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Viernes, 9 de agosto de 2013
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DESDE MAÑANA, UN NUEVO NUMERO DE LA REVISTA FIERRO

El domicilio de la aventura

La edición Nº 82 hará hincapié en el western, pero desde una mirada local. Habrá clásicos como Pancho López, de Breccia; El quebrado, de Carlos Vogt, y El Llanero Solitario, de Varlotta, además de tres historietas de cowboys creadas por jóvenes autores.

Por Lautaro Ortiz
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La verdadera historia de Billy The Kid, del Marinero Turco.

Bajo el título “Especial cercano oeste”, la revista Fierro, que llegará mañana a los kioscos a través de este diario, propuso para su edición 82 algo más que un homenaje a uno de esos géneros que ya casi nadie transita: el western (o las bien llamadas historietas de vaqueros). Y si bien se desempolvaron algunas joyas como Pancho López, de Breccia; El quebrado, de Carlos Vogt, y El Llanero Solitario, de Varlotta (que así firmaba esos juegos el gran uruguayo Mario Levrero), esta edición cuenta con tres historietas de cowboys creadas por jóvenes autores como Lucas Accardo, Damián Scalerandi y Adao Iturrusgarai, y una más, acaso la última y más moderna: Billy The Kid, del glorioso Marinero Turco.

Este género que supo ser base sólida de la historieta argentina, fue sin dudas uno de los “domicilios de la aventura” por excelencia, tal como lo sostiene Sasturain, director de la revista: “En aquel universo de relatos, infinito de posibilidades –de los piratas y espadachines a la selva y las fieras salvajes; de los justicieros enmascarados en ciudades tenebrosas a las naves marcianas y los tipos con capa que volaban– había dos zonas claramente privilegiadas, dos géneros que se imponían por prepotencia de cantidad y ubicuidad de coyuntura: las relatos de guerra en los que siempre ganaban los yanquis contra alemanes giles y japoneses traicioneros, y los de cowboys, en que muchachitos rubios o soldados de uniforme azul cagaban a tiros a mexicanos sucios y barbudos e indios ruidosos que giraban y giraban alrededor de las carretas hasta que los mataban a todos. Era así nomás. Hasta que empezamos a ver otras cosas, claro, con Oesterheld & Co. Porque eso era lo que leíamos y mirábamos”.

De esa tradición oesterheliana, de ese corazón que aún sigue latiendo, nace esta edición especial con una portada a cargo del brasileño Iturrusgarai que si bien anuncia “joda” (es el autor de Rocky and Hudson, aquellos vaqueros gays anteriores a la película rocosa), no deja de ser un guiño al lector para que abra las páginas de la revista y las reciba como “Un tributo sesgado –también distorsionado, incluso malintencionado–, pero tributo amoroso al fin” de las historietas de cowboys, tal como advierte Sasturain en el prólogo.

La revista se inicia con La verdadera historia de Billy The Kid de un Marinero Turco deslumbrante, acaso en su mejor obra. Trece páginas donde técnica y nervio dan forma a un relato que ya es un clásico de la historieta moderna. Un golpe a los ojos. A él lo acompañan la larga historia y muy bien contada de Lucas Accardo, quien aborda el famoso tema de la venganza entre blancos y negros en Una historia de odio, y la parodia realizada por Scalerandi y Domínguez donde los indios son los poseedores de una peste extraterrestre que va a liquidar a los blancos.

El punto alto de la edición de mañana es el suplemento de 16 páginas que será sin duda guardado por coleccionistas. Se trata de la publicación de varios capítulos de Pancho López, historieta de corte humorístico que realizó Alberto Breccia al mismo tiempo que hacía Sherlock Time. Los guiones estaban a cargo del conocido autor teatral y de radioteatros Abel Santa Cruz, quien firmaba como Lépido Frías. Esta historieta, nunca recopilada (más allá de ediciones en fotocopias), se publicó por primera vez, a través de la Editorial Codex, el 9 de septiembre de 1957 y duró hasta enero de 1958. Sólo se realizaron 19 números. Según explica Sasturain, el origen de este trabajo se remonta a cuando “el cantante y compositor Lalo Guerrero escribió y grabó en 1955 la canción ‘Pancho López’, una versión paródica de la famosa ‘Balada de Davy Crockett’, con la misma música, pero con una letra que contaba, no las hazañas del héroe yanqui de El Alamo, sino las peripecias de un niño mexicano valiente y belicoso, fenómeno de precocidad”. Aprovechando la fama de ese personaje, Breccia y Abel Santa Cruz comenzaron a trabajar en historias muy breves, casi infantiles, sobre el valeroso niño. Quien tuvo a cargo la reconstrucción (casi artesanal) de esas tiras fue el dibujante Diego Parés: “Conseguimos unas fotocopias con todo Pancho López, bastante malas, fotocopias de fotocopias, llenas de imperfecciones, manchones, con los negros totalmente deteriorados, unas fotocopias torcidas, mal escaneadas, donde el blanco estaba lleno de negros y lo negro lleno de blancos. Mi tarea consistió en transformar eso en un material lo más parecido a la publicación original, intentando no modificar ni una coma del trabajo de Breccia. Fueron horas y horas de trabajo manual, borrando blancos, rellenando negro, enderezando líneas de los cuadritos, corrigiendo las letras, que muchas veces también estaban medio ilegibles. La intención fue ofrecerle al lector una rareza de Breccia de la mejor manera posible, un Breccia que en este caso hace una historieta humorística, pero que deja traslucir todo lo que sabía de dibujo, dando un resultado increíble”.

Para el final quedan la publicación de varios capítulos de El quebrado, de Carlos Vogt, y las cuatro páginas maravillosas de El Llanero Solitario firmadas por Varlo-tta, que no era otro que el narrador Mario Levrero jugando a ser Copi, y que se publicó en los ’70 en la recordada revista rosarina Tinta, dirigida por Sergio Kern, y en la que colaboraba, entre otros, un joven Fontanarrosa.

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