas donde está su valor.

Desde luego, la otra parte de su valor reside en el notable trabajo de Pietro (“Pietro”, a secas). Hay pocos dibujantes con un estilo tan personal al momento de construir personajes (esas quijadas rectas, esos rasgos prominentes) y eso suma valor en este libro, donde muchos de los habitantes de Cieloalto cambian de edad y de fisonomía en ocasiones dentro de una misma viñeta. Otra pata muy importante del dibujo pasa por el color, que en Fierro se insinuaba de alto nivel pero que la impresión coqueta del sello Agua Negra eleva considerablemente y confiere a la historia el clima imprescindible.

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