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Sábado, 4 de enero de 2014
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Bolita, la última novela gráfica de Trillo y Risso

Una chica humilde y curiosa

Después de haber aparecido serializada en Fierro entre 2010 y 2011, Historieteca Editorial recopiló en un único tomo esta historia que se sirve de nazis, hermanos incestuosos y conexiones con el Vaticano para narrar la vida de una chica perspicaz.

Por Andrés Valenzuela
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“¿Qué, tenés miedo que la bolita sea una espía de Simon Wiesenthal? La paranoia te va a matar, bobo.” La amonestación que Erica dedica a Rodolfo, ambos hermanos de riguroso e impronunciable apellido alemán, resume gran parte de la trama de Bolita, la novela gráfica que Carlos Trillo y Eduardo Risso serializaron en Fierro entre 2010 y 2011, y que ahora recopiló en un único tomo Historieteca Editorial. La historia, última colaboración de la dupla poco antes de la muerte del guionista, hace algunos amagues. Parece ir por un lado, pero en el fondo todo lo que expone es una excusa para narrar otra cosa. Es un truquito que Trillo usaba seguido, ese de mostrar flagrantemente elementos llamativos (aquí nazis, hermanos incestuosos, conexión con el Vaticano) para contar la vida de una chica humilde.

Rosmery es, según reconoce ella misma, fea. Ni Trillo ni Risso la plantean con un cuerpo escultural (más bien está lejos de eso) y tampoco tiene gran cosa a su favor. Es muy inteligente, más leída de lo aconsejable para los trabajos a los que puede aspirar y más curiosa de lo recomendable para su salud. Curiosidad y lecturas ya le sirvieron en alguna ocasión para mandar al frente a un comisario que distribuía droga y que le valió un ascenso a su novio cana. El comisario en cuestión se la tiene jurada y le manda “saludos” desde la cárcel, y su novio es un energúmeno. En busca de trabajo cae en la casa de los gemelos incestuosos nazis y ahí la curiosidad se le desboca otra vez.

Parte de lo interesante del asunto es que Trillo construyó una trama sin crimen aparente, más allá de la ilegalidad del incesto. Que los hermanitos Wucherpfennig Zwerg tienen conexiones turbias con el obispado platense, y que de ahí están a un salto del Vaticano, queda claro; de su formación nazi tampoco hay mayores dudas (parecen ser resultado de un programa de cruza genética) y de que están planeando algo, menos dudas todavía. Lo que no hay es un “algo” a detener. Con lo cual la historia es el relato de cómo Rosmery Ajata “descubre” a sus señores y espía la trastienda de sus vidas mientras zafa con lo justo de los matones del comisario que ayudó a encanar y transita una vida como villera.

Ahí entra en juego el otro talento que tenía Risso, que era el de delinear personajes interesantes. Sobre todo personajes femeninos interesantes, con personalidad. Rosmery convive con la Raula, una suerte de tía adoptiva con quien se adoran, pero con quien también choca mucho. La Raula querría que su niña del corazón sea menos metereta en asuntos que no le conciernen y, si no es mucho pedir, que largue al energúmeno del novio. Y la protagonista no puede evitar destapar misterios y aflojarle a las ganas con la única persona que le hace sentir que vale más. Inmigrante y sin contactos, ya bastante la deprime una perspectiva laboral sin futuro y quiere, al menos, un polvo con ganas.

Todo esto se florea con un trabajo gráfico de lujo de Eduardo Risso, que impone sus campos de tinta negra con energía, y destaca luces y sombras que atraviesan tanto la vida de Rosmery como la del “señor” y la “señora” de la mansión de Acassuso. Risso recurre a eso que suelen llamarse “planos cinematográficos”, pero que son enfoques osados para meter al lector bien adentro de la historia. El estilo realista, aunque un poco estilizado, se combina con ciertos pasajes más líricos, donde el dibujo refleja las metáforas verbales de los personajes.

En definitiva, al ser una historia sobre el desarrollo de la protagonista con un pasado intenso y un futuro potencialmente interesante, Trillo y Risso construyeron en Rosmery un personaje. Uno que valía tanto para una precuela como para una serie de nuevas aventuras. La partida del guionista privará a los lectores de esas potenciales historias. Queda el consuelo de saber que se pudo leer ésta.

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